El sol se estaba ocultando y, a medida que las sombras se alargaban, Claire McClatchey se iba poniendo cada vez más nerviosa. Al final se fue a la cocina para hacer lo que llevaba un rato retrasando: usar el teléfono móvil de su marido (que él había dejado allí olvidado el sábado por la mañana; siempre se lo olvidaba) para llamar al suyo. Le aterraba pensar que sonaría cuatro veces y que luego oiría su propia voz, alegre y animada, grabada antes de que el pueblo en el que vivía se convirtiera en una cárcel de barrotes invisibles. «Hola, este es el buzón de voz de Claire. Por favor, deja un mensaje después del bip.»
Y ¿qué diría? ¿«Joey, llámame si no estás muerto»?
Empezó a apretar botones, después vaciló.
Pero ¿y si la segunda vez también saltaba el buzón de voz? ¿Y la tercera? En qué mala hora se le había ocurrido dejarle salir… Debía de estar loca.
Cerró los ojos y vio una imagen de pesadilla con toda claridad: los postes telefónicos y los escaparates de las tiendas de Main Street empapelados con fotografías de Joe, Benny y Norrie, igual que esos niños que se veían en los tablones de anuncios de las áreas de servicio de las autopistas, donde la leyenda siempre decía VISTO POR ÚLTIMA VEZ EL…
Abrió los ojos y marcó deprisa, antes de que pudiera perder los nervios. Estaba preparada para dejar un mensaje: «Volveré a llamar dentro de diez segundos y esta vez más te vale contestar, señorito», y se quedó de piedra cuando su hijo respondió, alto y claro, a mitad del tercer tono.
– ¡Mamá! ¡Eh, mamá! -Vivo y más que vivo: desbordante de entusiasmo, a juzgar por el sonido de su voz.
«¿Dónde estás?», intentó decir, pero al principio no fue capaz de pronunciar nada. Ni una sola palabra. Sentía las piernas como si fueran de goma, elásticas; se apoyó contra la pared para no caerse al suelo.
– ¿Mamá? ¿Estás ahí?
De fondo se oyó un coche que pasaba y la voz de Benny, tenue pero clara, saludando a alguien:
– ¡Doctor Rusty! ¡Eh, colega, qué hay!
Claire por fin logró arrancar unas palabras.
– Sí. Estoy aquí. ¿Dónde estás?
– En lo alto de la cuesta del Ayuntamiento. Iba a llamarte porque está empezando a oscurecer, para decirte que no te preocuparas, y me ha sonado en la mano. Me has dado un susto de muerte.
Bueno, eso sí que era poner patas arriba la vieja tradición de regañina materna, ¿a que sí?
Norrie estaba hablando con Joe. Parecía que decía algo así como «Díselo, díselo». Entonces volvió a oír la voz de su hijo, una voz tan fuerte y exultante que Claire tuvo que apartarse un poco el teléfono de la oreja.
– ¡Mamá, creo que lo hemos encontrado! ¡Estoy casi seguro! ¡Está en el campo de manzanos de lo alto de Black Ridge!
– ¿Qué habéis encontrado, Joey?
– No estoy del todo seguro, no quiero precipitarme a sacar conclusiones, pero seguramente es el aparato que genera la Cúpula. Tiene que ser eso. Hemos visto una señal intermitente, como las que ponen en lo alto de las torres de radio para advertir a los aviones, solo que esta estaba en el suelo y era violeta en lugar de roja. No nos hemos acercado lo bastante para poder ver nada más. Nos hemos desmayado: los tres. Cuando nos hemos despertado nos encontrábamos bien, pero estaba empezando a hacerse un poco tar…
– ¿Cómo que os habéis desmayado? -Claire casi lo gritó-. ¿Qué quieres decir con que os habéis desmayado? ¡Ven a casa! ¡Ven a casa ahora mismo para que pueda mirarte bien!
– No pasa nada, mamá -dijo Joe con voz tranquilizadora-. Me parece que es como… ¿Sabes como cuando la gente toca la Cúpula por primera vez y le da una pequeña descarga y luego ya no les pasa nada más? Creo que es algo así. Creo que la primera vez te desmayas y luego te quedas como… inmunizado. Preparado para la acción. Eso es lo que cree Norrie también.
– ¡No me importa ni lo que crea ella ni lo que creas tú, señorito! ¡Ven a casa ahora mismo para que pueda ver que estás bien o seré yo la que te inmunice el trasero!