Freddy ya había pensado en eso. También había pensado en el Muro de Honor, donde colgaban las fotografías de los tres policías de Chester's Mills que habían muerto en el cumplimiento del deber desde la Segunda Guerra Mundial. No tenía ninguna prisa por ver su fotografía en ese muro y, puesto que el jefe Randolph no le había dado órdenes específicas en cuanto a eso, se sintió libre de dar las suyas.
– Si levantan las manos, viven -dijo-. Si no van armados, viven. En cualquier otro caso, joder, mueren. ¿Alguien tiene algún problema con eso?
Nadie lo tenía. Eran las once cincuenta y seis. Casi la hora de levantar el telón.
Pasó revista con la mirada a sus hombres (y a Lauren Conree, que con sus duros rasgos y su pequeño busto casi podría haber pasado por uno), respiró hondo y dijo:
– Seguidme. En fila india. Nos detendremos en la linde del bosque a echar un vistazo.
Los reparos de Randolph en cuanto a la hiedra y el zumaque venenosos resultaron infundados, y los árboles estaban lo suficientemente espaciados para que pudieran avanzar con facilidad incluso cargados con pertrechos. Freddy pensó que su pequeño destacamento se movía entre los matojos de enebro con una agilidad y un sigilo admirables. Estaba empezando a sentir que aquello saldría bien. De hecho, casi tenía ganas de que empezara la acción. Ahora que ya estaban en marcha, las mariposas de su estómago se habían ido volando a otro lado.
12
El Chef, agazapado detrás del camión azul de reparto que había aparcado en la hierba alta de la parte de atrás del edificio de suministros, los oyó casi en cuanto salieron del claro, donde la casa del viejo Verdreaux se hundía poco a poco en la tierra. Para sus oídos aguzados por la droga y su cerebro con Aviso de Amenaza Grave, eran como una manada de búfalos buscando el abrevadero más cercano.
Caminó con sigilo hacia el morro del camión y se arrodilló con el arma apoyada en el parachoques. Las granadas que colgaban del cañón del GUERRERO DE DIOS habían quedado en el suelo, detrás de él. El sudor brillaba en su espalda escuálida y plagada de granos. Llevaba el mando de la puerta colgado del cinturón de su pijama de ranas.
Esparció ante sí unos cuantos cargadores de más para el GUERRERO DE DIOS y esperó, pidiéndole a Dios que Andy no tuviera que silbar. Pidiéndole que tampoco él tuviera que hacerlo. Todavía era posible que lograran salir de esa y vivir para luchar otro día.
13
Freddy Denton llegó a la linde del bosque, apartó una rama de abeto con el cañón de su fusil y miró fuera. Vio un campo de heno crecido con la torre de la radio en el centro; emitía un leve zumbido, y a Freddy le parecía que lo sentía en los empastes de las muelas. Estaba rodeada por una valla en la que había colgados carteles que decían ALTO VOLTAJE. A la izquierda de su posición, más allá, se hallaba el edificio de ladrillo de un piso que albergaba la emisora, pero antes había un gran cobertizo rojo. Supuso que era un almacén. O un laboratorio de drogas. O las dos cosas.
Marty Arsenault llegó junto a él. Unos círculos de sudor manchaban la camisa de su uniforme. Tenía una mirada aterrorizada.
– ¿Qué hace ahí ese camión? -preguntó, señalando con el cañón del fusil.
– Es el camión de Comida Sobre Ruedas -dijo Freddy-. Para enfermos confinados en su casa y gente así. ¿No lo has visto por el pueblo?
– Lo he visto y he ayudado a cargarlo -dijo Marty-. Dejé a los católicos por el Cristo Redentor el año pasado. Tendría que estar aparcado en el cobertizo, ¿no? -Dijo ese «naaa» yanqui que sonaba como el balido de una oveja descontenta.
– ¿Cómo voy a saberlo? Y, además, ¿a mí qué me importa? -preguntó Freddy-. Ellos están en el estudio.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque ahí es donde está el televisor, y el gran espectáculo de la Cúpula sale en todas las cadenas.
Marty levantó su AK.
– Déjame descargarle varios tiros a ese camión, solo para asegurarnos. Podría ser una trampa. Podrían estar ahí dentro.
Freddy le bajó el cañón.
– Dios nos proteja, ¿te has vuelto loco? No saben que estamos aquí ¿y tú quieres delatarnos? ¿Tu madre tuvo algún hijo que no fuera tonto?
– Que te jodan -dijo Marty. Lo pensó un momento-. Y que jodan a tu madre también.
Freddy miró hacia atrás por encima del hombro.
– Vamos, chicos. Atajaremos por el campo en dirección al estudio. Mirad por las ventanas de atrás para confirmar su posición. -Sonrió-. Será coser y cantar.
Aubrey Towle, hombre de pocas palabras, dijo:
– Ya veremos.
14
En el camión que se había quedado en la Little Bitch Road, Fern Bowie dijo: