El Parlamento de Escocia había dividido a la opinión pública desde que los medios de comunicación airearon el proyecto. Había quien lo consideraba audaz y revolucionario, y quien cuestionaba sus rarezas y enorme precio. Antes de que la obra hubiera concluido habían muerto el arquitecto y la persona que la había encargado. Pero ahora, el edificio estaba terminado y en pleno funcionamiento. Rebus, desde luego, seguía pensando que la Cámara de los Diputados, que él había visto en la tele, era un poco rara.
Cuando dijeron a la mujer del mostrador de recepción que querían ver a Megan MacFarlane, ésta imprimió dos pases de visitante, hizo una llamada a la oficina del Parlamento desde donde confirmaron que les esperaban, y otro empleado se acercó a decirles que lo siguieran. Era un hombre alto de paso rápido y, como la recepcionista, tenía más de sesenta y cinco años. Le siguieron a través de pasillos hasta un ascensor y recorrieron más pasillos a continuación.
– Hay mucho cemento y madera -comentó Rebus.
– Y cristal -añadió Clarke.
– Todo de lo más caro, por supuesto -dijo Rebus.
Su guía no dijo palabra y finalmente doblaron una última esquina, donde les aguardaba un joven.
– Gracias, Sandy. Yo los acompaño -dijo.
Cuando el guía se retiraba por donde habían venido, Clarke le dio las gracias, recibiendo un leve gruñido por respuesta. Quizás el hombre había quedado sin aliento.
– Me llamo Roddy Liddle. Megan es mi jefa -dijo el joven.
– ¿Y quién es esa Megan? -inquirió Rebus-. Lo único que nos ha dicho el jefe es que viniéramos a hablar con alguien que se llama así, que, por lo visto, llamó.
– Fui yo quien llamó -respondió Liddle en un tono que daba a entender que era una más de las arduas tareas que se tomaba con calma.
– Hizo muy bien, hijo -comentó Rebus. El «
– Seguro que Megan se lo explicará -respondió. Dicho lo cual, se volvió de espaldas y les condujo pasillo adelante.
Los despachos de los diputados del Parlamento de Escocia eran de dimensiones bien proporcionadas, con mesas para el personal y los propios políticos. Era la primera vez que Rebus veía una de las infames «
– Me alegra que hayan acudido tan pronto -dijo-. Sé que están ocupados con la investigación y no les entretendré mucho -era baja, delgada y de aspecto impecable, perfectamente arreglada con el maquillaje justo. Llevaba gafas de media luna caídas sobre la nariz y miró por encima de ellas a los dos policías-. Yo soy Megan MacFarlane -añadió, dándoles pie para que se presentaran. Liddle se sentó a su mesa para leer unos mensajes en el ordenador.
Rebus y Clarke dieron su nombre y la diputada del Parlamento de Escocia miró a su alrededor buscando donde sentarse, pero se le ocurrió otra cosa.
– Bajamos a tomar café, Roddy. ¿Te traigo uno?
– No, gracias, Megan. Tengo bastante con una taza al día.
– Ajá. ¿No tengo sesión después en la cámara? -preguntó, aguardando hasta que él negó con la cabeza, antes de mirar a Clarke-. Es por los efectos diuréticos, ¿sabe? No está bien tener que salir al váter en medio de un punto del orden del día…
Siguieron el mismo camino por donde habían venido y descendieron por una escalinata impresionante, mientras MacFarlane comentaba que los «
– Los últimos sondeos nos dan cinco puntos por delante de los laboristas. Blair ha perdido popularidad y Gordon Brown también, por la guerra de Irak y el asunto de los títulos de nobleza. Fue un compañero mío quien inició la investigación. Entre los laboristas cunde el pánico porque Scotland Yard dice que ha descubierto «
– O sea que, ¿esperan ustedes el voto de protesta? -preguntó Rebus. MacFarlane consideró que el comentario no merecía respuesta-. Si ganan en mayo -continuó Rebus-, ¿habrá un referéndum sobre la independencia?
– Se lo aseguro.
– ¿Y nos convertiremos en el tigre celta?
– El partido laborista lleva decepcionando a los escoceses desde hace cincuenta años, inspector. Es hora de que haya un cambio.
Mientras aguardaban cola en el mostrador dijo que ella «