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Rose se sentó a la mesa del centro del salón a fumar un cigarrillo (en los locales públicos no estaba permitido fumar, pero Barbie no la delataría). Se quitó la redecilla del pelo y le dirigió una sonrisa lánguida mientras él se sentaba frente a ella. Detrás, Anson, con su melena larga hasta los hombros liberada ya de su gorra de los Red Sox, limpiaba la barra.

– Y yo que pensaba que el Cuatro de Julio era horroroso. Esto ha sido peor -dijo Rose-. Si no hubieras aparecido, habría acabado acurrucada en un rincón llamando a gritos a mi mamá.

– Pasó una rubia en una F-150 -dijo Barbie; sonrió al recordarlo-. Le faltó poco para llevarme. Si me hubiera recogido, a lo mejor ahora estaría fuera. Por otro lado, podría haberme pasado lo mismo que a Chuck Thompson y a la mujer que iba con él en la avioneta. -El nombre de Thompson había aparecido en las noticias de la CNN; la mujer no había sido identificada.

Pero Rose sabía quién era.

– Claudette Sanders. Estoy casi segura de que era ella. Dodee me dijo ayer que su madre tenía hoy clase.

En la mesa, entre ambos, había un plato de patatas fritas. Barbie había alargado el brazo para coger una. Entonces se detuvo. De repente ya no quería más patatas fritas. No quería más de nada. El charco rojo que había a un lado del plato parecía más sangre que kétchup.

– O sea que por eso no ha venido Dodee.

Rose se encogió de hombros.

– Tal vez. No puedo asegurarlo. No he tenido noticias de ella. Tampoco es que lo esperase, con los teléfonos cortados.

Barbie dio por sentado que se refería a los teléfonos fijos, pero desde la cocina había oído a la gente quejarse de los problemas que tenían para conseguir línea por el móvil. La mayoría pensaba que era porque todo el mundo intentaba llamar a la vez y estaban colapsando la banda. Otros creían que el influjo de la gente de la tele -seguramente cientos, a esas horas, cargados con Nokias, Motorolas, iPhones y BlackBerries- era el causante del problema. Barbie tenía sospechas más oscuras; a fin de cuentas, aquello era una situación de seguridad nacional en una época en la que el país entero sufría de paranoia terrorista. Algunas llamadas sí conseguían conectar, pero cada vez eran menos, a medida que avanzaba la noche.

– Por supuesto -dijo Rose-, también puede ser que a Dodee se le haya metido en esa cabeza llena de aire que debe mandar a paseo el trabajo e irse al centro comercial de Auburn.

– ¿Sabe el señor Sanders que era Claudette quien volaba en la avioneta?

– No estoy segura, pero me sorprendería muchísimo que a estas alturas no lo supiera. -Y cantó, con voz débil pero melodiosa-: «Esta es una ciudad pequeña, ya sabes lo que quiero decir».

Barbie sonrió un poco y cantó el siguiente verso:

– «Solo una ciudad pequeña, cariño, y aquí todos apoyamos al equipo.» -Era una antigua canción de James McMurtry que el verano anterior había gozado de dos nuevos y misteriosos meses de popularidad en un par de emisoras de música country de Maine. No en la WCIK, por supuesto; James McMurtry no era la clase de artista que promocionaba Radio Jesús.

Rose señaló las patatas fritas.

– ¿Vas a comer más?

– Pues no. Se me ha quitado el hambre.

Barbie no sentía un gran aprecio por el eternamente sonriente Andy Sanders ni por Dodee la Boba, que casi con seguridad había ayudado a su buena amiga Angie a difundir el rumor que había acabado causándole el lío del Dipper's, pero la idea de que esos trozos de cadáver (su cabeza no dejaba de recordarle la pierna enfundada en un pantalón verde) hubieran pertenecido a la madre de Dodee… la esposa del primer concejal…

– A mí también -dijo Rose, y apagó el cigarrillo en el kétchup. Hizo pfisss, y durante unos terribles instantes Barbie pensó que iba a vomitar.

Apartó la cabeza y miró por la ventana hacia Main Street, aunque no había nada que ver. Desde allí todo se veía oscuro.

– El presidente hablará a medianoche -anunció Anson desde la barra.

Detrás de él sonaba el grave y constante gemido del lavavajillas. A Barbie se le ocurrió que ese viejo y enorme Hobart tal vez estuviera haciendo su último servicio, al menos por una temporada. Tendría que convencer a Rosie de eso. A ella no le haría gracia, pero vería que tenía razón. Era una mujer inteligente y práctica.

La madre de Dodee Sanders. Joder. ¿Qué probabilidades hay?

Se dio cuenta de que en realidad existían bastantes probabilidades. Si no hubiese sido la señora Sanders, podría haber sido cualquier otro al que conocía. «Esta es una ciudad pequeña, cariño, y aquí todos apoyamos al equipo.»

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