Algo frío dio un lametón en la mejilla de Andrea. Lo apartó y se puso de lado. Por un instante estuvo a punto de sumirse de nuevo en un sueño reparador, pero oyó un ladrido.
– Cállate, Horace. -Se tapó la cabeza con el cojín.
Otro ladrido y, acto seguido, los quince kilos de corgi aterrizaron en sus piernas.
– ¡Ah! -gritó Andi al tiempo que se incorporaba. Clavó la mirada en un par de ojos brillantes, color avellana y un rostro astuto y sonriente. Sin embargo, había algo que interrumpía esa sonrisa. Un sobre marrón de papel manila. Horace lo dejó sobre el estómago de la mujer y bajó al suelo de un salto. En teoría solo podía subir a sus propios muebles, pero la voz muerta le dio a entender que se trataba de una emergencia.
Andrea cogió el sobre; tenía las marcas de los dientes de Horace y unas manchas apenas visibles de sus patas. También había una palomita pegada; la quitó de un manotazo. El contenido abultaba bastante. En el anverso, impresas en mayúscula, podían leerse las palabras CARPETA VADER. Debajo, también impresas: JULIA SHUMWAY.
– ¿Horace? ¿De dónde has sacado esto?
El corgi no pudo responder, claro, pero no fue necesario. La palomita fue reveladora. De pronto le vino a la cabeza un recuerdo tan difuso e irreal que le pareció un sueño. ¿Había sido un sueño o realmente Brenda Perkins había llamado a su puerta tras esa terrible primera noche de síndrome de abstinencia, mientras tenían lugar los disturbios en el otro extremo del pueblo?
«¿Podrías guardarme esto, cielo? Solo durante un rato. Tengo que hacer un recado y no quiero llevarlo encima.»
– Estuvo aquí -le dijo a Horace-, y llevaba este sobre. Lo cogí… al menos creo que lo hice… pero de repente me entraron ganas de vomitar. De nuevo. Quizá lo tiré en la mesa mientras corría hacia el baño. ¿Se cayó? ¿Lo has encontrado en el suelo?
Horace dio un ladrido agudo. Quizá fue un asentimiento; o quizá fue un «Estoy listo para seguir jugando con la pelota si quieres».
– Bueno, gracias -dijo Andrea-. Eres un buen perro. Se lo daré a Julia en cuanto regrese.
Ya no tenía sueño, ni tampoco, de momento, temblores. Pero sentía curiosidad. Porque Brenda había muerto. Asesinada. Y debían de haberla matado poco después de que le entregara el sobre. Un hecho que tal vez lo convertía en algo importante.
– Solo voy a echar un vistazo, ¿vale? -dijo.
Horace ladró de nuevo. A Andi Grinnell le pareció un «¿Y por qué no?».
Andrea abrió el sobre y la mayoría de los secretos de Big Jim Rennie cayeron en su regazo.
22
Claire fue la primera en llegar a casa. Luego Benny y después Norrie. Los tres estaban sentados juntos en el porche del hogar de los McClatchey cuando llegó Joe, atajando por los jardines, al amparo de las sombras. Benny y Norrie bebían una lata de Dr. Brown's Cream Soda caliente. Claire sostenía una botella de la cerveza de su marido mientras se balanceaba lentamente en la mecedora. Joe se sentó junto a ella y Claire rodeó sus hombros huesudos con un brazo.
– Tío -dijo Benny tendiéndole la soda que le estaban guardando-. Empezábamos a preocuparnos.
– La señorita Shumway tenía más preguntas sobre la caja -dijo Joe-. Más de las que podía responder, en realidad. Jo, qué calor hace, ¿no? Parece una noche de verano. -Alzó la mirada hacia el cielo-. Y mirad la luna.
– No quiero -replicó Norrie-. Da miedo.
– ¿Estás bien, cariño? -preguntó Claire.
– Sí, mamá. ¿Y tú?
La mujer sonrió.
– No lo sé. ¿Funcionará el plan? ¿Qué opináis, chicos? Quiero decir qué opináis de verdad.
Por un instante nadie respondió, y esa reacción la asustó. Entonces Joe le dio un beso en la mejilla y dijo:
– Funcionará.
– ¿Estás seguro?
– Sí.
Claire siempre sabía cuándo mentía, aunque también sabía que quizá acabaría perdiendo esa facultad con el paso del tiempo, pero le pareció que en esa ocasión decía la verdad. Le devolvió el beso, con su aliento cálido y hasta cierto punto paternal, debido a la cerveza.
– Mientras no haya derramamiento de sangre…
– Nada de sangre -le aseguró Joe.
Ella sonrió.
– De acuerdo; con eso me basta.
Permanecieron un rato sentados en la oscuridad, sin apenas abrir la boca. Luego entraron en casa, mientras el pueblo conciliaba el sueño bajo la luna rosa.
Era poco más de medianoche.
SANGRE POR TODAS PARTES
1
Eran las doce y media de la madrugada del 26 de octubre cuando Julia entró en casa de Andrea. Lo hizo sin hacer ruido, aunque no había ninguna necesidad; oía la música de la pequeña radio portátil de Andi, los Staples Singers pateando traseros santurrones con «Get Right Church».
Horace salió corriendo a recibirla por el pasillo, meneando el trasero y dedicándole esa sonrisa ligeramente enajenada de la que solo los corgis son capaces. Se inclinó ante ella con las patas extendidas y Julia le rascó brevemente detrás de las orejas: ese era su punto débil.
Andrea estaba sentada en el sofá bebiendo un vaso de té frío.