Читаем La Cúpula полностью

Junior, sentado junto a la ventana, ya no tenía dolor de cabeza y había recuperado sus recuerdos, pero sabía muy bien que era un chico enfermo. Sentía una sospechosa debilidad en toda la parte izquierda del cuerpo, y de vez en cuando le caía baba por la comisura de los labios. Si se la limpiaba con la mano derecha, unas veces sentía piel contra piel y otras veces no. Además de eso, veía una mancha oscura con forma de cerradura, bastante grande, flotando a la izquierda de su campo de visión. Como si se le hubiese reventado algo dentro del globo ocular. Supuso que así era.

Recordaba la rabia salvaje que sintió el día de la Cúpula; recordaba haber perseguido a Angie por el pasillo y hasta la cocina, haberla lanzado contra la nevera y haberle clavado la rodilla en la cara. Recordaba el sonido que produjo, como si detrás de esos ojos se escondiese una bandeja de porcelana y su rodilla la hubiese hecho añicos. Esa rabia ya había desaparecido. Su lugar lo ocupaba una ira sedosa que recorría su cuerpo y manaba de una fuente insondable que nacía en lo más profundo de su cabeza, un manantial que lo helaba y lo despejaba al mismo tiempo.

El viejo capullo al que Frankie y él habían hecho salir corriendo en Chester Pond se había presentado allí esa mañana para examinarlo. El viejo capullo se había comportado con mucha profesionalidad, le había tomado la temperatura y la presión sanguínea, le había preguntado qué tal el dolor de cabeza e incluso le había comprobado los reflejos de la rodilla con un pequeño martillo de goma. Después, cuando se marchó, Junior oyó comentarios y risas. Oyó mencionar el nombre de Barbie y se arrastró hasta la puerta.

Eran el viejo capullo y una de las enfermeras voluntarias, esa espagueti guapa que se llamaba Buffalo o algo parecido a Buffalo. El viejo capullo le desabrochaba la parte de arriba y le magreaba las tetas. Ella le bajaba la cremallera y le sobaba la polla. Una perniciosa luz verde los envolvía.

– Junior y su amigo me dieron una paliza -decía el viejo capullo-, pero ahora su amigo está muerto y él pronto lo estará también. Órdenes de Barbie.

– A Barbie me gusta chuparle el nabo como si fuera un helado -dijo la tal Buffalo, y al viejo capullo le pareció gracioso.

Después, al parpadear, Junior los vio simplemente hablando en el pasillo. Sin aura verde, sin hacer guarradas. Así que a lo mejor había sido una alucinación. Por otro lado, tal vez no lo fuera. Una cosa estaba clara: todos ellos estaban metidos en el fregado. Todos estaban compinchados con Baaarbie. De momento seguía en la cárcel, pero eso solo era temporal. Para ganarse simpatías, seguramente. Todo formaba parte del plaaan de Baaarbie. Además, seguro que pensaba que en la cárcel estaría a salvo de Junior.

– Se equivoca -susurró mientras seguía sentado junto a la ventana, mirando fuera, a la noche, con su visión defectuosa-. Se equivoca completamente.

Junior sabía muy bien qué le había pasado; lo había visto claro en un arrebato de lucidez y tenía una lógica irrefutable. Padecía una intoxicación por talio, lo mismo que le había pasado a aquel ruso en Inglaterra. Las placas de identificación de Barbie estaban recubiertas de polvo de talio, Junior las había manoseado y ahora se estaba muriendo. Además, había sido su padre quien lo había enviado al apartamento de Barbie, y eso quería decir que también él estaba compinchado. Era otro de los de Barbie… otro… ¿cómo se llamaban esos tíos…?

– Subalternos -susurró Junior-. Nada más que otro de los suba al tren dos de Big Jim Rennie.

Si uno se paraba a pensarlo (si pensaba con la mente clara), tenía mucho sentido. Su padre quería cerrarle la boca por lo de Coggins y Perkins. De ahí la intoxicación por talio. Todo estaba relacionado.

Fuera, más allá del césped de la entrada, un lobo cruzó el aparcamiento a la carrera. En el césped había dos mujeres desnudas haciendo el 69. «Sesenta y nueve, ¡chupa y huele!», solían entonar Frankie y él cuando eran niños y veían a dos chicas paseando juntas; no sabían qué quería decir, solo que era una grosería. Una de esas comerrajitas se parecía a Sammy Bushey. La enfermera (se llamaba Ginny) le había dicho que Sammy había muerto, lo cual evidentemente era mentira y quería decir que Ginny también estaba en el ajo; en el ajo con Baaarbie.

¿Es que no había nadie en todo el pueblo que no estuviera compinchado? ¿En quien pudiera confiar?

Sí, se dio cuenta de que había dos personas. Los niños que Frank y él habían encontrado en el Pond, Alice y Aidan Appleton. Recordaba sus ojos asustados y cómo la niña se abrazó a él cuando la cogió en brazos. Al decirle que estaba a salvo, ella le preguntó: «¿Me lo prometes?», y Junior le respondió que sí. Esa promesa le hizo sentirse muy bien. El confiado peso de la niña también le hizo sentirse bien.

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