Читаем La Cúpula полностью

– A lo mejor sí. En la ambulancia también hay descongestionador nasal. Y epinefrina, si llegamos a necesitarla.

Barbie regresó arrastrándose a lo largo de la Cúpula con la cabeza vuelta hacia los ventiladores (lo hacían todos, sin siquiera pensarlo) y quedó consternado al ver lo cansado que se sentía cuando llegó junto a Julia. El corazón le palpitaba con fuerza, estaba sin aliento.

Julia se había despertado.

– ¿Está muy mal?

– No lo sé -admitió Barbie-, pero no presagia nada bueno. Le han administrado oxígeno de la ambulancia y no ha despertado.

– ¡Oxígeno! ¿Hay más? ¿Cuánto queda?

Él se lo explicó y lamentó ver cómo se extinguía el brillo de sus ojos.

Le aferró la mano. Sus dedos estaban sudados pero fríos.

– Es como si estuviéramos atrapados en una mina que se ha venido abajo.

Se habían sentado y estaban uno frente a otro, los hombros apoyados contra la Cúpula. Una ligerísima brisa suspiraba entre ambos. El rumor constante de los ventiladores Air Max se había convertido en un sonido de fondo; elevaban las voces para poder oírse, pero por lo demás ya ni se daban cuenta de ese ruido.

Nos daríamos cuenta si dejara de sonar, pensó Barbie. Durante algunos minutos, al menos. Después ya no notaríamos nada, nunca más.

Julia esbozó una sonrisa lánguida.

– Deja de preocuparte por mí, si es eso lo que haces. Para ser una republicana de mediana edad que no logra recobrar el aliento, estoy bien. Al menos he conseguido echar un último polvo. Bueno, agradable y como Dios manda.

Barbie le devolvió la sonrisa.

– El placer ha sido mío, créeme.

– ¿Qué me dices del rayo nuclear que van a probar el domingo? ¿Tú qué crees?

– No creo nada. Solo espero.

– Y ¿cuánta esperanza tienes?

Barbie no quería decirle la verdad, pero la verdad era lo que merecía.

– Basándome en todo lo que ha sucedido y en lo poco que sabemos sobre las criaturas que controlan la caja, no demasiada.

– Dime que no te has rendido.

– Eso sí puedo hacerlo. Ni siquiera estoy tan asustado como seguramente debería. Creo que es porque… es algo insidioso. Incluso me he acostumbrado a este hedor.

– ¿De verdad?

Se echó a reír.

– No. ¿Y tú? ¿Estás asustada?

– Sí, pero sobre todo estoy triste. Así es como se acaba el mundo, no con una explosión sino con un jadeo. -Volvió a toser; se tapó la boca con un puño.

Barbie oyó a otros que hacían lo mismo. Uno debía de ser el pequeño que ahora era de Thurston Marshall. Él respirará algo mejor por la mañana, pensó, y luego recordó cómo lo había expresado Thurston: «Aire en inhalaciones racionadas». Esa no era forma de respirar para un niño.

No era forma de respirar para nadie.

Julia escupió en la hierba y luego volvió a mirarlo.

– Es increíble que nos hayamos hecho esto a nosotros mismos. Las cosas que controlan la caja… los cabeza de cuero… preparan las circunstancias, pero yo creo que no son más que una panda de niños contemplándonos y pasándolo bien. Disfrutando del equivalente de un videojuego, quizá. Ellos están fuera. Nosotros estamos dentro y nos hemos hecho esto a nosotros mismos.

– Ya tienes suficientes problemas sin torturarte también con eso -dijo Barbie-. Si hay alguien responsable de esto, es Rennie. Él fue quien montó el laboratorio de drogas, y quien empezó a llevarse el propano de todos los almacenes del pueblo. También fue él quien envió allí a unos cuantos hombres y provocó algún tipo de confrontación, estoy convencido.

– Pero ¿quién lo eligió? -preguntó Julia-. ¿Quién le dio el poder para hacer todo eso?

– Tú no. Tu periódico hizo campaña en su contra. ¿O me equivoco?

– Tienes razón -contestó ella-, pero solo durante los últimos ocho años, más o menos. Al principio, el Democrat (yo, en otras palabras) pensaba que Rennie era el no va más. Cuando descubrí quién era en realidad, ya estaba atrincherado. Y tenía al pobre idiota sonriente de Andy Sanders al frente para crear distracciones.

– Aun así, no puedes culparte…

– Puedo y lo hago. Si hubiera sabido que ese hijo de puta incompetente y belicoso iba a terminar al mando en una crisis auténtica, podría haber… habría… lo habría ahogado como a un gatito en un saco.

Barbie se echó a reír, después tuvo un ataque de tos.

– Cada vez pareces menos republican… -empezó a decir, y se interrumpió.

– ¿Qué? -preguntó ella, y entonces también lo oyó. Algo hacía ruido y chirriaba en la oscuridad. Se acercaba, y entonces vieron una figura que arrastraba los pies y tiraba de un cochecito de niño.

– ¿Quién hay ahí? -exclamó Dougie Twitchell.

Cuando el recién llegado que arrastraba los pies respondió, su voz sonó algo amortiguada. La razón resultó ser la mascarilla de oxígeno que llevaba.

– Vaya, gracias a Dios -dijo Sam «el Desharrapado»-. Me he echado una siestecilla en el borde de la carretera y pensaba que me quedaría sin aire antes de llegar. Pero aquí estoy. Justo a tiempo, además, porque esto está casi agotado.

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