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Era un fragmento de 5 cm. de largo del espejo encantado que su padrino Sirius ahora muerto, le hab´ıa dado. Harry lo dejo a un lado y tanteó prudentemente en el baúl buscando el resto, pero no quedaba nada más del último regalo de su padrino salvo vidrio pulverizado que se adher´ıa como arena brillante a la capa más profunda del baúl.

Harry se sentó derecho y examinó el dentado pedazo con el que se hab´ıa cortado, 10

CAPÍTULO 2. EN CONMEMORACI ÓN

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sin ver nada más que sus propios brillantes ojos verdes reflejados en él. Luego puso el fragmento sobre El Profeta de esa ma˜nana, que estaba tirado sobre la cama sin leer e intentó contener la repentina oleada de amargos recuerdos, las pu˜naladas de melancol´ıa y nostalgia que el descubrimiento del espejo roto hab´ıan ocasionado, atacando el resto de basura que hab´ıa en el equipaje.

Le llevó otra hora vaciarlo completamente, tirar las cosas inútiles y clasificar las restantes en pilas de acuerdo a si iba a necesitarlas o no a partir de ahora. Los uniformes del colegio y de Quidditch, el caldero, pergaminos, plumas y la mayor´ıa de los libros de texto fueron apilados en una esquina, para ser dejados atrás. Se preguntaba que har´ıan su t´ıa y su t´ıo con ellos; probablemente quemarlos a altas horas de la noche como si fueran las pruebas de algún espantoso crimen. Su ropa muggle, la capa de invisibilidad, el equipo para fabricar pociones, algunos libros, el álbum de fotos que Hagrid le hab´ıa regalado una vez, un manojo de cartas y su varita hab´ıan sido empacadas nuevamente en una vieja mochila. En un bolsillo delantero coloco el mapa del merodeador y el relicario con la nota firmada R.A.B. Al relicario le hab´ıa otorgado ese lugar de honor no debido a su valor

...era inútil en todos los sentidos prácticos... sino debido a lo que hab´ıa costado obtenerlo.

Esto dejaba un considerable fajo de periódicos sobre el escritorio, al lado de su blanca lechuza, Hedwig. Uno por cada d´ıa que hab´ıa pasado en Privet Drive ese verano.

Se levantó del suelo, se desperezó y cruzó la habitación hacia el escritorio. Hedwig no hizo ningún movimiento cuando empezó a hojear los periódicos, tirándolos a la pila de cosas inservibles uno por uno. La lechuza estaba dormida, o lo fing´ıa, estaba enfadada con Harry por la limitada cantidad de tiempo que en ese momento se le permit´ıa pasar fuera de la jaula.

Mientras iban desapareciendo los periódicos, Harry redujo la velocidad, buscando un ejemplar en particular que sab´ıa que hab´ıa llegado poco después de haber regresado él a Privet Drive a pasar el verano; recordaba que en la primera página hab´ıa le´ıdo una peque˜na mención sobre la renuncia de Charity Burbage, la profesora de Estudios Muggles de Hogwarts. Al final lo encontró. Yendo a la página diez se hundió en la silla del escritorio y releyó el art´ıculo que hab´ıa estado buscando.

Albus Dumbledore Recordado

Por Elphias Dodge

Conoc´ı a Albus Dumbledore a la edad de once a˜nos en nuestro primer d´ıa en Hogwarts. Nuestra mutua atracción se debió sin duda al hecho de que ambos nos sent´ıamos forasteros. Yo por mi parte hab´ıa contra´ıdo fiebre de dragón poco antes de llegar al colegio, y aunque ya no era contagioso, mi rostro espoleado y el tinte verdoso no alentaban a muchos a que se me acercaran.

Por su parte Albus hab´ıa llegado a Hogwarts con la carga de la no deseada notoriedad. Apenas un a˜no antes su padre Percival hab´ıa sido apresado por un salvaje y bien publicitado ataque contra tres jóvenes Muggles.

Albus nunca intentó negar que su padre (que murió en Azkaban) hubiera cometido ese crimen, al contrario, cuando reun´ı valor para preguntarle me aseguró que sab´ıa que su padre era culpable. Aparte de eso, Dumbledore se negaba a hablar del triste asunto, aunque muchos trataron de que lo hiciera.

Algunos, incluso, estaban dispuestos a alabar la acción de su padre y asumieron que también Albus era enemigo de los muggles. No pod´ıan haber estado más equivocados: ya que cualquiera que conociera a Albus podr´ıa haber atestiguado CAPÍTULO 2. EN CONMEMORACI ÓN

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que jamás mostró ni la más remota tendencia anti-muggle. Es más, su decidido apoyo a los derechos de los muggles le ganó muchos enemigos en los a˜nos venideros.

Sin embargo, en cuestión de meses la propia fama de Albus comenzó a eclipsar la de su padre. Al finalizar el primer a˜no ya nunca más ser´ıa conocido como el hijo del enemigo de los muggles, sino nada más y nada menos que como el más brillante alumno visto alguna vez en el colegio. Aquellos de nosotros que tuvimos el privilegio de ser sus amigos nos beneficiamos de su ejemplo, por no mencionar su ayuda y est´ımulo, con los cuales siempre era generoso.

Más tarde me confesó que incluso entonces hab´ıa sabido que su mayor placer ser´ıa siempre la ense˜nanza.

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Денис Ратманов

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