Dio un codazo a Carter.
– Es hora de poner en marcha el espectáculo.
– Vale. -Carter se acercó corriendo hasta donde estaba Randolph en los escalones del ayuntamiento (
– Entraremos por la puerta lateral -dijo Big Jim. Consultó su reloj-. Dentro de cinco… no, de cuatro minutos. Tú irás delante, Peter; yo iré el segundo; Carter, tú detrás de mí. Iremos directos al estrado, ¿de acuerdo? Caminad con firmeza… nada de arrastrar los dichosos pies. Habrá aplausos. Manteneos en posición de «firmes» hasta que empiecen a decaer. Después sentaos. Peter, tú a mi izquierda. Carter, a mi derecha. Yo me adelantaré al atril. Primero rezaremos, luego todo el mundo se pondrá en pie para cantar el himno nacional. Después de eso, hablaré y repasaré el orden del día cagando leches. Votarán que sí a todo. ¿Lo tenéis?
– Estoy nervioso como una colegiala -confesó Randolph.
– Pues no lo estés. Todo va a salir bien.
En eso desde luego se equivocaba.
16
Mientras Big Jim y su séquito se encaminaban hacia la puerta lateral del ayuntamiento, Rose torcía por el camino de entrada de los McClatchey con la furgoneta de su restaurante. Detrás de ella iba el sencillo Chevrolet sedán que conducía Joanie Calvert.
Claire salió de la casa con una maleta en una mano y una bolsa de lona llena de comida en la otra. Joe y Benny Drake también llevaban maletas, aunque la mayoría de la ropa que había en la de Benny había salido de los cajones de Joe. Benny llevaba otra bolsa de lona, más pequeña, cargada con todo lo que había podido encontrar en la despensa de los McClatchey.
Desde el pie de la cuesta llegó el sonido amplificado de unos aplausos.
– Daos prisa -dijo Rose-. Ya están empezando. Es hora de poner pies en polvorosa. -Lissa Jamieson iba con ella. Deslizó la puerta de la furgoneta para abrirla y empezó a cargar bultos dentro.
– ¿Tenemos lámina de plomo para cubrir las ventanas? -le preguntó Joe a Rose.
– Sí, y también unos trozos de sobra para el coche de Joanie. Llegaremos hasta donde tú digas que es seguro y luego taparemos las ventanillas. Dame esa maleta.
– Esto es una locura, ¿sabes? -dijo Joanie Calvert. Caminó desde su coche hasta la furgoneta del Sweetbriar en una línea bastante recta, lo cual hizo pensar a Rose que solo se había tomado una o dos copas para infundirse valor. Eso era buena señal.
– Seguramente tienes razón -dijo Rose-. ¿Estás preparada?
Joanie suspiró y después pasó un brazo sobre los flacos hombros de su hija.
– ¿Para qué? ¿Para ir de cabeza al desastre? ¿Por qué no? ¿Cuánto tiempo tendremos que quedarnos allí arriba?
– No lo sé -dijo Rose.
Joanie soltó otro suspiro.
– Bueno, al menos no hace frío.
Joe le preguntó a Norrie:
– ¿Dónde está tu abuelo?
– Con Jackie y el señor Burpee en la furgoneta que hemos robado en Coches Rennie. Esperará fuera mientras ellos entran a sacar a Rusty y al señor Barbara. -Le dedicó una sonrisa muerta de miedo-. Será su hombre al volante.
– No hay tonto más tonto que un viejo tonto -comentó Joanie Calvert.
A Rose le dieron ganas de armarse de valor y soltarle un tortazo, y al mirar a Lissa se dio cuenta de que ella había sentido lo mismo, pero no era momento de ponerse a discutir, y menos aún de liarse a puñetazos.
– ¿Y Julia? -preguntó Claire.
– Viene con Piper. Y con su perro.
Desde el centro llegó la voz amplificada del Coro Unido de Chester's Mills (y las voces de los que estaban sentados en los bancos del exterior) cantando «The Star-Spangled Banner».
– Vamos -dijo Rose-. Yo iré la primera.
Joanie Calvert repitió con triste buen humor:
– Al menos no hace frío. Vamos, Norrie, haz de copiloto de tu vieja madre.
17
Al sur de la Maison des Fleurs de LeClerc había un callejón de reparto, y allí estaba aparcada la furgoneta robada de la compañía telefónica, con el morro asomando. Ernie, Jackie y Rommie Burpee estaban sentados dentro escuchando el himno nacional que llegaba desde calle abajo. Jackie sintió una punzada en los ojos y vio que no era la única que se había emocionado: Ernie, al volante, se había sacado un pañuelo del bolsillo de atrás y estaba secándose los ojos.
– Supongo que no necesitamos que Linda nos dé la voz de alarma. -«Alagma», dijo Rommie-. No esperaba esos altavoces. De mi almacén no han salido.
– Aun así, está bien que la gente la vea en la asamblea -dijo Jackie-. ¿Tienes la máscara, Rommie?
Él levantó la careta de Dick Cheney estampada en plástico. A pesar de sus diversas existencias, Rommie no había podido proporcionarle a Jackie una careta de Ariel, la Sirenita, así que tuvo que conformarse con la de la amiguita de Harry Potter, Hermione. La máscara de Darth Vader de Ernie estaba detrás de su asiento. Jackie pensó que si llegaba a tener que ponérsela, seguramente estarían en graves apuros, pero no lo dijo.