Читаем La música del Adiós полностью

El equipo de la Científica acudió a examinar el Ford Escort y el mecánico extrajo el CD atascado en cuestión de minutos. En el aparato de Gayfield Square sonó perfectamente. La única inscripción que llevaba era el nombre de Riordan, igual que la copia que el propio Riordan había hecho para Siobhan Clarke. Más buenas noticias: por lo visto la caja de herramientas del maletero iba a serles útil. Walsh había limpiado la sangre del martillo, pero quedaban otras manchas. El equipo de Ray Duff y los del laboratorio de Howdenhall escrutarían el resto del coche, por dentro y por fuera, para descubrir huellas dactilares y otros rastros. Era, como admitió incluso Derek Starr, «un resultado». Starr no había esperado mucho de aquella jornada, salvo las horas extra, y ahora daba saltos de contento y había llamado al jefe de policía a su casa antes de que nadie se le adelantara, para gran frustración del inspector jefe Macrae (a quien Starr destinó su segunda llamada).

Gary Walsh estaba en el cuarto de interrogatorio número 1 y Louisa Walsh en el número 2, declarando por separado. La resistencia del hombre fue cediendo poco a poco a medida que le fueron confrontando con las pruebas: el martillo, la sangre y el desplazamiento de la cámara para fingir que él no había visto la agresión. Obtuvieron un mandamiento judicial de registro y los agentes preguntaron a Walsh si encontrarían las pertenencias robadas a Alexander Todorov escondidas en algún sitio de la casa o en el lugar de trabajo, pero él negó con la cabeza.

«Yo no quería matarlo, sólo echarlo del coche… Dormía como un bendito después de fornicar con mi mujer… Apestaba a alcohol, a sudor y a su perfume… Le di unos golpes y él salió tambaleándose del aparcamiento… Yo subí a mi coche y arranqué, pero vi que había hecho algo en el reproductor de compactos, que no funcionaba… Fue la última gota… Lo vi al final de la callejuela y no supe lo que hacía… Perdí los nervios, sí, y todo por culpa de él… Se me ocurrió quitarle lo que llevaba para que pareciera un atraco. Están al pie del Castillo; las tiré por encima de la tapia…»

– Pues bien -comentó Siobhan Clarke-, después de tanta indagación, resulta que es un drama doméstico.

Lo dijo en un tono de hastío y desolación. Rebus sonrió solidario. Estaba de nuevo en la comisaría de Gayfield Square con permiso del inspector Derek Starr, quien dijo que «asumía toda responsabilidad».

– Qué gracioso -comentó Rebus.

– Tiene un rollo con una -prosiguió Clarke, más para sí misma que para Rebus-, se lo dice a la mujer y ésta se venga. ¿El marido se sale de sus casillas y el pobre desgraciado al que ella atrae para fornicar acaba en la mesa del depósito? -añadió meneando la cabeza despacio.

– Una muerte aséptica y fría -comentó Rebus.

– Eso es un verso de Todorov -dijo Clarke-. Y de «aséptica» no tiene nada.

Rebus alzó levemente los hombros.

– Andropov me dijo «cherchez la femme», tratando de enredar las cosas, pero tenía razón.

– Esa copa con Cafferty… Riordan que graba el recital… Andropov, Stahov, MacFarlane y Bakewell -dijo ella, contando con los dedos.

– No había ninguna relación -asintió Rebus-. Al final sólo se trataba de un compacto atascado y de un hombre fuera de sí.

Estaban en el pasillo de los cuartos de interrogatorio, hablando en voz baja, conscientes de que en la pared contigua tenían a Walsh y a su esposa. Clarke lanzó una risita desmayada por cuenta propia al ver que un agente uniformado entraba en el pasillo. Rebus vio que era Todd Goodyear.

– ¿Vuelves a lucir el uniforme? -dijo Rebus. Goodyear se alisó la pechera.

– Hago el turno de fin de semana en West End, pero cuando me enteré, he querido acercarme. ¿Es cierto lo que cuentan?

– Por lo visto -contestó Clarke con un suspiro.

– ¿Fue el empleado del aparcamiento? -vio cómo ella asentía con la cabeza-. ¿Y todas esas horas que dediqué a las grabaciones de Riordan…?

– Formaban parte de la investigación -dijo Rebus, dándole una palmadita en el hombro. Goodyear le miró.

– Le han levantado la suspensión de servicio -comentó.

– No se te escapa una, muchacho.

Goodyear le tendió la mano.

– Me alegro de que estén investigando sobre otros posibles agresores de Cafferty -dijo.

– No estoy seguro de estar totalmente fuera de sospecha, pero gracias de todos modos.

– Tiene que arreglar el maletero del coche.

Rebus contuvo la risa.

– Tienes toda la razón, Todd. En cuanto tenga un minuto…

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