– Claro, suelo llevar capucha -dijo ella sonriente. Era bajita, quizá medía un metro cincuenta, con pelo rubio corto y ojos verdes. Lucía una especie de vestido japonés que favorecía su cuerpo delgado.
– ¿Cuánto tiempo hace que Todd y tú sois pareja?
– Algo más de un año.
Rebus miró hacia Goodyear, que estaba distribuyendo las bebidas.
– Es buen agente -comentó Rebus.
– Es muy listo. No tardará en entrar en el DIC.
– Puede que haya una vacante -dijo Rebus-. ¿Te gusta trabajar en el escenario del crimen?
– No está mal.
– Me han dicho que fuiste a Raeburn Wynd la noche en que mataron a Todorov.
Ella asintió con la cabeza.
– Y también al canal. Me llamaron.
– Te fastidiarían tus planes con Todd -dijo Rebus en tono amable.
– ¿Cómo dice? -replicó ella entornando los ojos.
– Nada -respondió Rebus, pensando que a lo mejor comenzaba a trabucar al hablar.
– Fui yo quien encontró el protector de zapatos -añadió ella, y acto seguido abrió mucho los ojos y se llevó la mano a la boca.
– No te preocupes -dijo Rebus-. Al parecer ya no soy sospechoso.
Ella se relajó y lanzó una risita.
– Pero dice mucho sobre la valía de Todd, ¿no cree?
– Por supuesto.
– Cualquier cosa que flotase en aquel tramo del canal, lo más probable es que quedase atascada debajo del puente, como él dijo.
– Y tenía razón -dijo Rebus.
– Por eso, creo que si no le admiten en el DIC es que están locos.
– Nuestra salud mental se ha puesto muchas veces en duda -comentó Rebus.
– Pero obtuvieron un resultado en el caso Todorov -añadió ella.
– Efectivamente -asintió Rebus con una sonrisa.
Goodyear charlaba con Siobhan Clarke y él le dijo algo que la hizo reír. Rebus decidió que había llegado el momento de fumarse un cigarrillo y tomó la mano de Sonia y le estampó un beso en el reverso.
– Un perfecto caballero -dijo ella mientras él se alejaba hacia la salida.
– Si tú supieras, muchacha.
Vio a Hawes y a Tibbet al fondo de la calle; Tibbet con la espalda apoyada en la pared y Hawes delante, echándole el pelo hacia atrás. Había otros dos fumadores mirando la escena.
– Hace tiempo que a mí no me sucede algo así -dijo uno de ellos.
– ¿El qué? -preguntó su interlocutor-. ¿Estar a punto de vomitar o estar con una mujer que te pasa la mano por el pelo?
Rebus secundó sus risas y encendió el cigarrillo. Al otro extremo de la calle se veían las luces de la residencia del primer ministro. Era un enclave laborista desde el traspaso de competencias, y amenazado ahora por el nacionalismo. De hecho, Rebus no recordaba una sola ocasión en que Escocia no hubiese conseguido una mayoría laborista. Él sólo había votado tres veces en su vida, y siempre a un partido distinto, pero en la época del referéndum perdió el interés. Desde entonces había conocido a muchos políticos -Megan MacFarlane y Jim Bakewell eran los últimos- y estaba convencido de que los clientes habituales del bar Oxford serían mejores legisladores. Las personas como Bakewell y MacFarlane eran una constante, y, aunque Stuart Janney fuese a la cárcel, dudaba de que eso tuviera repercusiones sobre el banco First Albannach. Seguirían trabajando con gente como Sergei Andropov y Morris Gerald Cafferty, seguirían acumulando el dinero legal con el dinero negro. A la mayoría de la gente le tenía sin cuidado cómo se creaban y se mantenían los empleos y la prosperidad. Edimburgo había crecido a partir de la industria invisible de la banca y los seguros. ¿A quién le importaban los sobornos que engrasaban la rueda? ¿Qué más daba si un grupo de hombres se reunía para ver vídeos grabados a escondidas? Andropov había dicho algo a propósito de que los poetas se consideraban legisladores anónimos, pero ¿merecían realmente ese título los hombres que lucían traje de raya diplomática?
– ¿Crees que ella intenta besarle mejor? -preguntó uno de los fumadores.
Hawes y Tibbet, con las caras juntas, perpetraban una especie de abrazo. «
– Ella se lo monta muy bien -comentó el otro fumador. Se abrió la puerta a sus espaldas y salió Clarke.
– Ah, estás aquí -dijo.
– Aquí estoy -contestó Rebus.
– Estábamos preocupados por si te habías escabullido.
– Vuelvo dentro de un minuto -comentó él mostrándole el cigarrillo a medias.
Ella se rodeó el cuerpo con los brazos para protegerse del frío.
– No te preocupes; no va a haber discursos -dijo.
– Muy acertado, Siobhan. Gracias.
Ella le respondió con un leve rictus de la comisura de los labios.
– ¿Qué tal está Colin? -preguntó.
– Me parece que Phyl procede a resucitarle -dijo él señalando con la cabeza hacia la pareja, que ya se había fundido en un solo ser.
– Espero que no les pese por la mañana -musitó ella.
– ¿Qué es la vida sin ciertos pesares? -le replicó uno de los fumadores.
– Pediré que pongan eso en mi epitafio -dijo el otro.