Norrie se llevó un susto tan grande que no pudo gritar, lo cual fue una suerte; cuando la luna rosa iluminó la cara del hombre que la abordó, vio que se trataba de Romeo Burpee.
– Me has pegado un susto de muerte -susurró la chica.
– Lo siento. Solo estaba vigilando. -Rommie le soltó el brazo y miró alrededor-: ¿Dónde están tus novietes?
Norrie sonrió al oírlo.
– No lo sé. Nos dijeron que viniéramos por separado y por distintos caminos. Es lo que nos pidió la señora Everett. -Miró cuesta abajo-. Creo que se acerca Joey. Deberíamos entrar.
Se dirigieron hacia la luz de las lámparas. La puerta de la casa parroquial estaba abierta. Rommie golpeó sin hacer demasiado ruido el marco de la mosquitera y dijo:
– Rommie Burpee y una amiga. Si hay que dar un santo y seña no nos lo han dicho.
Piper Libby abrió y los dejó entrar. Miró a Norrie con curiosidad.
– ¿Y tú quién eres?
– Que me aspen si no es mi nieta -dijo Ernie al entrar en la sala. Tenía un vaso de limonada en una mano y una sonrisa en la cara- Ven aquí, chica. Te he echado mucho de menos.
Norrie le dio un fuerte abrazo y un beso, tal como le había pedido su madre. No esperaba tener que obedecer esas órdenes tan pronto, pero se alegró de hacerlo. Y a él podía contarle la verdad que, de otro modo, no le habrían arrancado delante de sus amigos ni torturándola.
– Abuelo, tengo mucho miedo.
– A todos nos pasa lo mismo, cariño. -El anciano la abrazó con más fuerza y luego la miró a la cara-. No sé qué haces aquí, pero ya que has venido, ¿te apetece una limonada?
Norrie vio la cafetera y dijo:
– Preferiría un café.
– Yo también -dijo Piper-. La cargué de café bien fuerte y luego me di cuenta de que no tengo electricidad. -Meneó la cabeza como si necesitara aclararse las ideas-. No para de sucederme una y otra vez.
Alguien más llamó a la puerta; entró Lissa Jamieson con las mejillas sonrosadas.
– He escondido la bicicleta en su garaje, reverenda Libby. Espero que no le importe.
– Perfecto. Y ya que nos vamos a embarcar en una conspiración criminal, tal como sin duda afirmarían Rennie y Randolph, más vale que me llames Piper.
18
Todos llegaron pronto, y Piper abrió la sesión del Comité Revolucionario de Chester's Mills cuando acababan de dar las nueve. Lo primero que la impresionó fue la desigualdad en cuanto a división de sexos: había ocho mujeres y solo cuatro hombres. Y de los cuatro, uno había sobrepasado la edad de jubilación y dos no podían ir al cine a ver películas para mayores de diecisiete años. Tuvo que recordarse a sí misma que cientos de guerrillas de todo el mundo habían entregado armas a mujeres y niños de la misma edad, o aún menores, que los asistentes a la reunión de esa noche. Eso no significaba que fuera lo correcto, pero en ocasiones lo correcto y lo necesario entraban en conflicto.
– Me gustaría que todos agacháramos la cabeza durante un minuto -dijo Piper-. No voy a rezar porque ya no estoy segura de con quién hablo cuando lo hago. Pero quizá os apetezca dedicarle unas palabras a vuestro Dios, porque esta noche necesitamos toda la ayuda posible.
Todos obedecieron. Algunos aún tenían la cabeza agachada y los ojos cerrados cuando Piper alzó la vista para mirarlos: dos mujeres policía que habían sido despedidas hacía muy poco, un gerente de supermercado jubilado, una periodista que ya no tenía periódico para el que escribir, una bibliotecaria, la propietaria del restaurante del pueblo, una viuda por culpa de la Cúpula que no dejaba de darle vueltas a la alianza de matrimonio, el magnate de los grandes almacenes del pueblo y tres chicos, con un rostro en el que se reflejaba una inusitada solemnidad, apretujados en el sofá.
– Bueno, amén -dijo Piper-. Voy a ceder el turno de palabra a Jackie Wettington, que sabe lo que se hace.
– Creo que pecas de optimismo -afirmó Jackie-. Por no decir de precipitación. Porque voy a cederle la palabra a Joe McClatchey.
Joe se sorprendió.
– ¿Yo?
– Pero antes de que empiece -prosiguió la mujer-, voy a pedirles a sus amigos que monten guardia. Norrie delante y Benny detrás. -Jackie vio la mueca de descontento que se dibujó en sus rostros y alzó una mano para adelantarse a las quejas-. No se trata de una excusa para haceros salir de la sala; es importante. No es necesario que os diga que si Rennie y sus hombres descubren nuestro cónclave, podríamos meternos en un buen problema. Vosotros dos sois los más pequeños. Encontrad algún buen escondite entre las sombras y ocultaos. Si se acerca alguien con pinta sospechosa, o si aparece algún coche patrulla, dad palmadas así. -Dio una palmada, luego dos y luego otra-. Os lo explicaremos todo más tarde, os lo prometo. La nueva política es información sin barreras, nada de secretos.
Cuando se fueron, Jackie se volvió hacia Joe.
– Cuéntales a todos lo de la caja. Tal como se lo explicaste a Linda. De cabo a rabo.
Joe obedeció y se puso en pie, como si estuviera en la escuela respondiendo a las preguntas del profesor.