– Tal vez suceda lo mismo con Cafferty… cuando la palme, su vacío no tardará mucho en llenarse. Hay muchos malhechores de poca monta por ahí, jóvenes y ágiles, ansiosos…
– Eso me da igual -dijo Rebus.
– Porque lo único que le estropea la fiesta es Cafferty.
Habían llegado a la entrada del hospital. Rebus sacó el móvil y se dispuso a llamar a un taxi.
– ¿De verdad que va a esperar conmigo? -preguntó.
– No tengo nada mejor que hacer -contestó Stone-. Pero sigue en pie mi ofrecimiento. A esta hora será difícil encontrar taxi.
Rebus tardó medio minuto en decidirse. Asintió con la cabeza, metió la mano en la bolsa y sacó la botella de Speyside.
Lunes, 27 de noviembre de 2006
Epílogo
La fachada de la estación de ferrocarril de Haymarket la ocupaba una fila de taxis en batería, pero Rebus arrimó el Saab junto a ellos. Tocó el claxon y bajó el cristal de la ventanilla. En las puertas de salida había dos agentes de policía uniformados. Era lunes por la mañana; un día fresco y despejado, y los agentes llevaban chaqueta negra almohadillada sobre el chaleco antibalas. Como no hicieron caso, Rebus tocó de nuevo el claxon, pero, en ese momento, la llegada de un vigilante del aparcamiento que había advertido que el Saab estaba estacionado en raya amarilla llamó la atención de los policías y uno de ellos dijo algo a su compañero y se aproximó.
– Yo me encargo -dijo al vigilante, agachándose tener el rostro a la altura de la ventanilla-. Supongo que ya no tengo que darle el tratamiento de inspector Rebus -saludó Todd Goodyear.
– Ya no -dijo Rebus.
– Sonia y yo lo pasamos muy bien en la fiesta, resaca aparte.
– Pues yo no vi que bebieras, Todd. Sí observé que tenías un vaso en la mano, pero pocas veces te lo llevaste a los labios.
– No se le escapa nada -comentó Goodyear sonriente.
– En realidad, hijo, se me escapan muchas cosas -dijo Rebus mirando por encima del hombro hacia el otro agente-. ¿Podrías dedicarme media hora?
– ¿Para qué? -replicó Goodyear sorprendido.
– Es que quiero hablar contigo de algo.
– Ahora estoy de servicio.
– Lo sé -añadió Rebus como si no lo tomara en cuenta.
Goodyear se irguió, fue a hablar con su compañero y volvió al coche, quitándose la gorra antes de ocupar el asiento del pasajero.
– ¿Lo echas de menos? -preguntó Rebus.
– ¿Se refiere al DIC? Ha sido… interesante.
– Me gustó mucho la charla que sostuve con Sonia en el Oxford.
– Es una chica estupenda.
– Por supuesto -dijo Rebus, haciendo una pausa mientras hacía la maniobra para incorporarse al tráfico.
– ¿Adonde vamos?
– ¿Te has enterado de lo de Andropov? -dijo Rebus sin hacer caso de la pregunta-. Lo devuelven a Rusia por «
– Ah, ya -comentó Goodyear sin acabar de entenderlo.
– A Andropov -prosiguió Rebus-, le juzgarán por corrupción en Moscú. Pretendía pedir asilo político, imagínate, recurriendo a sus contactos y avales. Sí, es cierto que en Rusia su vida tal vez corra peligro -añadió con un resoplido-. Pero a nosotros qué más nos da.
– ¿Adonde vamos? -preguntó de nuevo Goodyear, pero Rebus siguió sin hacerle caso.
– ¿Sabes qué hice ayer mientras Siobhan trabajaba? Fui a Oxgangs a ver cómo demolían unos bloques de apartamentos, y me acordé de algunas detenciones que hice allí hace años, aunque los detalles se me han borrado. Me imagino que eso querrá decir que soy de otra época. He leído hoy en el periódico que hay más votantes ingleses que escoceses convencidos de que debemos obtener la independencia. Eso da que pensar, ¿eh? -añadió Rebus volviendo la cabeza hacia el joven.
– Da que pensar que aún no se ha despejado de la curda del sábado.
– Perdona, Todd. Hablo mucho, ¿verdad? Es que he estado pensando y pensando, lo cual me ha servido para recapacitar sobre un par de cosas que debería haber advertido mucho antes.
– ¿Como qué?
– ¿Acierto si digo que eres cristiano, Todd?
– Sabe que lo soy.
– Sí, pero hay distintas clases de cristianos… y yo diría que tú eres proclive al estilo del Antiguo Testamento: ojo por ojo y diente por diente.
– No tengo ni idea de lo que quiere decir.
– No es que te lo reproche, desde luego. Para mí no hay nada como el Antiguo Testamento: el bien y el mal. Claro como el agua.
– Mejor será que vuelva a llevarme a la estación.
Pero era lo que Rebus no tenía intención de hacer.
– El sábado por la mañana -dijo-, entraste en el pasillo de los cuartos de interrogatorio vestido de uniforme, para despedirte, ¿recuerdas?
– Lo recuerdo.
– Y me dijiste que tenía que arreglar el maletero del Saab -dijo Rebus mirándole-. Todavía no he tenido tiempo, por cierto.