Harry, Ron y Hermione arremetieron hacia la orilla opuesta. El lago no parec´ıa ser profundo. Pronto fue mas una cuestión de buscar la salida a través de juncos y fango, que de nadar, y finalmente se desplomaron, empapados, resoplando, y exhaustos sobre hierba resbaladiza.
Hermione se derrumbó, tosiendo y estremeciéndose. Aunque Harry podr´ıa haberse echado felizmente y dormir, se puso en pie tambaleante, saco su varita, y empezó a recitar los hechizos de protección habituales alrededor de los tres.
Cuando hubo terminado, se unió a los demás. Era la primera vez que pod´ıa verlos bien desde que hab´ıan escapado de la bóveda. Ambos ten´ıan feas quemaduras rojizas por todo el rostro y brazos, y su ropa colgaba hecha tirones. Hac´ıan muecas de dolor mientras se aplicaban suavemente esencia de dictamo en sus muchas heridas. Hermione le pasó a Harry el frasco, después sacó tres botellas de zumo de calabaza, que hab´ıa tra´ıdo de Shell Cottage; y túnicas secas y limpias para los tres. Se cambiaron y después engullir el zumo.
“Bien, mirándolo por el lado bueno,” dijo Ron finalmente, estando sentado y examinando como la piel de las manos le volv´ıa a crecer, “conseguimos el Horrocrux. Por el malo...”
“...no tenemos la espada,” dijo Harry apretando los dientes, mientras dejaba caer dictamo a través de un agujero chamuscado en sus vaqueros hasta la fea quemadura debajo.
CAPÍTULO 27. EL LUGAR FINAL PARA OCULTASE
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“No tenemos la espada,” repitió Ron. “Esa peque˜na rata traicionera...”
Harry sacó el Horrocrux del bolsillo de la chaqueta empapada que acababa de quitarse y se sentó en la hierba frente a ellos. Destellaba bajo el sol, y atrajo sus miradas mientras beb´ıan a tragos sus botellas de zumo.
“Al menos no podemos llevarla puesta en esta ocasión, lucir´ıa un poco rara colgando alrededor de nuestros cuellos,” dijo Ron, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
Hermione miró hacia el otro lado del lago, al distante mont´ıculo donde el dragón segu´ıa bebiendo.
“¿Qué pasara con él, ya sabéis?” preguntó. “¿Estará bien?”
“Suenas como Hagrid,” dijo Ron, “es un dragón, Hermione, puede cuidar de s´ı mismo.
Es por nosotros por quien debemos preocuparnos...”
“¿Qué quieres decir?”
“Bueno no sé como explicártelo,” dijo Ron, “pero creo que tal vez hayan notado que irrumpimos en Gringotts.”
Los tres estallaron en carcajadas, y una vez empezaron, fue dif´ıcil parar. A Harry le dol´ıan las costillas, se sent´ıa débil por el hambre, pero se recostó sobre la hierba bajo el cielo rojizo y rió hasta tener la garganta en carne viva.
“¿Qué vamos a hacer, al respecto?” dijo Hermione finalmente, hipando y retomando la seriedad. “Él lo sabrá, ¿o no? Quien-vosotrros-ya-sabéis sabrá que sabemos lo de sus Horrocruxes.”
“¡Tal vez tendrán demasiado miedo como para dec´ırselo!” dijo Ron esperanzado, “tal vez lo encubran...”
El cielo, el olor del agua del lago, el sonido de la voz de Ron se extinguieron. Dolor atravesó la cabeza de Harry como el golpe de una espada. Estaba de pie en una habitación débilmente iluminada, y un semic´ırculo de magos estaba de cara a él, y en el suelo a sus pies estaba arrodillada una peque˜na y temblorosa figura.
“¿Qué acabas de decirme?” Su voz era fr´ıa y fuerte, pero furia y temor ard´ıan dentro de él. Lo único que hab´ıa temido... pero no pod´ıa ser cierto, no pod´ıa entender cómo...
El duende estaba temblando, incapaz de encontrar la mirada de los ojos rojos que estaban por encima de los suyos.
“¡Rep´ıtelo!” murmuró Voldemort. “¡Rep´ıtelo de nuevo!”
“¡M... mi Se˜nor,” tartamudeó el duende, sus ojos negros muy abiertos de terror, “m...
mi Se˜nor... t... tratamos de de... detenerlos. Im... impostores, mi Se˜nor irrumpieron...
irrumpieron dentro de la... dentro de la bóveda de los Lestrages...”
“¿Impostores? ¿Qué impostores? ¿Cre´ıa que Gringotts ten´ıa formas de descubrir a los impostores? ¿Quiénes eran?”
“Eran... eran... el ch... chico P... Potter y sus d... dos cómplices...”
“¿Y se llevaron?” dijo, su voz se elevó, un terrible temor le inundó, “¡Dime! ¿Qué se llevaron?”
“U... una p... peque˜na c... copa dorada m... mi Se˜nor...”
Gritó de furia, de negación, le sonó como si hubiera surgido de un extra˜no. Estaba enloquecido, frenético. No pod´ıa ser cierto, era imposible, nadie se hab´ıa enterado. ¿Cómo CAPÍTULO 27. EL LUGAR FINAL PARA OCULTASE
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era posible que el chico hubiera descubierto su secreto?
La Varita de Sauco cruzó rotundamente el aire y luz verde estalló por toda la habitación, el arrodillado duende cayó de lado muerto. Los magos que observaban se dispersaron detrás de el, aterrorizados. Bellatrix y Lucius Malfoy aventaron a otros en su carrera hacia la puerta, y una y otra vez su varita ca´ıa y aquellos que quedaron atrás fueron asesinados, todos ellos, por llevarle la noticia, por oir hablar de la copa dorada...