Читаем La Cúpula полностью

A Andy se le saltaron las lágrimas. Puso un brazo sobre los hombros huesudos del hombre antes conocido como Phil Bushey y lo abrazó.

– Te quiero, Chef.

– Gracias, Sanders. Yo también. Acuérdate de tener siempre el arma cargada. A partir de ahora tendremos que montar guardia.

15

Big Jim estaba sentado junto a la cama de su hijo mientras la puesta de sol teñía el cielo de naranja. Douglas Twitchell había ido a ponerle una inyección a Junior, que ahora dormía profundamente. Big Jim sabía que, en cierto sentido, sería mejor que Junior muriera; vivo y con un tumor que le oprimía el cerebro, resultaba imposible saber lo que era capaz de hacer o decir. Era sangre de su sangre, claro, pero tenía que pensar en el bien común; el bien del pueblo. Una de las almohadas que había en el armario le serviría…

Entonces sonó su teléfono. Miró el nombre de la pantalla y frunció el entrecejo. Algo había salido mal. De lo contrario, Stewart no le llamaría tan pronto.

– Qué.

Escuchó con una estupefacción que fue en aumento. ¿Andy estaba ahí? ¿Andy con un fusil?

Stewart esperaba su respuesta. Esperaba que le dijera lo que debía hacer. Ponte a la cola, amigo, pensó Big Jim, y lanzó un suspiro.

– Dame un minuto. Necesito pensar. Ya te llamaré.

Colgó y meditó sobre el nuevo problema que le había surgido. Podía ir al laboratorio con un puñado de policías esa misma noche. En cierto sentido, resultaba una idea atractiva: podía azuzarlos en el Food City y luego encabezar el asalto él mismo. Si Andy moría, mucho mejor. Aquello convertiría a James Rennie padre en el único representante del gobierno del pueblo.

Sin embargo, la asamblea extraordinaria del pueblo iba a celebrarse al día siguiente por la noche. Todo el mundo asistiría y habría preguntas. Estaba convencido de que podría echarle la culpa a Barbara y a los Amigos de Barbara de lo sucedido en el laboratorio de metanfetaminas (para Big Jim, Andy Sanders se había convertido en amigo oficial de Barbara), pero aun así… no.

No.

Quería asustar al rebaño, no sumirlo en un estado de pánico. El pánico no le serviría para llevar a cabo su objetivo, que consistía en hacerse con el control absoluto del pueblo. Y si permitía que Andy y Bushey se quedaran donde estaban durante un tiempo, ¿qué daño podían causar? Quizá, incluso, resultara beneficioso. Bajarían la guardia. Quizá creerían que se habían olvidado de ellos, porque las drogas los volvería estúpidos.

El viernes, sin embargo, pasado mañana, era el puñetero día de la Visita designado por Cox. Todo el mundo acudiría de nuevo en tropel a la granja de Dinsmore. Burpee montaría otro tenderete de perritos calientes. Mientras se organizaba ese lío de tres pares de cajones y mientras Cox celebraba su rueda de prensa a solas, Big Jim podía encabezar un grupo de dieciséis o dieciocho policías, dirigirse a la emisora de radio y cargarse a aquellos dos pendencieros colocados.

Sí, esa era la respuesta.

Llamó a Stewart y le dijo que se fuera de allí.

– Pero creía que querías el propano -dijo Stewart.

– Ya lo recuperaremos -replicó Big Jim-. Y podrás ayudarnos a librarnos de esos dos, si quieres.

– Claro que quiero. Ese hijo de puta, perdona, Big Jim, ese hijo de la Gran Bretaña de Bushey debe recibir su merecido.

– Lo recibirá. El viernes por la tarde. No conciertes ninguna cita.

Big Jim volvía a sentirse bien, el corazón latía de forma lenta y regular en el pecho, ni el menor atisbo de palpitaciones. Era una buena señal, porque tenía mucho que hacer, empezando por la charla a los policías de esa misma noche en el Food City: el entorno adecuado para resaltar la importancia de contratar a más agentes. Nada como un escenario de destrucción para que la gente siguiera a su líder a ciegas.

Estaba saliendo de la habitación, pero de pronto regresó y le dio un beso en la mejilla a su hijo, que seguía durmiendo. Quizá fuera necesario deshacerse también de Junior, pero de momento eso podía esperar.

16

Cae otra noche en el pequeño pueblo de Chester's Mills; otra noche bajo la Cúpula. Pero no hay descanso para nosotros; tenemos que asistir a dos reuniones, y también deberíamos ir a echar un vistazo a Horace el corgi antes de irnos a dormir. Esta noche Horace le hace compañía a Andrea Grinnell, y aunque está esperando a que llegue el momento oportuno, no se ha olvidado de las palomitas desperdigadas entre el sofá y la pared.

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