– Nada de presidentes para mí esta noche -dijo Rose-. Tendrá que decir él solo el «Dios bendiga a América». Las cinco de la madrugada llegan enseguida. -Los domingos el Sweetbriar Rose no abría hasta las siete de la mañana, pero había que hacer preparativos. Siempre había preparativos. Y los domingos eso incluía rollitos de canela-. Vosotros quedaos levantados para verlo si queréis, chicos. Solo aseguraos de dejar esto bien cerrado cuando os marchéis. La puerta de delante y la de atrás. -Se dispuso a levantarse.
– Rose, tenemos que hablar de mañana -dijo Barbie.
– A la mier… coles, mañana será otro día. Déjalo correr por ahora, Barbie. Cada cosa a su tiempo. -Pero debió de ver algo en su cara, porque volvió a sentarse-. Está bien, ¿a qué viene esa cara tan seria?
– ¿Cuándo compraste propano por última vez?
– La semana pasada. Estamos casi a tope. ¿Eso es todo lo que te preocupa?
No era todo, era más bien donde empezaban sus preocupaciones. Barbie hizo cálculos. El Sweetbriar Rose tenía dos depósitos adosados. Cada uno con capacidad para mil doscientos o mil trescientos litros, no recordaba exactamente cuántos. Lo comprobaría por la mañana, pero si Rose estaba en lo cierto, disponía de más de dos mil doscientos litros. Eso estaba bien. Un poco de suerte en un día que había sido espectacularmente desafortunado para todo el pueblo. Sin embargo, no había manera de saber cuánta mala suerte tenían aún por delante. Y dos mil doscientos litros de propano no durarían siempre.
– ¿A qué ritmo se consume? -le preguntó-. ¿Alguna idea?
– ¿Por qué importa eso?
– Porque ahora mismo tu generador está suministrando corriente a todo esto. Las luces, las estufas, las neveras, las bombas. Incluso la calefacción, si es que esta noche hace tanto frío como para encenderla. El generador come propano para hacer todo eso.
Se quedaron callados un momento, escuchando el rugido constante del Honda casi nuevo que estaba detrás del restaurante.
Anson Wheeler se les acercó y se sentó.
– El generador traga siete litros y medio de propano cada hora a un sesenta por ciento de utilización -dijo.
– ¿Cómo sabes tú eso? -preguntó Barbie.
– Lo he leído en la etiqueta. Si todo funciona con propano, que es como estamos más o menos desde este mediodía, cuando se ha ido la luz, seguramente el generador se habrá tragado unos once litros cada hora. Puede que un poco más.
La respuesta de Rose fue inmediata.
– Anse, apaga todas las luces menos las de la cocina. Ahora mismo. Y baja el termostato de la calefacción a diez grados. -Lo pensó un momento-. No, apágalo.
Barbie sonrió y alzó los pulgares. Rose lo había pillado. No todo el mundo en Mills lo habría hecho. No todo el mundo en Mills querría hacerlo.
– Vale. -Pero Anson titubeó-. ¿No creéis que mañana por la mañana ya… como mucho mañana por la tarde…?
– El presidente de Estados Unidos va a dar un discurso por la tele -dijo Barbie-. A medianoche. ¿Tú qué crees, Anse?
– Creo que será mejor que apague las luces -respondió.
– Y el termostato, que no se te olvide -añadió Rose. Mientras el chico corría a hacerlo, ella le dijo a Barbie-: Haré lo mismo en mi casa cuando suba. -Viuda desde hacía diez años o más, Rose vivía encima de su restaurante.
Barbie asintió. Le había dado la vuelta a uno de los manteles individuales de papel («¿Has visitado estos 20 monumentos de Maine?») y estaba haciendo cálculos en el reverso. Entre cien y ciento diez litros de propano consumidos desde que había aparecido la barrera. Eso les dejaba unos dos mil ciento cincuenta litros. Si Rose podía recortar su consumo hasta noventa y cinco litros al día, teóricamente podría aguantar unas tres semanas. Si recortaba hasta setenta y cinco -lo que seguramente conseguiría cerrando entre el desayuno y la comida, y lo mismo entre la comida y la cena-, podría alargarlo hasta casi un mes.
– ¿En qué piensas? -preguntó Rose-. Y ¿de qué van todos esos números? No tengo ni idea de lo que significan.
– Porque los estás mirando al revés -dijo Barbie, y se dio cuenta de que eso podría aplicarse a todos los del pueblo. Nadie querría mirar al derecho esos números.
Rose giró hacia ella el improvisado bloc de notas de Barbie. Repasó los cálculos en silencio. Después alzó la cabeza y miró a Barbie, alarmada. En ese momento, Anson apagó casi todas las luces y los dos se quedaron mirándose en una penumbra que resultaba, al menos para Barbie, horriblemente convincente. Podían acabar metidos en serios problemas.
– ¿Veintiocho días? -preguntó Rose-. ¿Crees que tenemos que planificar para cuatro semanas?