– No sabemos de qué asunto se trata -dijo Rebus, alzando su taza-. Espero que no le importe ir al grano, pues, como usted misma ha dicho, tenemos una investigación pendiente en la comisaría.
– Naturalmente -dijo MacFarlane, haciendo una pausa como para ordenar sus pensamientos-. ¿Qué saben ustedes de mí?
Rebus y Clarke intercambiaron una mirada.
– Hasta que nos ordenaron venir a verla -contestó Rebus-, ninguno de los dos habíamos oído su nombre.
La diputada, sin perder su aplomo, sopló sobre la superficie del café antes de dar un sorbo.
– Yo soy escocesa nacionalista -dijo.
– Nos lo habíamos imaginado.
– Y eso significa que me apasiona mi país. Si Escocia ha de prosperar este siglo, y hacerlo fuera de los lindes del Reino Unido, necesitamos ser emprendedores, tener iniciativa e inversiones -dijo apoyando su afirmación con tres dedos sucesivamente-. Por eso soy miembro activo del CRU, el Comité de Rehabilitación Urbana. Pero entiéndase que nuestro cometido no es exclusivamente urbano; en realidad, ya he propuesto un cambio de nombre para que quede claro.
– Perdone que la interrumpa -terció Clarke al advertir el nerviosismo de Rebus-, pero ¿puede decirme qué tiene esto que ver con nosotros?
MacFarlane bajó la mirada y esbozó una leve sonrisa de disculpa.
– Es que cuando algo me apasiona tengo tendencia a enrollarme.
La mirada que Rebus dirigió a Clarke fue harto elocuente.
– Ese lamentable incidente con el poeta ruso… -añadió MacFarlane.
– ¿Por qué lo dice? -dijo Rebus, al quite.
– En este momento visita Escocia un grupo de hombres de negocios… un grupo de rusos muy acaudalados pertenecientes a los sectores del petróleo, el gas y el acero y a diversas industrias que están trabajando para el futuro, inspector. El futuro de Escocia. Tenemos que garantizar que nada obstaculice las relaciones que con tanto esfuerzo hemos incentivado en los últimos años. Y lo que desde luego no deseamos es que haya alguien que piense que no somos un país hospitalario, un país que acoge culturas y etnias. Por ejemplo, lo que ha sucedido con ese pobre sij…
– ¿Nos está preguntando -interrumpió Clarke-, si se trata de una agresión racista?
– Un miembro del grupo ruso ha manifestado su preocupación en ese sentido -asintió MacFarlane mirando hacia Rebus, que de nuevo observaba el techo sin acabar de entender el concepto. Le habían comentado que las formas cóncavas representaban barcas, y volvió el rostro hacia la diputada con gesto afligido como esperando la confirmación.
– No podemos descartar nada -comentó, prescindiendo de su cuita-. Pudo haber un móvil racista. Esta mañana el consulado ruso nos comentó que unos trabajadores emigrantes del este de Europa habían sufrido agresiones. Así que, desde luego, es una de las líneas de investigación que seguiremos.
Ella lo miró sorprendida por la frase, tal como él esperaba. Clarke ocultó su sonrisa con la taza. Rebus decidió divertirse un poco más.
– ¿Hubo alguno de esos hombres de negocios que estuviera hace poco con el señor Todorov? Si es el caso, convendría hablar con ellos.
MacFarlane eludió la réplica gracias a la presencia de un nuevo personaje que, como Rebus y Clarke, llevaba pase de identificación de visitante.
– Megan -dijo-, te he visto desde recepción. ¿No estaré interrumpiendo?
– En absoluto, Stuart -respondió la diputada, apenas ocultando su alivio-. Te invito a un café -y les dijo a Rebus y Clarke-: Les presento a Stuart Janney, del First Albannach Bank. Stuart, estos son los policías encargados del caso Todorov.
Janney les estrechó la mano antes de sentarse.
– Espero que los dos sean clientes del banco -comentó con una sonrisa.
– Dada mi situación económica -replicó Rebus- le alegrará saber que tengo cuenta en la competencia.
Janney hizo una mueca exagerada. Llevaba la trinchera en el brazo y la dobló en su regazo.
– Qué macabro ese asesinato -dijo mientras MacFarlane se unía a la cola del bar.
– Macabro -repitió Rebus.
– Por lo que ha dicho la señorita MacFarlane -terció Clarke-, creo que ya habló de ello con usted.
– Surgió en la conversación esta mañana -contestó Janney, pasándose una mano por su pelo rubio. Tenía un rostro pecoso de piel rosada que a Rebus le recordaba a Colin Montgomerie de joven, y el azul de sus ojos era como el de la corbata. Janney consideró que debía añadir una explicación-: Estuvimos hablando por teléfono.
– ¿Tiene usted algo que ver con los visitantes rusos? -preguntó Rebus, y Janney asintió con la cabeza.
– El FAB no desdeña nunca a posibles clientes, inspector.