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– Iré a donde 'sted me diga, Missy Lou. No voy a parar de conducir 'sta que se t'rmine la cerveza. ¿Quie's 'na cerveza?

– Sí, por favor. -La cerveza estaba caliente, pero ella la bebió con ansia. Tenía muchísima sed. Sacó uno de los Perc que llevaba en el bolsillo y lo engulló con otro largo trago. Sintió que el colocón le subía a la cabeza. Estaba bien. Sacó otro Perc y se lo ofreció a Alden.

– ¿Quiere uno de estos? Le hacen sentir a uno mejor.

El hombre aceptó y se lo tragó con cerveza sin molestarse en preguntar qué era. Allí estaba Motton Road. El hombre vio la intersección demasiado tarde y torció trazando una amplia curva, con lo que derribó el buzón de los Crumley. A Sammy no le importó.

– Tómate otra, Missy Lou.

– Gracias, señor. -Cogió otra lata de cerveza y tiró de la anilla.

– ¿Quier's ver a mi shico? -En el resplandor de las luces del salpicadero, los ojos de Alden se veían amarillentos y húmedos. Eran los ojos de un perro que había metido la pata en un agujero y se la había roto-. ¿Quier's ver a mi Rory?

– Sí, señor -dijo Sammy-. Claro que quiero. Yo estaba allí, ¿sabe?

– Todo el mundo 'staba allí. Les alquilé mi campo. S'guramente ayudé a matarlo. No lo sabía, 'so nunca se sabe, ¿verdad?

– No -dijo Sammy.

Alden rebuscó en el bolsillo frontal de su peto y sacó una cartera desgastada. Apartó las dos manos del volante para abrirla, mirando de reojo y rebuscando entre los pequeños bolsillos de celuloide.

– Mis chicos me r'galaron 'sta cartera -dijo-. Ro'y y Orrie. Orrie 'stá vivo.

– Es una cartera muy bonita -dijo Sammy, inclinándose para sujetar el volante. Había hecho lo mismo por Phil cuando vivían juntos. Muchas veces. La furgoneta del señor Dinsmore iba dando bandazos, trazando arcos lentos y hasta cierto punto solemnes, y poco le faltó para derribar otro buzón. Pero no importaba; el pobre viejo solo iba a treinta, y Motton Road estaba desierta. En la radio, la WCIK sonaba a poco volumen: «Sweet Hope of Heaven», de los Blind Boys of Alabama.

Alden le tiró la cartera a la chica.

– Ahí 'tá. Ese's mi chico. Con su 'buelo.

– ¿Conducirá mientras yo lo miro? -preguntó Sammy.

– Claro. -Alden volvió a asir el volante. La furgoneta empezó a moverse un poco más deprisa y un poco más en línea recta, aunque más o menos iba cabalgando sobre la línea blanca.

La fotografía era una desvaída instantánea a color de un niño pequeño y un anciano que se estaban abrazando. El viejo llevaba puesta una gorra de los Red Sox y una mascarilla de oxígeno. El niño tenía una gran sonrisa en el rostro.

– Es un niño muy guapo, señor -dijo Sammy.

– Sí, un niño 'uapo. Un niño 'uapo y listo. -Alden profirió un alarido de dolor sin lágrimas. Sonó como un rebuzno de burro. De sus labios salió volando algo de baba. La furgoneta se descontroló y luego se enderezó otra vez.

– Yo también tengo un niño muy guapo -dijo Sammy. Se echó a llorar. Una vez, recordó entonces, había disfrutado torturando Bratz. De pronto sabía qué se sentía cuando eras tú la que estaba dentro del microondas. Ardiendo en el microondas-. Cuando lo vea le daré un beso. Volveré a darle besos.

– Dale besos -dijo Alden.

– Eso haré.

– Dale besos y 'brázalo y mímalo.

– Eso haré, señor.

– Yo le d'ría besos a mi shico si p'diera. Un b'sito en el m'flete frío-frío.

– Ya sé que sí, señor.

– Pero l'hemos enterrado, 'sta mañana. Ahí mismo.

– Le acompaño en el sentimiento.

– Tómate otra c'rveza.

– Gracias. -Se tomó otra cerveza. Estaba empezando a emborracharse. Era genial estar borracha.

De esta forma siguieron avanzando mientras las estrellas de color rosa se hacían más brillantes por encima de ellos, centelleando pero sin caer: esa noche no había lluvia de meteoritos. Pasaron de largo y sin reducir la velocidad junto a la caravana de Sammy, a la que nunca regresaría.

17

Eran más o menos las ocho menos cuarto cuando Rose Twitchell llamó dando unos golpecitos en el cristal de la puerta del Democrat. Julia, Pete y Tony estaban de pie junto a una mesa montando los números de la última invectiva de cuatro páginas del periódico. Pete y Tony agrupaban páginas; Julia las grapaba y las apilaba.

Al ver a Rose, Julia la saludó enérgicamente con la mano. Rose abrió la puerta y luego se tambaleó un poco.

– Madre mía, qué calor hace aquí dentro.

– Hemos apagado el aire acondicionado para ahorrar combustible -dijo Pete Freeman-, y la fotocopiadora se calienta cuando se usa demasiado. Y eso es lo que ha pasado esta tarde. -Parecía orgulloso. Rose pensó que todos parecían orgullosos.

– Creía que estarías desbordada en el restaurante -dijo Tony.

– Justo lo contrario. Esta noche se podría organizar una caza del ciervo ahí dentro. Me parece que mucha gente prefiere no tener que verme porque a mi cocinero lo han arrestado por asesinato. Y también creo que mucha gente prefiere no tener que ver a mucha otra gente por lo que ha pasado esta mañana en el Food City.

– Vente aquí y coge una copia del periódico -dijo Julia-. Eres chica de portada, Rose.

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