Rennie lo miró muy serio.
– La gente de su calaña es la que causa la mayoría de los problemas del mundo. Si no creyera que su ejecución serviría de fuerza unificadora y catarsis necesaria para el pueblo, haría que el señor Thibodeau le descerrajara un tiro en este preciso instante.
– Hágalo y todo saldrá a la luz -replicó Barbie-. Todos los habitantes del pueblo conocerán su operación. Y entonces a ver cómo logra el consenso en la maldita asamblea de mañana, tirano de pacotilla.
Las venas de los costados del cuello de Big Jim se hincharon; otra palpitación en el centro de la frente. Por un instante pareció que estaba a punto de explotar. Entonces sonrió.
– Sobresaliente en esfuerzo, señor Barbara. Pero miente.
Se fue. Se fueron todos. Barbie se sentó en la cama, sudando. Sabía que estaba muy cerca del límite. Rennie tenía motivos para mantenerlo con vida, pero no eran sólidos. Y luego estaba la nota que le habían entregado Jackie Wettington y Linda Everett. La expresión del rostro de la señora Everett sugería que sabía lo suficiente como para estar aterrorizada, y no solo por sí misma. Habría sido más seguro para él que hubiera intentado huir usando la navaja, dado el nivel de profesionalismo del cuerpo de policía de Chester's Mill, creyó que podría lograrlo. Necesitaría un poco de suerte, pero era factible.
Sin embargo, no tenía ningún modo de decirles que le dejaran intentarlo solo.
Se tumbó y se puso las manos en la nuca. Una pregunta lo acuciaba más que las otras: ¿qué había pasado con la copia del archivo VADER destinado a Julia? Porque ella no lo había recibido; estaba seguro de que Rennie había dicho la verdad al respecto.
No tenía forma de saberlo, y lo único que podía hacer era esperar.
Tumbado de espaldas, mirando al techo, Barbie se puso a ello.
PLAY THAT DEAD BAND SONG
1
Cuando Linda y Jackie regresaron de la comisaría, Rusty y las niñas estaban sentados en el escalón delantero esperándolas. Las niñas aún llevaban puesto el pijama (de algodón ligero, no de franela como era habitual en esa época del año). A pesar de que aún no eran las siete de la mañana, el termómetro que había en la parte exterior de la ventana de la cocina marcaba ya dieciocho grados.
Por lo general, las niñas echaban a correr por el camino del jardín para abrazar a su madre mucho antes que Rusty, pero esa mañana su padre les sacó varios metros. Agarró a Linda de la cintura y ella le echó los brazos al cuello con tanto ímpetu que casi le hizo daño; no fue un abrazo de «hola, guapo», sino el de alguien que se estaba ahogando.
– ¿Estás bien? -le susurró Rusty al oído.
El pelo de Linda rozaba la mejilla de su marido mientras asentía. Entonces se apartó. Le brillaban
– Estaba convencida de que Thibodeau iba a mirar en los cereales, Jackie tuvo la idea de escupir en ellos, una genialidad, pero estaba segura…
– ¿Por qué llora mamá? -preguntó Judy, que parecía a punto de romper a llorar también.
– No estoy llorando -respondió Linda; luego se secó los ojos-. Bueno, quizá un poco. Es que me alegro mucho de ver a vuestro padre.
– ¡Todos nos alegramos de verlo! -le dijo Janelle a Jackie-. ¡Porque mi papá ES EL JEFE!
– Eso es nuevo -dijo Rusty, y acto seguido besó a Linda en la boca de forma apasionada.
– ¡Se están besando en la boca! -exclamó Janelle, fascinada.
Judy se tapó los ojos y se rió.
– Venga, chicas, a los columpios -dijo Jackie-. Luego tenéis que vestiros para ir a la escuela.
– ¡QUIERO DAR UNA VUELTA DE CAMPANA! -gritó Janelle, que encabezó la marcha.
– ¿A la escuela? -preguntó Rusty-. ¿En serio?
– En serio -respondió Linda-. Solo los pequeños, a la escuela primaria de East Street. Medio día. Wendy Goldstone y Ellen Vanedestine se han ofrecido voluntarias para dar clase. Hasta los tres años en una clase, y de cuatro a seis en otra. No sé si aprenderán algo, pero tendrán un lugar al que ir y cierta sensación de normalidad. Quizá. -Miró hacia el cielo, que estaba despejado pero tenía un tono amarillento.
Rusty alzó la vista brevemente, luego apartó un poco a su mujer para poder mirarla con detenimiento.
– ¿Lo habéis logrado? ¿Estás segura?
– Sí, pero casi nos pillan. Estas cosas son divertidas en las películas de espías, pero en la vida real son horribles. No participaré en su fuga, cariño. Por las niñas.
– Los dictadores siempre toman a los niños como rehenes -dijo Rusty-. En algún momento la gente debe plantarse y decir que eso ya no funciona.
– Pero no aquí ni ahora. Esto ha sido idea de Jackie, que se ocupe ella. No pienso tomar parte en ello, y tampoco permitiré que tú lo hagas.
Sin embargo, Rusty sabía que, si se lo pedía, su mujer sería incapaz de negarse; era la expresión que se ocultaba bajo su expresión. Si aquello lo convertía en el jefe, entonces no quería serlo.
– ¿Vas a ir a trabajar? -le preguntó Rusty.