Читаем La Cúpula полностью

– Íbamos a la antigua escuela de primaria de Main Street. Solo había dos clases, una para los de primero a cuarto, y otra para los de quinto a octavo. El patio no estaba pavimentado. -Rió con voz temblorosa-. Joder, ni siquiera había agua corriente, solo un retrete, al que llamábamos…

– La Casa de la Miel -dijo Julia-. Yo también fui a esa escuela.

– George y yo pasábamos los columpios y nos acercábamos hasta la valla. Íbamos a un lugar donde había hormigueros, y quemábamos hormigas.

– No se ponga así, Doc -dijo Ernie-. Muchos niños han hecho eso y cosas aún peores. -El propio Ernie, junto con unos cuantos amigos, había untado con queroseno el rabo de un gato callejero y le había prendido fuego. Era un recuerdo que nunca había compartido con nadie, como tampoco compartía con nadie los detalles de su noche de bodas.

Sobre todo por cómo nos reímos cuando el gato echó a correr, pensó. Caray, menudas carcajadas.

– Sigue -le pidió Julia.

– Ya está.

– No está -dijo ella.

– Mira -intervino Joanie Calvert-. Estoy segura de que todo es muy psicológico, pero no creo que sea el momento apropiado para…

– Calla, Joanie -le ordenó Claire.

Julia no había apartado la mirada de Rusty en ningún momento.

– ¿Por qué te importa tanto? -preguntó Rusty. En ese momento se sintió como si no tuvieran espectadores. Como si ellos dos estuvieran solos.

– Cuéntamelo.

– Un día, mientras hacíamos… eso… me di cuenta de que las hormigas también tienen su pequeña vida. Sé que suena a rollo sentimentaloide…

Barbie dijo:

– Millones de personas de todo el mundo creen eso mismo. A pies juntillas.

– Bueno, el caso es que pensé: «Les estamos haciendo daño. Las estamos quemando en el suelo, quizá las estamos achicharrando en su casa subterránea». Desde luego, así era en lo que respecta a las víctimas de la acción directa de la lupa de Georgie. Algunas dejaban de moverse, pero la mayoría empezaba a arder.

– Es horrible -dijo Lissa, que volvía a retorcer el anj.

– Sí. Pero entonces un día le pedí a Georgie que parara. No me hizo caso. Me dijo: «Es una guerra jukular». Lo recuerdo muy bien. No nuclear, sino jukular. Intenté quitarle la lupa, pero cuando me di cuenta ya estábamos peleándonos, y su lupa de cristal se rompió.

Hizo una pausa.

– Eso no es la verdad, aunque es lo que dije entonces, y ni siquiera la tunda que me dio mi padre me hizo cambiar la historia. Lo que George le contó a sus padres fue lo que de verdad pasó: rompí la maldita lupa a propósito. -Señaló hacia la oscuridad-. Como rompería esa caja si pudiera. Porque ahora nosotros somos las hormigas y la caja es la lupa.

Ernie pensó de nuevo en el gato con la cola en llamas. Claire McClatchey recordó que su mejor amiga de tercero y ella se sentaron sobre una niña llorica a la que odiaban. La niña acababa de llegar a la escuela y tenía un curioso acento sureño; cuando hablaba parecía que tenía la boca llena de puré de patatas. Cuanto más gritaba la chica, más se reían ellas. Romeo Burpee recordó la borrachera que cogió la noche en que Hillary Clinton lloró en New Hampshire, cómo alzó la copa hacia el televisor y dijo: «Se acabó lo que se daba, nena, apártate y deja que un hombre haga el trabajo de un hombre».

Barbie recordó cierto gimnasio: el calor del desierto, el olor a mierda y el sonido de las risas.

– Quiero verlo yo mismo -dijo-. ¿Quién me acompaña?

Rusty suspiró.

– Yo.

5

Mientras Barbie y Rusty se acercaban a la caja del extraño símbolo y de la luz brillante e intermitente, el concejal James Rennie se encontraba en la celda en la que Barbie había estado encarcelado hasta esa misma noche.

Carter Thibodeau lo ayudó a poner el cuerpo de Junior sobre el camastro.

– Déjame a solas con él -le ordenó Big Jim.

– Jefe, sé lo mal que debe de sentirse, pero hay cientos de asuntos que requieren su atención en este momento.

– Soy consciente de ello. Y me ocuparé de todo. Pero antes quiero dedicarle unos momentos a mi hijo. Cinco minutos. Luego ve a buscar a unos cuantos compañeros y llevadlo a la funeraria.

– De acuerdo. Lamento su pérdida. Junior era un buen chico.

– No lo era -respondió Big Jim en aquel tono moderado de «Solo digo las cosas como son»-. Pero era mi hijo y lo quería. Y esto no es tan malo, lo sabes.

Carter reflexionó.

– Lo sé.

Big Jim sonrió.

– Sé que lo sabes. Empiezo a pensar que eres el hijo que debería haber tenido.

Carter, halagado, se sonrojó, luego subió al trote la escalera en dirección a la sala de los agentes.

Cuando se fue, Big Jim se sentó en el camastro y puso la cabeza de Junior en su regazo. Su hijo no tenía ni un rasguño en la cara, y Carter le había cerrado los ojos. De no ser por la sangre que le empapaba la camisa, podría haber estado durmiendo.

Era mi hijo y lo quería.

Перейти на страницу:

Похожие книги