Hubo un murmullo general de aprobación. Los habitantes de Chester's Mills guardaban silencio sin apartar la mirada de la pantalla, a la espera de que el programa que estaban viendo, aburrido y sumamente emocionante al mismo tiempo, continuara o finalizara.
17
– ¿Qué quieres que haga, Big Jim? -preguntó Randolph. Se sacó un pañuelo del bolsillo de la cadera y se secó el sudor de la nuca.
– ¿Qué quieres hacer tú? -replicó Big Jim.
Por primera vez desde que había cogido las llaves del coche verde de jefe de policía, Pete Randolph se dio cuenta de que se las entregaría encantado a cualquier otro. Lanzó un suspiro y dijo:
– Prefiero dejar las cosas como están.
Big Jim asintió, con un gesto que parecía decir «tú sabrás lo que haces». Luego esbozó una sonrisa, si puede decirse algo así del mohín que hizo con los labios, claro.
– Bueno, tú eres el jefe. -Se volvió hacia Barbie, Julia y Joe «el Espantapájaros»-. Han ganado la batalla. ¿No es cierto, señor Barbara?
– Puedo asegurarle que aquí no se está librando ninguna batalla, señor -respondió Barbie.
– Y un… cuerno. Esto es una lucha por el poder, simple y llanamente. He visto muchas en mi vida. Algunas han tenido éxito… y otras han fracasado. -Se acercó a Barbie sin relajar el brazo derecho, que estaba hinchado.
De cerca, Barbie olió una mezcla de colonia y sudor. Rennie tenía la respiración entrecortada. Bajó el tono de voz. Quizá Julia no oyó lo que dijo a continuación, pero Barbie sí.
– Has hecho una apuesta muy arriesgada, hijo. Si el misil atraviesa la Cúpula, ganas. Pero si no lo logra… ten cuidado conmigo. -Por un instante sus ojos, casi enterrados en los pliegues de carne, pero que desprendían un claro destello de inteligencia fría, se clavaron en los de Barbie, que le aguantó la mirada. Entonces Rennie se volvió-. Venga, jefe Randolph. La situación ya es lo suficientemente complicada gracias al señor Barbara y a sus amigos. Volvamos al pueblo. Más vale que tus tropas estén preparadas en caso de que haya disturbios.
– ¡Ese es el mayor disparate que he oído jamás! -exclamó Julia.
Big Jim hizo un gesto de desdén con la mano sin volverse hacia ella.
– ¿Quieres ir al Dipper's, Jim? -preguntó Randolph-. Tenemos tiempo.
– Nunca se me ocurriría poner un pie en ese lupanar -respondió Big Jim. Abrió la puerta del copiloto-. Lo que quiero es echarme una siesta. Pero no podré porque estoy demasiado ocupado. Tengo grandes responsabilidades. No las he pedido, pero las tengo.
– Algunos hombres hacen grandes cosas, y otros se ven aplastados por ellas, ¿no es cierto, Jim? -preguntó Julia, que lucía su sonrisa impasible.
Big Jim se volvió hacia ella, y la expresión de puro odio de su rostro la hizo retroceder un paso, pero Rennie se limitó a hacer un gesto de desprecio.
– Vamos, jefe.
El coche de policía enfiló hacia Mills, con las luces aún encendidas en la luz neblinosa y de un leve tono estival.
– Vaya -dijo Joe-. Ese tipo da miedo.
– Es justo lo que yo pienso -admitió Barbie.
Julia miraba fijamente a Barbie sin el menor atisbo de sonrisa.
– Tenías un enemigo -dijo-. Ahora tienes un enemigo a muerte.
– Creo que tú también.
Ella asintió.
– Por nuestro bien, espero que la táctica del misil funcione.
El alférez dijo:
– Coronel Barbara, nos vamos. Me quedaría mucho más tranquilo si ustedes tres hicieran lo mismo.
Barbie asintió y, por primera vez desde hacía años, realizó el saludo militar.
18
Un B-52 que había despegado a primera hora de ese lunes de la base del ejército del aire de Carswell estaba sobrevolando Burlington, Vermont, desde las 10.40 (a la fuerza aérea le gusta llegar pronto a la fiesta siempre que sea posible). La misión había recibido el nombre clave de GRAN ISLA. El piloto comandante era el mayor Gene Ray, que había participado en las guerras del Golfo y de Iraq (en conversaciones privadas se refería a esta como la «Puta farsa del señor uve doble»). Iba equipado con dos misiles de crucero Fasthawk; eran dos buenos proyectiles, más fiables y potentes que el antiguo Tomahawk, pero le resultaba muy extraño estar a punto de disparar con armamento real contra un objetivo estadounidense.
A las 12.53 una luz roja del panel de control se volvió ámbar. El COMCOM tomó el control del avión y lo situó en el nuevo rumbo. Debajo, Burlington desapareció bajo las alas.
Ray habló por el micrófono.
– Ha llegado el momento de empezar la función, señor.
En Washington, el coronel Cox respondió:
– Recibido, mayor. Buena suerte. Explote a esa cabrona.
– Así lo haré -respondió Ray.
A las 12.54 la luz ámbar empezó a parpadear. A las 12.54 y 55 segundos, se volvió verde. Ray apretó el interruptor marcado con un 1. No sintió nada, apenas un leve zumbido desde abajo, pero vio por vídeo cómo el Fasthawk iniciaba su vuelo. Aceleró rápidamente a la máxima velocidad, y dejó tras de sí una estela en el cielo que parecía el arañazo de una uña.
Gene Ray se santiguó y acabó con un beso en el pulgar.
– Ve con Dios, hijo mío -dijo.