– Gente en llamas -dijo ella-. Y humo, y un fuego que desprendía un brillo que atravesaba el humo cuando este cambiaba de dirección. Parecía que el mundo ardía.
– Sí -intervino Benny-. La gente gritaba porque se estaba quemando. Ahora lo recuerdo. -Con un gesto brusco pegó la cara contra el hombro de Alva Drake, que lo abrazó.
– Aún faltan cinco días para Halloween -dijo Claire.
– No lo creo -repuso Barbie.
11
La estufa que había en un rincón de la sala de plenos del ayuntamiento estaba llena de polvo y en no muy buen estado, pero se podía utilizar. Big Jim se aseguró de que el tiro de la chimenea estuviera abierto (chirrió un poco), y entonces sacó los papeles de Duke Perkins del sobre con la huella de sangre. Echó un vistazo a las hojas, hizo una mueca al leer lo que decían y las tiró a la estufa. Sin embargo, decidió quedarse el sobre.
Carter estaba hablando por teléfono con Stewart Bowie; le dijo lo que Big Jim quería para su hijo y le ordenó que se pusiera manos a la obra de inmediato.
Había una caja de cerillas en el estante, junto a la estufa. Big Jim encendió una y la acercó a la esquina de las «pruebas» de Duke Perkins. Dejó la portezuela de la estufa abierta para ver cómo ardía. Fue muy satisfactorio.
Carter se acercó hasta él.
– Tengo a Stewart Bowie al teléfono. ¿Le digo que le llamará luego?
– Trae aquí -dijo Big Jim, que extendió la mano para coger el móvil.
Carter señaló el sobre.
– ¿No va a quemarlo?
– No. Quiero que pongas dentro unas cuantas hojas en blanco de la fotocopiadora.
Carter tardó un instante en comprenderlo.
– Esa mujer sufrió alucinaciones, ¿verdad?
– Pobrecilla -dijo Big Jim-. Baja al refugio antinuclear, hijo. Por ahí. -Señaló con el pulgar una discreta puerta (salvo por una vieja placa metálica con unos triángulos negros sobre fondo amarillo) no lejos de la estufa-. Hay dos habitaciones. Al fondo de la segunda verás un pequeño generador.
– De acuerdo…
– Delante del generador hay una trampilla. Cuesta de ver, pero si miras bien la verás. Levántala y echa un vistazo en el interior. Debería haber ocho o diez bombonas de propano. Al menos las había la última vez que miré. Compruébalo y dime cuántas quedan.
Esperó a ver si Carter preguntaba por qué, pero no lo hizo. Tan solo se volvió para cumplir con las órdenes que le habían dado. De modo que Big Jim se lo dijo.
HALLOWEEN SE ADELANTA
1
A las ocho menos cuarto, el Honda Odyssey Green casi nuevo de Linda Everett se acercó al muelle de carga de la parte de atrás de Almacenes Burpee. Thurse iba en el asiento del acompañante. Los niños (demasiado callados para ser unos niños que se habían embarcado en una aventura) ocupaban el asiento de atrás. Aidan se había abrazado a la cabeza a Audrey, que a buen seguro sentía el nerviosismo del pequeño y lo soportaba con paciencia.
A pesar de las tres aspirinas, Linda todavía notaba un dolor punzante en el hombro y no conseguía quitarse de la cabeza la cara de Carter Thibodeau. Ni su olor: una mezcla de sudor y colonia. Tenía miedo de que apareciera detrás de ella en cualquier momento con uno de los coches patrulla y les cortara la retirada. «La próxima descarga irá por la retaguardia. Y me dará igual que las niñas estén mirando.»
Y ese tipo era capaz. Lo haría. Aunque no podía largarse del pueblo, Linda estaba impaciente por alejarse todo lo posible del nuevo Yo Viernes de Rennie.
– Coge un rollo entero y las cizallas -le dijo a Thurse-. Están debajo de esa caja de leche. Eso me ha dicho Rusty.
Thurston abrió la puerta, pero se detuvo.
– No puedo hacerlo. ¿Y si alguien más lo necesita?
Linda no pensaba discutir; seguramente acabaría gritándole y asustando a los niños.
– Lo que tú quieras, pero date prisa. Esto es como una emboscada.
– Iré todo lo deprisa que pueda.
Aun así, pareció tardar una eternidad en recortar algunos trozos de lámina de plomo, y Linda tuvo que contenerse para no asomarse por la ventanilla y preguntarle si era una vieja remilgada ya de nacimiento o si se había convertido en una con los años.
Sí, y, si no se daban prisa, ella podía perderlo todo. En Main Street ya había gente que salía hacia la 119 y la granja lechera de Dinsmore, dispuestos a conseguir los mejores sitios. Linda daba un respingo cada vez que un altavoz de la policía vociferaba: «¡NO SE PERMITEN COCHES EN LA CARRETERA! A MENOS QUE SE ENCUENTREN FÍSICAMENTE IMPEDIDOS, DEBEN IR A PIE».