– Sí, claro que lo sientes. Eres un imbécil de mierda arrepentido. -Pero parecía satisfecho. Volvió a meter el arma en la funda y volvió a coger el vaso de agua-. Tengo la teoría de que has regresado hecho una puta mierda por culpa de todo lo que viste e hiciste allí. Ya sabes, TEPT, ETS, SPM, alguna cosa de esas. Tengo la teoría de que sencillamente has estallado. ¿No es más o menos eso lo que ha pasado?
Barbie no dijo nada.
Junior no parecía muy interesado en saberlo, de todas formas. Le acercó el vaso por entre los barrotes.
– Cógelo, cógelo.
Barbie fue a coger el vaso creyendo que Junior volvería a retirarlo, pero no lo hizo. Probó el agua. No estaba fría y tampoco era potable.
– Sigue -dijo Junior-. Solo le he echado medio salero, eso puedes soportarlo, ¿verdad? Tú le echas sal al pan, ¿verdad?
Barbie se quedó mirando a Junior.
– ¿No le echas sal al pan? ¿Le echas sal, hijo de puta? ¿Eh?
Barbie le devolvió el vaso por entre los barrotes.
– Quédatelo, quédatelo -dijo Junior con magnanimidad-. Y quédate también con esto. -Le pasó el papel y el bolígrafo.
Barbie los cogió y miró el papel. Era más o menos lo que había esperado. Abajo del todo había un lugar en el que tenía que firmar.
Hizo ademán de devolvérselo. Junior retrocedió ejecutando lo que fue casi un paso de baile, sonriendo y negando con la cabeza.
– Quédatelo. Mi padre ha dicho que no querrías firmarlo de buenas a primeras, pero tú piénsatelo. Y piensa en lo que sería tener un vaso de agua en el que no hayan echado sal. Y algo de comer. Una enorme y rica hamburguesa con queso. El paraíso. A lo mejor una Coca-Cola. Hay algunas frías en la nevera de arriba. ¿No te apetecería una rica cola Coca?
Barbie no dijo nada.
– ¿No le echas sal al pan? Venga, no seas tímido. ¿Se la echas, caraculo?
Barbie no dijo nada.
– Acabarás por convencerte. Cuando tengas suficiente hambre y suficiente sed, ya te convencerás. Eso es lo que dice mi padre, y normalmente en estas cosas tiene razón. Ciao, Baaarbie.
Echó a andar por el pasillo y luego dio media vuelta.
– Nunca tendrías que haberme puesto la mano encima, ¿sabes? Ese fue tu gran error.
Mientras subía la escalera, Barbie se fijó en que Junior cojeaba un poco… o más bien arrastraba los pies. Eso era, se arrastraba hacia la izquierda y con la mano derecha se agarraba a la barandilla y tiraba de sí para compensarlo. Se preguntó qué pensaría Rusty Everett de esos síntomas. Se preguntó si alguna vez tendría ocasión de consultárselo.
Barbie se quedó mirando la confesión sin firmar. Le habría gustado romperla en pedazos y esparcirlos por el suelo frente a la celda, pero eso habría sido una provocación innecesaria. Estaba atrapado en las garras del gato
No obstante, eran unos aficionados; no habían pensado en el retrete. Seguramente ninguno de ellos había estado nunca en un país en el que hasta un pequeño charco en una cuneta podía tener buena pinta cuando cargabas con cuarenta kilos de equipo y soportabas una temperatura de cuarenta y seis grados. Barbie vertió el agua con sal en un rincón de la celda. Después meó en el vaso y lo guardó debajo del camastro. Se arrodilló frente al retrete como un hombre rezando sus oraciones y bebió hasta que sintió que la barriga se le hinchaba.
13
Linda estaba sentada en los escalones de la entrada cuando Rusty aparcó el coche. En el jardín trasero, Jackie Wettington empujaba a las pequeñas J en los columpios, y las niñas le pedían que empujara más fuerte y las hiciera subir más alto.
Linda se acercó a él con los brazos extendidos. Le dio un beso en la boca, se hizo atrás para mirarlo, después volvió a besarlo con las manos en sus mejillas y la boca abierta. Él sintió el breve y húmedo contacto de su lengua, e inmediatamente empezó a ponérsele dura. Linda lo sintió y se apretó contra él.
– Caray -dijo Rusty-. Tendremos que pelearnos en público más a menudo. Y, si no paras, también acabaremos haciendo otra cosa en público.
– Lo haremos, pero no en público. Primero… ¿tengo que volver a decirte que lo siento?
– No.
Linda le cogió de la mano y se lo llevó hacia los escalones.
– Bien. Porque tenemos cosas de que hablar. Cosas serias.
Él puso su otra mano sobre la de ella.
– Te escucho.