Qué diablos, tal vez bajara otra vez hacia el sur. Por muy bonito que fuera ese día en concreto, el invierno acechaba a solo una o dos páginas del calendario. El sur tenía buena pinta. Nunca había estado en Muscle Shoals, y le gustaba cómo sonaba. «Piélagos de Músculo» era pura poesía, joder, y la idea de ir allí lo ilusionó tanto que, cuando oyó el ruido de la avioneta, miró al cielo y, lleno de entusiasmo, le dedicó un gran saludo al viejo estilo. Esperó un movimiento de alabeo en respuesta, pero no lo hubo, y eso que el Seneca volaba a velocidad de tortuga y a muy poca altitud. Barbie supuso que serían turistas disfrutando de las vistas -era un día ideal para ellos, con los árboles encendidos- o tal vez fuera algún chaval sacándose la licencia de vuelo, demasiado preocupado por no cagarla para molestarse en contestar a terrícolas como Dale Barbara. Sin embargo, les deseó un buen día. Tanto si eran turistas como si era un chaval a seis semanas aún de su primer vuelo en solitario, Barbie les deseó un buen día. Era una mañana agradable, y cada paso que lo alejaba de Chester's Mills la hacía aún mejor. En Mills había demasiados gilipollas y, además, viajar era bueno para el alma.
A lo mejor habría que mudarse por ley en octubre
Se detuvo. No muy lejos, al otro lado de la carretera, había una marmota. Una marmota gorda de cojones. Y lustrosa y atrevida, además. En lugar de escabullirse entre la hierba alta, seguía avanzando. La copa de un abedul caído ocupaba la mitad del arcén, y Barbie apostó a que la marmota correría a esconderse allí y aguardaría a que el malvado Dos Piernas pasara de largo. Si no, se cruzarían cual dos trotamundos: el de cuatro patas rumbo al norte, y el de dos, rumbo al sur. Barbie deseó que fuera eso lo que pasase. Sería chulo.
Esos pensamientos pasaron por su mente en cuestión de segundos; la sombra de la avioneta seguía estando entre la marmota y él, una cruz negra que recorría la carretera. Entonces sucedieron dos cosas de forma casi simultánea.
La primera fue la marmota. Estaba entera y de pronto quedó partida en dos. Las dos partes se sacudían y sangraban. Barbie se detuvo, boquiabierto, la mandíbula inferior colgaba inerte de su articulación. Era como si hubiera caído la hoja de una guillotina invisible. Y entonces fue cuando, justo encima de la marmota cercenada, la avioneta explotó.
3
Barbie miró hacia arriba. Del cielo caía una versión aplastada al estilo Mundo Bizarro de la bonita avioneta que lo había sobrevolado unos segundos antes. Retorcidos pétalos de fuego color naranja y rojo pendían en el aire por encima del aparato, una flor que todavía se estaba abriendo, una rosa Tragedia Americana. El humo salía en torbellinos de la avioneta mientras se desplomaba.
Algo se estrelló en la carretera, hizo saltar por los aires trozos de asfalto y giró sin control hacia la hierba alta que crecía a la izquierda. Una hélice.
Por un momento, Barbie se vio seccionado por la mitad -igual que la desafortunada marmota- y se volvió para echar a correr.
Algo cayó con un ruido sordo delante de él. Gritó. Pero no era la otra hélice; era una pierna de hombre enfundada en un pantalón vaquero. No se veía sangre, pero la costura lateral se había abierto y dejaba al descubierto carne blanca y pelo negro e hirsuto.
No había ningún pie.
A Barbie le parecía que corría a cámara lenta. Vio uno de sus propios pies, calzado en una vieja bota de trabajo llena de rozaduras, dar un paso y caer en el suelo. Después desapareció tras él mientras su otro pie avanzaba. Todo despacio, muy despacio. Como si viera la repetición de una jugada de béisbol en la que un tipo intenta robar la segunda base.
Detrás de él sonó un tremendo ruido hueco, seguido por el estallido de una explosión secundaria, seguido por una embestida de calor que lo alcanzó de pies a cabeza y lo empujó como una mano abrasadora. Después, todos sus pensamientos se esfumaron y en su lugar no quedó más que la cruda necesidad corporal de sobrevivir.
Dale Barbara corrió para salvar la vida.
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