El FAB era el nombre con que la gente se refería al First Albannach Bank. Era un término afectuoso emblemático de una de las grandes empresas de Escocia, y probablemente la más rentable. En los anuncios de la tele el FAB se presentaba como una gran familia casi como de telenovela, y la nueva central del banco -construida en el cinturón verde a pesar de las protestas- era una ciudad en miniatura con centro de compras y cafés. El personal podía ir a la peluquería o comprar lo necesario para la cena, utilizar el gimnasio o jugar al golf en el propio campo de nueve hoyos de la empresa.
– Aquí tienen, si desean que alguien les administre el saldo deudor… -dijo Janney sacando tarjetas de visita.
MacFarlane se rió al verlo antes de tenderle el café solo. Rebus pensó que era curioso que él tomase lo mismo que ella; pero casi apostó algo mentalmente a que, si acompañaba a un cliente importante, Janney tomaba lo mismo que pidiera éste. En la Academia de Policía en Tulliallan habían hecho un cursillo un par de años atrás sobre técnicas empáticas de interrogatorio, según las cuales cuando se interroga a un testigo o a un sospechoso debe intentarse descubrir cosas en común aun a base de mentir. Rebus nunca había sabido aplicarlas, pero estaba seguro de que con Janney resultaría algo natural.
– Stuart es incorregible -dijo la diputada-. ¿Qué les decía yo sobre fomentar negocios? No es ético -añadió sonriendo, mientras Janney, conteniendo la risa, acercaba las tarjetas a Rebus y Clarke.
– El señor Janney -dijo Clarke-, nos ha dicho que estuvieron hablando de Alexander Todorov.
Megan MacFarlane asintió despacio con la cabeza.
– Stuart actúa de asesor del CRU.
– No sabía yo que el FAB era pronacionalista, señor Janney -dijo Rebus.
– El banco es totalmente neutral -replicó Janney-. En el Comité de Rehabilitación Urbana hay doce miembros que representan a cinco partidos políticos, inspector.
– ¿Y con cuántos de ellos habló hoy por teléfono?
– Hasta ahora sólo con Megan -contestó el banquero-, pero aún falta bastante para la hora del almuerzo -añadió, consultando el reloj.
– Stuart es asesor de nuestras tres «I» -añadió MacFarlane-. Iniciativas de inversión interior.
Rebus hizo caso omiso de la explicación.
– ¿Le pidió la señorita MacFarlane que viniera aquí, señor Janney? -obtuvo la contestación al ver que el banquero miraba a la diputada-. ¿Qué hombre de negocios fue? -añadió, dirigiéndose a ella.
– ¿Cómo dice? -replicó ella parpadeando.
– ¿Quién fue el que mostró preocupación por Alexander Todorov?
– ¿Por qué quiere saberlo?
– ¿Hay alguna razón que impida que lo sepa? -replicó Rebus enarcando una ceja para impresionar.
– El inspector te tiene acorralada, Megan -dijo Janney con una sonrisa torcida que obtuvo una mirada torva, desvanecida cuando la diputada miró a Rebus.
– Fue Sergei Andropov -dijo.
– Hubo un presidente ruso llamado Andropov -comentó Clarke.
– No son parientes -puntualizó Janney dando un sorbo al café-. En la sede central del banco le llaman Svengali.
– ¿Puede decirme por qué? -preguntó Clarke con auténtica curiosidad.
– Por las empresas que ha absorbido y el modo en que ha logrado, de paso, protagonismo internacional para su negocio; por cómo sabe hacer cambiar de idea a los consejos de administración, por sus estrategias y su astucia… -dijo Janney, dejando la frase en el aire-. Estoy seguro -añadió-, de que es un apelativo cariñoso.
– En cualquier caso, usted sí que parece tenerle cariño -comentó Rebus-. Me imagino que su banco estaría encantado de hacer negocios con esos personajes.
– Ya los hacemos.
Rebus decidió borrar la sonrisa del rostro del banquero.
– Pues Alexander Todorov también era cliente de su banco, señor, y ya ve qué ha sido de él.
– Lo que dice el inspector Rebus da que pensar -terció Clarke-. ¿Nos podría facilitar datos sobre las cuentas del señor Todorov y sus últimos movimientos?
– Hay un protocolo…
– Lo comprendo, señor, pero eso nos ayudaría a encontrar al asesino, y de paso a tranquilizar a sus clientes.
Janney reflexionó un instante haciendo un mohín.
– ¿Hay un albacea? -preguntó.
– No nos consta.
– ¿En qué sucursal tenía la cuenta?
Clarke estiró los brazos y se encogió de hombros, sonriendo esperanzada.
– Veré lo que puedo hacer.
– Se lo agradecemos, señor -dijo Rebus-. Nuestra comisaría está en Gayfield Square -añadió mirando a su alrededor ostensiblemente-. No es tan grande como esto, pero tampoco estruja al contribuyente.
Capítulo 9
Fue un breve trayecto desde el Parlamento hasta el Ayuntamiento. Rebus dijo en recepción que tenían una cita a las dos con la alcaldesa y, como llegaban con mucha anticipación, preguntó si podrían dejar el coche aparcado fuera. Los empleados no hicieron objeciones y Rebus, con una amplia sonrisa, inquirió si entre tanto podían saludar a Graeme MacLeod. Les hicieron de nuevo unos pases, pasaron otro control de seguridad y entraron. Mientras esperaban el ascensor, Clarke se volvió hacia Rebus.
– Quería decirte que has interrogado muy bien a Macfarlane y a Janney.