Barbie y Julia se miraron por encima de sus tazas de café con idéntica expresión de sorpresa y aprehensión.
La gente de la barra corrió hacia la puerta. Barbie se levantó y se unió a ellos, y Julia los siguió.
Calle abajo, en el lado norte de la plaza del pueblo, la campana de la torre de la Primera Iglesia Congregacional empezó a sonar, llamando a sus feligreses al oficio.
5
Junior Rennie se sentía genial. Esa mañana no padecía ni una sombra de migraña y a su estómago le había sentado bien el desayuno. Pensó que incluso sería capaz de comer a la hora del almuerzo. Eso estaba bien. Últimamente no toleraba demasiado la comida; la mitad de las veces le bastaba mirarla para que le entraran ganas de vomitar. Pero esa mañana no. Tortitas y beicon, nena.
A cada ayudante especial se le había asignado un agente oficial de tiempo completo. A Junior le había tocado Freddy Denton, y eso también estaba bien. Denton, algo calvo pero aún en buena forma a sus cincuenta años, era conocido por ser un poli duro de cojones… aunque había excepciones. Había sido presidente del Club de Apoyo de los Wildcats durante los años en que Junior jugó al fútbol americano en el instituto, y se rumoreaba que nunca le había puesto una multa a ningún jugador del equipo de fútbol del centro. Junior no podía hablar por todos ellos, pero sabía que Freddy le había pasado por alto más de una a Frankie DeLesseps, y el propio Junior había oído dos veces la vieja frase de «Por esta vez no voy a ponerte multa, pero frena un poco». A Junior podría haberle tocado Wettington, quien seguramente pensaba que a uno recién salido del banquillo conseguiría llevárselo a la cama. Tenía unas buenas tetas, pero ¿no era una pringada? No le había impresionado nada esa mirada de ojos fríos que le había dirigido después de la jura, cuando Freddy y él habían pasado por delante de ella de camino a la calle.
Freddy se volvió hacia él.
– ¿Algo divertido, Junes?
– Nada en especial -dijo Junior-. Solo es que estoy en racha, nada más.
Su trabajo -al menos esa mañana- era patrullar a pie por Main Street («Para anunciar nuestra presencia», había dicho Randolph), subir primero por una acera y bajar luego por la otra. Un servicio bastante agradable en el cálido sol de octubre.
Pasaban por delante de Gasolina & Alimentación Mills cuando oyeron unas voces exaltadas en el interior. Una era la de Johnny Carver, el gerente y copropietario. La otra era demasiado confusa para que Junior pudiera reconocerla, pero Freddy Denton puso ojos de exasperación.
– Es ese desharrapado de Sam Verdreaux, como que me llamo Freddy -dijo-. ¡Mierda! Y no son ni las nueve y media.
– ¿Quién es Sam Verdreaux? -preguntó Junior.
La boca de Freddy se tensó, se convirtió en la línea blanca que Junior recordaba de sus días de fútbol. Era su expresión de «Joder, nos han pasado por delante». También la de «Joder, esa falta estaba mal pitada».
– Te has estado perdiendo lo mejorcito de la alta sociedad de Mills, Junes. Pero estás a punto de ser presentado.
Carver estaba diciendo:
– Ya sé que son más de las nueve, Sammy, y ya veo que tienes dinero, pero de todas formas no puedo venderte vino. Ni esta mañana, ni esta tarde, ni esta noche. Seguramente mañana tampoco, a menos que este jaleo se resuelva. Órdenes del propio Randolph. Es el nuevo jefe de policía.
– ¡Y una mierda! -respondió la otra voz, pero arrastraba tanto las palabras que a los oídos de Junior llegó en forma de «Yuna merd…»-. Pete Randolph no es más que un pedazo de mierda pegado al trasero de Duke Perkins.
– Duke ha muerto y Randolph dice que no se vende alcohol. Lo siento, Sam.
– Solo una botella de T-Bird -rezongó Sam. «Namás cuna 'tella de T-Bird»-. La necesito. Y, además, puedo pagártela. Venga. ¿Cuánto hace que compro aquí?
– Vale, a la mierda. -Aunque sonaba asqueado consigo mismo, Johnny ya se estaba volviendo hacia el estante de las cervezas y el vino, que ocupaba todo el largo de la pared, cuando Junior y Freddy avanzaron por el pasillo.
Seguramente había decidido que una botella de T-Bird era un precio muy bajo si conseguía que ese viejo borracho saliera de su tienda, sobre todo porque había unos cuantos compradores mirando y esperando ansiosos a ver cómo se desarrollarían los hechos.