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– Si le sucediera algo… no me refiero necesariamente a una barbaridad como un linchamiento, solo un accidente en su celda… no estoy segura de que pudiera volver a ponerme este uniforme nunca más.

La preocupación básica de Linda era más simple y más directa. Su marido creía que Barbie era inocente. En un primer momento de furia (sintiendo aún la repugnancia por lo que había visto en la despensa de los McCain), había rechazado aquella idea: al fin y al cabo, habían encontrado la placa de identificación de Barbie en la mano gris y rígida de Angie McCain. Sin embargo, cuanto más lo pensaba, más preocupada estaba. En parte porque respetaba la capacidad que tenía Rusty de juzgar las cosas, siempre lo había hecho, pero también por lo que había gritado Barbie justo antes de que Randolph le rociara con el spray de pimienta. «Dígale a su marido que examine los cadáveres! ¡Tiene que examinar los cadáveres!»

– Y una cosa más -dijo Jackie, todavía dándole vueltas a su vaso-. No se ataca a un prisionero con spray de pimienta solo porque grita. Ha habido sábados por la noche, sobre todo después de un partido importante, en que aquello de allí abajo parecía el zoo a la hora de la comida. Se les deja gritar y ya está. Al final se cansan y se quedan dormidos.

Julia, mientras tanto, estudiaba a Linda. Cuando Jackie hubo terminado, dijo:

– Dígame otra vez lo que ha dicho Barbie.

– Quería que Rusty examinara los cadáveres, sobre todo el de Brenda Perkins. Ha dicho que no estarían en el hospital. Él lo sabía. Están en la Funeraria Bowie, y eso no está bien.

– Si los han asesinado, es raro de cojones -dijo Romeo-. Perdón por la palabrota, reve.

Piper le quitó importancia con un ademán.

– Si los ha matado él, no logro entender por qué su preocupación más acuciante es que alguien examine esos cadáveres. Por otro lado, si no ha sido él, a lo mejor ha pensado que una autopsia podría exonerarlo.

– Brenda ha sido la víctima más reciente -dijo Julia-. ¿No es así?

– Sí -dijo Jackie-. Presentaba rigor mortis, pero no completo. Al menos a mí no me lo ha parecido.

– No -replicó Linda-. Y, puesto que el rigor empieza a aparecer unas tres horas después de la muerte, minutos arriba, minutos abajo, seguramente Brenda ha muerto entre las cuatro y las ocho de la mañana. Yo diría que más bien hacia las ocho. Pero yo no soy médico. -Suspiró y se pasó las manos por el pelo-. Tampoco Rusty lo es, desde luego, pero él podría haber determinado con mucha más exactitud la hora de la muerte si lo hubieran llamado. Nadie lo ha hecho. Y eso me incluye a mí. Es que estaba tan alucinada… estaban pasando tantas cosas…

Jackie dejó su vaso a un lado.

– Escuche, Julia, usted estaba con Barbara esta mañana en el supermercado, ¿verdad?

– Sí.

– A las nueve y pocos minutos. Ha sido entonces cuando han empezado los disturbios.

– Sí.

– ¿Había llegado él antes o ha llegado usted primero? Porque yo no lo sé.

Julia no lo recordaba, pero tenía la sensación de que ella había llegado primero; que Barbie había llegado más tarde, poco después de Rose Twitchell y Anson Wheeler.

– Hemos conseguido calmar los ánimos -dijo-. Pero ha sido él quien nos ha dicho cómo hacerlo. Seguramente ha salvado a mucha gente de acabar gravemente herida. A mí eso no me cuadra con lo que han encontrado en esa despensa. ¿Tienen alguna idea del orden en que se produjeron las muertes? ¿Aparte de que Brenda ha sido la última?

– Angie y Dodee primero -dijo Jackie-. La descomposición estaba menos avanzada en Coggins, así que él vino después.

– ¿Quién los ha encontrado?

– Junior Rennie. Ha sospechado algo porque ha visto el coche de Angie en el garaje. Pero eso no es lo que importa. Aquí lo que importa es Barbara. ¿Está segura de que ha llegado después de Rose y Anse? Porque eso no le ayuda demasiado.

– Estoy segura porque no iba en la furgoneta de Rose. De ahí solo han bajado ellos dos. Así que, suponiendo que no estaba ocupado matando a gente, entonces ¿estaría en…? -Era evidente-. Piper, ¿puedo usar tu teléfono?

– Desde luego.

Julia consultó un momento la guía telefónica tamaño panfleto del pueblo y luego llamó al restaurante con el teléfono móvil de Piper. El saludo de Rose fue cortante:

– El Sweetbriar está cerrado hasta nuevo aviso. Un hatajo de gilipollas ha arrestado a mi cocinero.

– ¿Rose? Soy Julia Shumway.

– Ah. Julia. -Rose parecía solo un poco menos malhumorada-. ¿Qué quieres?

– Estoy intentando comprobar una posible secuencia temporal para la coartada de Barbie. ¿Te interesa ayudar?

– Ya te puedes jugar el cuello. La idea de que Barbie ha asesinado a esa gente es ridícula. ¿Qué quieres saber?

– Quiero saber si estaba en el restaurante cuando han empezado los disturbios en el Food City.

– Claro que sí. -Rose parecía desconcertada-. ¿Dónde iba a estar si no justo después del desayuno? Cuando Anson y yo hemos salido, él se ha quedado fregando las parrillas.

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