Ahora que le había entregado el sobre, Carter vio que no le quedaba más remedio que contarle la verdad.
– Sí. Al menos durante un tiempo. Por si acaso.
– Por si acaso ¿qué?
Thibodeau se encogió de hombros.
Big Jim no insistió. Siendo un hombre acostumbrado a tener archivos sobre todo aquel que fuera susceptible de causarle problemas, no fue necesario. Otra cuestión le interesaba más.
– ¿Por qué has cambiado de opinión?
A Carter le pareció de nuevo que no le quedaba más remedio que contarle la verdad.
– Porque quiero ser su hombre de confianza, jefe.
Big Jim enarcó sus pobladas cejas.
– ¿Tú? ¿Más que él? -Señaló con la cabeza la puerta por la que acababa de salir Randolph.
– ¿Él? Es un inútil.
– Sí. -Big Jim le puso una mano en un hombro-. Lo es. Vámonos. Y cuando lleguemos al ayuntamiento, el primer punto del día será quemar estos papeles en la estufa de leña de la sala de prensa.
7
Eran muy altas. Y horribles.
Barbie las vio en cuanto la descarga que pasó por sus brazos se desvaneció. Su primer impulso fue soltar la caja, pero se contuvo y siguió agarrándola, mirando las criaturas que los mantenían cautivos. Que los mantenían cautivos y los torturaban por placer, si Rusty estaba en lo cierto.
Sus caras, si es que eran caras, eran angulosas, pero los ángulos estaban acolchados y parecían cambiar por momentos, como si la realidad subyacente no tuviera una forma fija. No sabía cuántos había ni dónde estaban. Al principio pensó que había cuatro; luego ocho; luego solo dos. Inspiraban una profunda sensación de odio en él, quizá porque eran tan extrañas que no podía percibirlas bien. La región de su cerebro encargada de interpretar la información sensorial que recibía era incapaz de descodificar los mensajes que enviaban sus ojos.
No había forma de saberlo (la razón le decía que los propietarios de la caja tanto podían tener una base bajo el hielo en el Polo Sur como orbitar alrededor de la Luna con su versión de la nave estelar
Por fuerza, porque esos hijos de puta se estaban riendo.
Entonces regresó al gimnasio de Faluya. Hacía calor porque no había aire acondicionado, solo unos ventiladores en el techo que removían el aire pegajoso y viciado. Habían soltado a todos los interrogados salvo a dos Abdules que cometieron la imprudencia de burlarse de ellos un par de días después de que dos artefactos explosivos mataran a seis estadounidenses y un francotirador asesinara a uno más, un chico de Kentucky que caía bien a todo el mundo: Carstairs. De modo que la emprendieron a patadas con los Abdules por todo el gimnasio, y los desnudaron, y a Barbie le habría gustado decir que se fue, pero no lo hizo. Le habría gustado decir que no participó, pero lo hizo. Todos estaban muy alterados. Recordó cómo propinó una patada en el trasero huesudo y manchado de mierda de uno de los Abdules, y la huella roja que dejó su bota. Ambos Abdules estaban ya desnudos por entonces. Recordó que Emerson le dio una patada tan fuerte en los cojones al otro que se los retorció de un modo espantoso, y que acto seguido le dijo: «Esto es por Carstairs, puto moro de mierda». Pocos días después alguien le entregaría una bandera a su madre mientras ella permanecía sentada en una silla plegable junto a la tumba; la misma historia de siempre. Y entonces, mientras Barbie tomaba conciencia de que técnicamente él estaba al mando de esos hombres, el sargento Hackermeyer agarró a uno de los retenidos de la
Barbie soltó la caja e intentó ponerse en pie, pero le fallaron las piernas. Rusty lo agarró hasta que recuperó las fuerzas.
– Joder -exclamó Barbie.
– Los has visto, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Son niños? ¿Qué opinas?
– Quizá. -Pero no lo dijo convencido, no era lo que le decía el corazón-. Podría ser.
Regresaron lentamente hasta donde se encontraban los demás, arremolinados frente a la granja.
– ¿Estás bien? -preguntó Rommie.
– Sí -dijo Barbie. Tenía que hablar con los chicos. Y con Jackie. También con Rusty. Pero aún no. Antes debía recuperar el control sobre sí mismo.
– ¿Estás seguro?
– Sí.
– Rommie, ¿te queda más lámina de plomo en la tienda? -preguntó Rusty.
– Sí. La he dejado en el muelle de carga.