Rusty consideraba esta última opción la más probable. Para los niños del pueblo, entusiasmados por las chucherías que iban a conseguir, ya era Halloween.
– Me da igual lo que tengas entre manos, Stewart -decía Big Jim. Los tres miligramos de Valium no parecían haberlo dulcificado; era el mismo gruñón recalcitrante de siempre-. Quiero que Fernald y tú vayáis allí arriba, y llevaos a Roger con voso… ¿Eh? ¿Qué? -Escuchó-. No tendría ni que decírtelo. ¿Es que no has visto la puñetera televisión? Si se pone muy gallito, le…
Alzó la mirada y vio a Rusty en la puerta. Por un instante, la mirada asustada de Big Jim fue la de un hombre que está repitiendo mentalmente la conversación para averiguar hasta dónde puede haber oído el recién llegado.
– Stewart, ha llegado una persona. Te llamaré más tarde, y cuando hablemos, más vale que me digas lo que quiero oír. -Colgó sin despedirse, alzó el teléfono hacia Rusty y esbozó una sonrisa que mostró la hilera superior de dientes-. Lo sé, lo sé, he sido muy malo, pero los asuntos del pueblo no pueden esperar. -Suspiró-. No es fácil ser el hombre del que depende todo el mundo, sobre todo cuando no te sientes bien.
– Debe de ser difícil -admitió Rusty.
– Dios me ayuda. ¿Quieres saber cuál es mi filosofía de vida?
– Claro.
– Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana.
– ¿Eso crees?
– Lo sé. Y algo que nunca olvido es que cuando rezas para pedir algo que quieres, Dios hace oídos sordos. Pero cuando rezas para pedir algo que necesitas, Dios es todo oídos.
– Ajá. -Rusty entró en la sala de personal. El televisor de la pared estaba sintonizado en la CNN, aunque sin sonido. En ese momento había una fotografía de James Rennie padre, que se alzaba por detrás del busto parlante: era una imagen en blanco y negro, no muy favorecedora. En ella Big Jim aparecía con un dedo y el labio superior alzado. No se trataba de una sonrisa, sino de una mueca de hiena. En el rótulo inferior podía leerse: ¿ERA EL PUEBLO DE LA CÚPULA UN REFUGIO DE TRAFICANTES DE DROGA? Ahora la pantalla mostraba un anuncio del concesionario de Jim Rennie, aquel tan irritante que siempre acababa con la imagen de un vendedor (nunca el propio Big Jim) gritando «¡Con Big Jim TODO irá sobre RUEDAS!».
Rennie señaló el televisor y esbozó una sonrisa triste.
– ¿Ves lo que me están haciendo los amigos de Barbara de ahí fuera? Aunque, ¿a quién le sorprende? Cuando Jesucristo vino a redimir a la humanidad, lo obligaron a cargar con Su propia cruz hasta el monte Calvario, donde murió lleno de sangre y polvo.
Rusty pensó, y no por primera vez, que el Valium era un medicamento muy extraño. No sabía si en el
Rusty acercó una silla y se preparó para auscultar a Rennie con el estetoscopio.
– Levántate la camisa. -Cuando Big Jim dejó el teléfono para obedecer a Rusty, este se lo guardó en el bolsillo del pecho-. Si no te importa, me llevo esto. Lo dejaré en el mostrador del vestíbulo, una zona donde está permitido hablar por el móvil. Las sillas no están tan bien tapizadas como estas, pero no son incómodas.
Temía que Big Jim se quejara, que estallara incluso, pero ni siquiera abrió la boca; dejó al descubierto su prominente barriga de buda, y sus pechos grandes y flácidos. Rusty se inclinó y lo auscultó. Estaba mucho mejor de lo que esperaba. Se habría conformado con ciento diez latidos por minuto y una fibrilación ventricular moderada. Sin embargo, el corazón de Big Jim latía a noventa pulsaciones por minuto, sin arritmias.
– Me siento mucho mejor -afirmó Rennie-. Era el estrés. He estado sometido a un estrés brutal. Me quedaré a descansar un par de horas (¿te das cuenta de que se ve todo el pueblo desde esta ventana, amigo?), y le haré otra visita a Junior. Luego me iré y…