Agarró la manguera del fregadero, la metió entre la dentadura postiza de Arletta Coomb y abrió el agua. Era una manguera de alta presión y el cadáver dio una sacudida en la mesa.
– Para que bajen las galletitas, abuela -gruñó-. No quiero que te atragantes.
– ¡Para! -gritó Fern-. Saldrá todo por el agujero de…
Demasiado tarde.
9
Big Jim miró a Rusty y lanzó una sonrisa que parecía decir «Ya verás la que te espera». Entonces se volvió hacia Carter y Freddy Denton.
– ¿Habéis oído cómo intentaba coaccionarme el señor Everett?
– Sin duda -respondió Freddy.
– ¿Habéis oído cómo me amenazaba con negarme cierto medicamento que podría salvarme la vida si me negaba a dimitir?
– Sí -respondió Carter, que miró a Rusty con odio. El auxiliar médico se preguntaba cómo podía haber sido tan estúpido.
– El medicamento en cuestión podría haber sido Verapamil, que el tipo del pelo largo me administró por vía intravenosa. -Big Jim mostró sus dientes con otra desagradable sonrisa.
Verapamil. Por primera vez Rusty se maldijo a sí mismo por no haber echado un vistazo al historial de Big Jim, que se encontraba en la puerta. No sería la última vez.
– ¿Qué delitos consideráis que se han cometido? -preguntó Big Jim-. ¿Un delito de amenazas?
– Por supuesto, y extorsión -añadió Freddy.
– Al diablo con eso, ha sido un homicidio frustrado -afirmó Carter.
– ¿Y quién creéis que lo ha incitado?
– Barbie -respondió Carter, y le dio un puñetazo en la boca a Rusty. Este no tuvo tiempo de reaccionar, ni siquiera pudo protegerse. Se tambaleó, chocó con una de las sillas y cayó de costado. Le sangraba la boca.
– Eso ha sido resistencia a la autoridad -observó Big Jim-. Pero no basta. Ponedlo en el suelo, chicos. Lo quiero en el suelo.
Rusty intentó huir, pero apenas logró levantarse de la silla antes de que Carter lo agarrara de un brazo y lo obligara a darse la vuelta. Freddy colocó un pie detrás de sus piernas. Carter le dio un empujón.
Carter se arrodilló a su lado y Rusty lanzó una bocanada de aire que rozó la mejilla izquierda del policía. Thibodeau se pasó la mano con un gesto de impaciencia, como alguien que intenta espantar a una mosca molesta. Al cabo de un instante estaba sentado sobre el pecho de Rusty con una sonrisa burlona en los labios. Sí, como en el patio, salvo que allí no había ningún monitor que fuera a obligarlo a parar.
Volvió la cabeza hacia Rennie, que estaba de pie.
– Es mejor que no sigas -dijo Rusty entre jadeos. El corazón le latía con fuerza. Apenas le llegaba el aire. Thibodeau pesaba mucho. Freddy Denton estaba arrodillado junto a ambos. A Rusty le pareció que era como el árbitro de uno de esos combates de lucha libre de pantomima.
– Pues voy a hacerlo, Everett -replicó Big Jim-. De hecho. Dios te bendiga, tengo que hacerlo. Freddy, coge mi móvil. Lo tiene en el bolsillo del pecho y no quiero que se rompa. Ese puñetero me lo ha robado. Puedes añadirlo al informe cuando os lo llevéis a la comisaría.
– Hay más gente que lo sabe -añadió Rusty. Nunca se había sentido tan indefenso. Ni tan estúpido. Tampoco le sirvió de mucho decirse a sí mismo que no era el primero que subestimaba a James Rennie padre-. Hay más gente que sabe lo que has hecho.
– Quizá -admitió Big Jim-. Pero ¿quiénes son? Otros amigos de Dale Barbara. Los mismos que causaron los disturbios en el supermercado, los mismos que quemaron el periódico. Los mismos que han creado la Cúpula, no me cabe la menor duda. Una especie de experimento del gobierno, eso es lo que creo. Pero no somos un puñado de ratas encerradas en una jaula, ¿verdad? ¿Verdad, Carter?
– No.
– Freddy, ¿a qué esperas?
Denton había escuchado a Big Jim con una expresión que decía «Ahora lo entiendo». Cogió el móvil de Big Jim del bolsillo del pecho de Rusty y lo lanzó a uno de los sofás. Luego se volvió hacia Everett.
– ¿Cuánto tiempo llevabais planeando esto? ¿Cuánto tiempo llevabais planeando encerrarnos en el pueblo para observar cómo reaccionábamos?
– Freddy, escucha lo que dices -le pidió Rusty. Las palabras brotaron entre resuellos. Por Dios, Thibodeau pesaba mucho-. Es una locura. No tiene sentido. ¿Es que no ves…?
– Sujétale la mano en el suelo -ordenó Big Jim-. La izquierda.
Freddy obedeció la orden. Rusty intentó apartarla, pero no pudo hacer palanca para zafarse porque Thibodeau le inmovilizaba los brazos.
– Siento tener que hacer esto, amigo, pero los habitantes de este pueblo tienen que entender que debemos someter a los elementos terroristas.
Rennie ya podía ir diciendo que lo sentía, pero en cuanto pisó el puño izquierdo de Rusty con el talón de su zapato, y con sus ciento cinco kilos de peso, Rusty vio que tras los pantalones de gabardina del segundo concejal asomaba un motivo distinto. Estaba disfrutando de la situación, y no solo en un sentido cerebral.