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Un sol abrasador calentaba los tejados de las pobres casitas que de día eran hornos, mientras que de noche el frío de la montaña entraba por los agujeros del techo, de las paredes, puertas y ventanas.


A la puerta de una de estas casitas estaba Cuca, niña de 13 o 14 años, sentada sobre una piedra. De cuando en cuando la niña alzaba la cabecita mirando hacia dentro de la casita. A veces los ruidos del trabajo en la mina, que estaba a unos centanares de metros de distancia, le llamaban la atención.


El médico, limpiándose lentamente las manos con alcohol, salió de la casa, llamó a una vecina y en voz muy baja le pidió que fuera a la farmacia y que trajera las medicinas y que avisara al marido de la enferma. La mujer tomó la receta al mismo tiempo que se secaba las lágrimas.


— ¿Se muere mi mamá? — preguntó asustada la niña.


— No lo sé — dijo la mujer. Y le mandó a la niña que llamara a su padre. La niña echó a correr hacia la mina.


Cerca de la entrada había varios mineros que después de trabajar más y más días, tenían que esperar horas y horas para poder cobrar un mísero jornal. Allí estaba también el guardia con su pistola en el bolsillo. Este miró a la niña que se acercaba corriendo.


— Por favor — señor guardia ... quiero decir a mi papá ... que mi mamá . . , está muriéndose.


— ¿Quién es tu padre? ... ¡Ah! tú eres la hija del minero Lorenzo. ¿Verdad?


— Sí, sí — contestó Cuca.


El guardia pensó un momento y dijo: — Lo siento mucho, niña, pero está prohibido hablar a los mineros cuando se encuentran en el trabajo. Y ¿ves? ahí está míster Kraft, el representante de la compañía.


Mientras que el guardia decía esto, la niña vio a su padre entre unos montones de mineral, esperando el turno para bajar al pozo del la mina.


— Allí está — dijo la niña y quiso pasar, pero el guardia la cogió del brazo.


— Sí, allí está pero no puedo dejarte pasar. Míster Kraft nos mira.


— Por favor — dijo llorando la niña — que mi mamá se muere.


¡Papá, papá! — gritó Cuca con toda su fuerza. Pero era inútil, el ruido de los motores ahogaba su vocecita.


El guardia sintió pena y pensó; «Yo no la puedo dejar entrar, pero ahora voy a ¡a oficina a llevar estos papeles y no miraré a la puerta», y con unos papeles en la mano se dirigió a la oficina.


Cuca lo comprendió y se dirigió hacia donde estaba su padre.


La niña corría, corría, hasta que míster Kraft la paró cogiéndola del pelo.


— ¿Qué quieres? —


— Quiero decirle a papá que mamá se está muriendo. Y sin más, como si fuera un perro, el gringo llevó a la niña a empujones hasta la puerta y la echó de una patada.


echar a correrllamar la atención


a unos metrosdejar pasar, entrar


Vocabulario


minaf шахта

plataf серебро

abrasador палящее

calentar греть

tejadom крыша

pobre бедный, -ая

hornom печь, духовка

agujerom дыра, отверстие

techom потолок

piedraf камень

alzar поднять

hacia к

ruidom шум

distanciaf расстояние

lentamente медленно

alcoholm спирт

farmaciaf аптека

avisar сообщить

recetaf рецепт

lágrimaf слеза

asustarse испугаться

minerom шахтер

cobrar получать

jornalm заработок

guardiam сторож

prohibir запрещать

representante представитель

compañíaf компания

montónm стог

pozomзд. шахта

inútil бесполезный, бесполезно

ahogar душить

parar останавливать

empujónm толчок

echarзд. выгнать



Exprésiones


de cuando en cuando — иногда

en voz baja — тихо

al mismo tiempo — одновременно

echar a correr — побежать

dejar pasar — пропустить

a empujones — толкая

de una patada — пинком

aunosmetros — на расстоянии нескольких метров

llamarlaatención — привлекать внимание

DIÁLOGO



El médico: Siéntese, tenga la bondad. ¿Cómo se llama Vd.?


El Enfermo: Juan García.


El médico: ¿Edad?


Enfermo: 25 años.


El médico: ¿Domicilio?


El Enfermo: Quevedo, 53,5°, izquierda.


El médico: ¿De qué se queja?


El enfermo: Hace dos días no me siento bien. Me duele la cabeza y las articulaciones.


El médico: ¿Tiene Vd. fiebre?


El enfermo: Ésta mañana me he puesto el termómetro y tenía 37,5 (treinta siete y cinco).


El médico: ¿Le duele la garganta?


El enfermo: Ño, no me duele.


El médiсo: ¿Tiene ios?


El enfermo: Sí, pero no muy fuerte.


El médico: Haga el favor de desnudarse de medio cuerpo para arriba para que pueda auscultarle el pecho y la espalda. Respire profundamente. Otra vez. Contenga la respiración. ¿Ha tenido Vd. alguna vez pulmonía?


El enfermo: Sí, una vez, cuando era pequeño.


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