Читаем La música del Adiós полностью

Janney se reclinó en la silla, despreocupadamente, decidido a no morder el anzuelo.

– He visto el vídeo -añadió Rebus apenas en un susurro.

– ¿Qué vídeo? -replicó Janney mirándole fijamente a los ojos.

– El vídeo en que usted contempla otro vídeo. Figúrese que Cafferty tenía un agujerito en su sala de proyección. Y allí se le ve a usted pasándolo en grande visionando porno de aficionados -añadió Rebus sacando el DVD del bolsillo.

– Una indiscreción -dijo Janney.

– Para la mayoría de la gente, tal vez, pero no para usted -replicó Rebus con sonrisa glacial, haciendo que el reflejo del disco plateado diera en el rostro de Janney y le deslumbrara-. Lo que usted hizo, Stuart, es algo más que una «indiscreción» -añadió apoyando un codo en la mesa para aproximarse más a él-. En esa fiesta, en la que observa la escena del cuarto de baño, ¿sabe quién es la protagonista, la felatriz drogada? Se llama Gill Morgan. ¿Le suena a usted? Estuvo contemplando cómo la querida hijastra de su jefe esnifaba coca y repartía caricias bucales. ¿Qué va a decir la próxima vez que se tropiece con sir Mike en una comilona?

Janney empalidecía a ojos vista, como si la sangre se le fuera por los talones.

Rebus se levantó, se guardó el disco en el bolsillo, fue hasta la puerta y la abrió para que entrara Siobhan Clarke. Ella le miró, pero vio que no iba a aclararle nada, y se limitó a sentarse en la silla, dejando en la mesa una carpeta y unas fotos. Rebus la observó mientras se serenaba y le dirigía otra mirada con una sonrisa. Él asintió con la cabeza, dándole a entender: «Ahora te toca a ti».


* * *


– La noche del lunes 20 de noviembre -comenzó diciendo Clarke-, estaba alojado en el hotel Gleneagles de Perthshire, pero decidió marcharse pronto… ¿Por qué, señor Janney?

– Quería volver a Edimburgo.

– ¿Y por eso hizo las maletas a las tres de la madrugada y pidió la cuenta?

– Tenía mucho trabajo en la oficina.

– Pero no tanto -terció Rebus-, que le impidiera pasar a entregarnos la lista de residentes rusos del señor Stahov.

– Es cierto -dijo Janney, tratando aún de asimilar todo lo que le había dicho Rebus.

Clarke advirtió que el banquero estaba abrumado como consecuencia del interrogatorio de Rebus. «Bien, así pierde aplomo», pensó.

– Creo -dijo-, que nos trajo esa lista precisamente porque quería saber qué le había sucedido a Charles Riordan.

– ¿Qué?

– ¿Conoce eso de que el perro vuelve a la vomitona?

– Es una cita de Shakespeare, ¿verdad?

– No, es de la Biblia -terció Rebus-. Proverbios.

– No exactamente el escenario del crimen -prosiguió Clarke-, pero sí la oportunidad de hacer algunas preguntas para saber cómo iban las investigaciones.

– La verdad es que no sé a dónde quiere ir a parar.

Clarke hizo una pausa de cuatro segundos y miró los papeles de la carpeta.

– ¿Vive usted en Barnton, señor Janney?

– Exacto.

– Muy cerca de la carretera del puente de Forth.

– Pues sí.

– Y es el camino que tomó al volver de Gleneagles, ¿cierto?

– Creo que sí.

– Otra opción sería Stirling y la M9 -dijo Clarke.

– O -añadió Rebus-, a lo sumo podría tomar por el puente de Kincardine…

– Pero independientemente del itinerario que eligiera -prosiguió Clarke-, entraría en Edimburgo por el oeste o por el norte, que es lo más cercano a su casa -hizo otra pausa-. Por eso nos devanamos los sesos para entender qué es lo que hacía su Porsche Carrera en Portobello High Street una hora y media después de pagar la cuenta en Gleneagles -añadió acercándole la foto de la cámara de vigilancia urbana-. Comprobará que tiene la hora y el día, y su coche es el único en la calle, señor Janney. ¿Puede decirnos qué hacía allí?

– Debe de tratarse de un error… -balbució Janney desviando la mirada de la foto para concentrarla en el suelo.

– Es lo que dirá ante el tribunal, ¿verdad? -comentó Rebus irónico-. ¿Es eso lo que su carísimo abogado manifestará ante el juez y el jurado?

– Tal vez no tenía ganas de ir a casa -dijo Janney, haciendo que Rebus juntara las manos en un gesto rápido.

– ¡Sí, claro! -espetó-. Con un coche así le darían ganas de seguir costa adelante. Tal vez hasta cruzar la frontera…

– Lo que en realidad sucedió, señor Janney-terció Clarke-, es que Sergei Andropov estaba preocupado por la grabación -al mencionar «grabación» los ojos de Janney se clavaron en Rebus y éste le respondió con un guiño exagerado-. Tal vez se lo comentó, o quizá lo hiciera el chófer. El problema era que había hecho un comentario sobre Todorov y Todorov había muerto. Si la grabación salía a la luz el señor Andropov sería sospechoso y tal vez tuviera que abandonar el país o acabar siendo deportado. Y Escocia era supuestamente su refugio, su santuario. En Moscú, lo único que le esperaba era un proceso espectacular, y si se marchaba, se iban con él todos esos lucrativos negocios. Todos sus miles de millones. Por eso decidió ir a hablar con Charles Riordan. El diálogo salió mal y él acabó inconsciente…

– ¡Yo ni siquiera conocía a Charles Riordan!

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