– Perdona por la música -dijo mientras bajaba el volumen-. No podía dormir.
– Estás en tu casa, cielo -replicó Julia-. Y, para ser la WCIK, eso que suena tiene muchísima marcha.
Andi sonrió.
– Llevan desde la tarde poniendo góspel movidito. Me siento como si me hubiera tocado la lotería. ¿Qué tal ha ido tu reunión?
– Bien. -Julia se sentó.
– ¿Quieres que hablemos de ello?
– A ti no te hacen falta más preocupaciones. Necesitas concentrarte en tu recuperación. Y ¿sabes una cosa? Se te ve un poco mejor.
Era cierto. Andi todavía estaba pálida y demasiado delgada, pero las oscuras ojeras de los últimos días se habían desvaído un poco y brillaba una chispa en sus ojos.
– Gracias por decírmelo.
– ¿Se ha portado bien Horace?
– Muy bien. Hemos jugado a la pelota y luego hemos dormido un poco los dos. Si estoy mejor, seguramente es por eso. Nada como una siesta para que una chica consiga estar guapa.
– ¿Qué tal la espalda?
Andrea sonrió. Fue una extraña sonrisa de complicidad en la que no había demasiado humor.
– Mi espalda está bien. Apenas siento una pequeña punzada, incluso cuando me agacho. ¿Sabes qué creo?
Julia negó con la cabeza.
– Creo que, cuando se trata de medicamentos, el cuerpo y la mente se unen para conspirar. Si el cerebro quiere fármacos, el cuerpo le ayuda y dice: «No te preocupes, no te sientas culpable, a mí de verdad me duele». No estoy hablando exactamente de ser hipocondríaco, no es tan sencillo mentalmente. Es más bien que… -Perdió el hilo, y también su mirada se perdió en algún lugar mientras ella se alejaba mentalmente de allí.
Entonces regresó.
– La naturaleza humana puede ser destructiva. Dime, ¿crees que un pueblo es igual que un cuerpo?
– Sí -respondió Julia al instante.
– ¿Y que puede decir que le duele algo para que el cerebro le dé esos fármacos que ansia?
Julia lo pensó y luego asintió con la cabeza.
– Sí.
– Y, ahora mismo, Big Jim Rennie es el cerebro de este pueblo, ¿verdad?
– Sí, cielo. Yo diría que sí.
Andrea se quedó sentada en el sofá con la cabeza gacha. Después apagó la pequeña radio a pilas y se puso en pie.
– Me parece que voy a subir a acostarme. Y, ¿sabes?, creo que a lo mejor hasta conseguiré dormir un poco.
– Eso está bien. -Y después, sin que pudiera pensar en ninguna razón para hacerlo, Julia preguntó-: Andi, ¿ha pasado algo mientras he estado fuera?
Andrea pareció sorprendida.
– Pues claro que sí. Horace y yo hemos jugado a la pelota. -Se agachó sin mostrar el menor gesto de dolor (un movimiento que apenas una semana antes habría dicho que era incapaz de realizar) y alargó una mano. Horace se le acercó y dejó que le acariciara la cabeza-. Es muy bueno jugando a traer cosas.
2
En su habitación, Andrea se sentó en la cama, abrió el sobre de VADER y empezó a leer de nuevo los documentos. Esta vez con más atención. Cuando por fin volvió a meter las hojas en el sobre de papel manila, eran cerca de las dos de la madrugada. Guardó el sobre en el cajón de la mesita que tenía junto a la cama, donde tenía también el revólver del calibre 38 que su hermano Douglas le había regalado por su cumpleaños hacía dos años. Ella se había sentido consternada, pero Dougie había insistido en que una mujer que vivía sola necesitaba protección.
Cogió el revólver, abrió el tambor y comprobó las recámaras. La que se colocaría bajo el percutor cuando apretara el gatillo por primera vez, siguiendo las instrucciones de Twitch, estaba vacía. Las otras cinco estaban cargadas. Andrea guardaba más balas en el estante de arriba del armario, pero no tendría ocasión de recargar el arma. El pequeño ejército de policías de ese hombre la abatiría antes.
Además, si no era capaz de matar a Rennie con cinco tiros, probablemente de todas formas no merecía seguir viviendo.
– Al fin y al cabo -murmuró al volver a dejar el arma en el cajón-, ¿para qué, si no, vuelvo a sentirme firme? -La respuesta parecía muy clara ahora que tenía el cerebro limpio de Oxy: se sentía firme para disparar con firmeza-. Amén a eso -dijo, y apagó la luz.
Cinco minutos después, dormía.
3
Junior estaba más que despierto. Estaba sentado en la única silla que había en la habitación del hospital, junto a la ventana, mirando cómo esa extraña luna rosa descendía y se escurría tras un manchón negro de la Cúpula que era nuevo para él. Ese era más grande y estaba mucho más arriba que el que habían dejado los impactos fallidos de los misiles. ¿Habrían realizado algún otro intento de atravesar la Cúpula mientras estaba inconsciente? No lo sabía y tampoco le importaba. La cuestión era que la Cúpula aún resistía. De no ser así, el pueblo estaría iluminado como si fuera Las Vegas y plagado de GI Joes. Bueno, había alguna luz aquí y allá señalando a unos cuantos insomnes impenitentes, pero la mayor parte de Chester's Mills dormía. Eso estaba bien, porque Junior tenía cosas en que pensar.
Concretamente en Baaarbie y en los amigos de Barbie.