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Algún hijoputa me ha tirado spray. ¿Denton? No, Randolph.

Barbie consiguió abrir los ojos apretándose las cejas con la base de las manos y tirando hacia arriba. Vio a Andy Sanders de pie al otro lado de los barrotes, con lágrimas en las mejillas. ¿Qué veía Sanders? Un tipo en una celda; un tipo en una celda siempre parecía culpable.

Sanders gritó:

– ¡Era todo lo que me quedaba!

Randolph, con gesto abochornado, estaba detrás de él y no dejaba de arrastrar los pies, como un niño al que hacía veinte minutos que deberían haber dejado ir al baño. A pesar de que le escocían los ojos y le martilleaban los senos frontales, a Barbie no le sorprendió que Randolph hubiese dejado bajar a Sanders allí. No porque Sanders fuera el primer concejal de la ciudad, sino porque a Peter Randolph le resultaba casi imposible decir que no.

– Bueno, Andy -dijo Randolph-. Ya basta. Querías verlo y te he dejado, aunque va en contra de lo que me dicta el sentido común. Ahora está a la sombra y pagará por lo que ha hecho. Así que vamos arriba y te serviré una taza de…

Andy agarró a Randolph por la pechera del uniforme. Era diez centímetros más bajo que él, pero aun así Randolph parecía asustado. Barbie no podía culparle. Veía el mundo a través de una película de color rojo oscuro, pero podía distinguir la furia de Andy Sanders con bastante claridad.

– ¡Dame tu pistola! ¡Un juicio sería demasiado bueno para él! ¡De todas formas, seguro que se libra! Tiene amigos en las altas esferas, ¡eso dice Big Jim! ¡Quiero una reparación! ¡Merezco una reparación, así que dame tu pistola!

Barbie no creía que el deseo de Randolph de ser complaciente llegara tan lejos como para entregarle un arma a Andy y que este pudiera dispararle en esa celda como a una rata en un depósito de aguas pluviales, pero no estaba completamente seguro; a lo mejor había alguna otra razón, además de la cobarde compulsión de complacer, para que Randolph hubiese dejado bajar allí a Sanders, y que lo hubiese dejado bajar solo.

Se puso en pie como pudo.

– Señor Sanders. -Parte del spray le había entrado en la boca. Tenía la lengua y la garganta hinchadas, su voz era un graznido nasal nada convincente-. Yo no he matado a su hija, señor. No he matado a nadie. Si lo piensa bien, se dará cuenta de que su amigo Rennie necesita a un cabeza de turco y que yo soy el más oportuno…

Pero Andy no estaba en condiciones de pensar nada. Sus manos se abalanzaron sobre la pistolera de Randolph y empezó a tirar de la Glock. Alarmado, Randolph luchó porque no la sacara de donde estaba.

En ese momento, una figura de gran barriga bajó la escalera moviéndose con gracia a pesar de su gran mole.

– ¡Andy! -vociferó Big Jim-. Andy, amigo… ¡Ven aquí!

Extendió los brazos. Andy dejó de pelearse por la pistola y corrió hacia él como un niño lloroso hacia los brazos de su padre. Big Jim lo estrechó en un abrazo.

– ¡Quiero una pistola! -farfulló Andy alzando su rostro cubierto de lágrimas y de mocos hacia Big Jim-. ¡Consígueme una pistola, Jim! ¡Ya! ¡Ahora mismo! ¡Quiero pegarle un tiro por lo que ha hecho! ¡Como padre tengo ese derecho! ¡Ha matado a mi niñita!

– Puede que no solo a ella -dijo Big Jim-. Puede que tampoco solo a Angie, a Lester y a la pobre Brenda.

Eso detuvo la cascada de palabras. Andy alzó la mirada hacia la losa que era el rostro de Big Jim, atónito. Fascinado.

– Puede que también a tu mujer. A Duke. A Myra Evans. A todos los demás.

– ¿Qué…?

– Alguien es el responsable de esta Cúpula, amigo… ¿Tengo razón?

– S… -Andy no fue capaz de más, pero Big Jim asintió con benevolencia.

– Y a mí me parece que la gente que lo haya hecho debe de tener como mínimo a un infiltrado aquí dentro. Alguien que remueva el guiso. Y ¿quién mejor para remover el guiso que un cocinero? -Le pasó un brazo por los hombros y guió a Andy hacia el jefe Randolph. Big Jim se volvió y miró a Barbie a la cara, roja e hinchada, como si estuviera mirando a alguna especie de insecto-. Encontraremos las pruebas. No me cabe ninguna duda. Ya ha demostrado que no es lo bastante listo para encubrir sus huellas.

Barbie centró su atención en Randolph.

– Esto es un montaje -dijo con su vozarrón nasal-. Puede que empezara solo porque Rennie tenía que salvar el culo, pero ahora ya es un golpe de estado en toda regla. Puede que usted no sea prescindible todavía, jefe, pero cuando lo sea, también usted caerá.

– Calla -dijo Randolph.

Rennie le acariciaba el pelo a Andy. Barbie pensó en su madre y en cómo solía acariciar a su cocker spaniel, Missy, cuando la perra se hizo mayor, estúpida e incontinente.

– Pagará por ello, Andy, tienes mi palabra. Pero antes vamos a descubrir todos los detalles: el qué, el dónde, el porqué y quién más está metido en esto. Porque no está solo, puedes apostar tu bala a que es cierto. Tiene cómplices. Pagará por ello, pero antes le sacaremos toda la información.

– ¿Cómo pagará? -preguntó Andy. Miraba a Big Jim casi en estado de éxtasis-. ¿Cómo pagará por ello?

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