Читаем La música del Adiós полностью

– Ya me lo imaginé al ver que tú me dejabas a mí casi todo el trabajo.

– ¿Estoy a tiempo de retirar el cumplido? -sonrieron los dos-. ¿Cuánto tardarán en descubrir que has ocupado un espacio de aparcamiento con falsos pretextos?

– Depende de que pregunten o no a la secretaria de la alcaldesa.

El ascensor los llevó dos pisos más abajo, al sótano, donde aguardaba un hombre. Rebus se lo presentó a Clarke como Graeme MacLeod y él los condujo a la sala UCV o Unidad Central de Vigilancia. Rebus ya la conocía, pero Clarke no, por lo que se quedó algo sorprendida al ver el despliegue de docenas de monitores de circuito cerrado de tres al fondo, atendidos por personal con ordenador en sus respectivas mesas.

A MacLeod le gustaba ver la reacción de sorpresa de los visitantes y comenzó a dar explicaciones encantado.

– En Edimburgo existe videovigilancia desde hace diez años -dijo-. Comenzamos con doce cámaras en el centro, en la actualidad tenemos más de ciento treinta, y dentro de poco tendremos más. Mantenemos conexión directa con el Centro de Control de Policía en Bilston, y unas mil doscientas detenciones al año son el resultado de lo que observamos en esta agobiante unidad.

Era cierto que en la sala hacía calor a causa de las pantallas, y Clarke se quitó el abrigo.

– Trabajamos 24 horas todos los días de la semana -prosiguió MacLeod-, y podemos localizar a un sospechoso y dar a la policía su localización -los monitores estaban numerados y MacLeod señaló uno de ellos-. Ahí se ve Grassmarket, y si Jenny -añadió apuntando hacia una mujer sentada a una mesa-, acciona el teclado, la cámara se desplaza y enfoca a una persona que esté aparcando el coche o que salga de una tienda o de un pub.

Jenny hizo una demostración y Clarke asintió despacio con la cabeza.

– La imagen es muy clara -comentó-. Y en color… yo pensaba que era en blanco y negro. Me imagino que en King’s Stables Road no habrá cámaras.

MacLeod contuvo la risa.

– Ya me figuraba que venían por eso -dijo cogiendo un libro de registro y pasando un par de páginas-. Por la noche estaba Martin de controlador y captó coches de policía y una ambulancia -MacLeod señaló con el dedo la línea de registro-. Incluso verificó cierto metraje anterior, pero no descubrió nada concluyente.

– Eso no quiere decir que no haya algo.

– Por supuesto.

– Siobhan me ha comentado que en Reino Unido existen más cámaras de vigilancia que en ningún otro país -dijo Rebus.

– El veinte por ciento de todas las cámaras de circuito cerrado de todo el mundo; una por cada doce habitantes.

– Sí que son muchas -musitó Rebus.

– ¿Conservan todo el metraje grabado? -preguntó Clarke.

– Hacemos lo que podemos. Lo pasamos a disco duro y a vídeo, pero tenemos instrucciones…

– Lo que quiere decir Graeme -terció Rebus-, es que no nos puede entregar el material en virtud de la Ley de Protección de Datos de 1997.

MacLeod asintió con la cabeza.

– De 1998, John. Podemos entregárselo pero hay que seguir unos cauces.

– Motivo por el cual sé que hay que confiar en el criterio de Graeme -dijo Rebus, volviéndose hacia MacLeod-. Me imagino que habrá examinado las grabaciones con el equivalente digital de un peine fino.

MacLeod sonrió y asintió con la cabeza.

– Jenny me echó una mano. Teníamos la foto de la víctima de diversas agencias de noticias. Creo que lo captamos en Shandwick Place; iba a pie y solo. Eran las diez pasadas. Una hora más tarde aparecía en Lothian Road, pero, como muy bien han pensado, en King’s Stables Road no tenemos cámaras.

– ¿Tiene la impresión de que alguien lo seguía? -preguntó Rebus. MacLeod negó con la cabeza.

– Y Jenny tampoco.

Clarke volvió a mirar los monitores.

– Unos años más de avance tecnológico y me quedaré sin trabajo -comentó.

MacLeod se echó a reír.

– Lo dudo. La vigilancia es un asunto muy delicado. Siempre existe el riesgo de violación de la intimidad, y los defensores de los derechos civiles no cesan de plantear obstáculos.

– Vaya novedad -musitó Rebus.

– No me dirá que le gustaría que una cámara enfocase su ventana -añadió MacLeod en broma.

Clarke reflexionó un instante.

– Charles Riordan se hizo cargo de la cuenta del restaurante a las 21:48. Todorov salió de allí en dirección al centro, pasando por Shandwick Place. ¿Cómo tardó media hora en recorrer cuatrocientos metros hasta Lothian Road?

– ¿Tomaría una copa en algún bar? -aventuró Rebus.

– Riordan mencionó el Mather’s y el hotel Caledonian. Entrara donde entrase, estaba de nuevo en la calle a las 22:40, lo cual significa que pasó por el aparcamiento cinco minutos después -añadió ella, esperando a que Rebus asintiera con la cabeza.

– El aparcamiento lo cierran a las once -comentó él-. Sería una agresión rápida -añadió para MacLeod-: ¿Y después, Graeme?

MacLeod estaba al quite.

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