– Ah, John -dijo Gates tendiendo una mano tan fría como la sala-. Empieza a apretar el frío. Y también está la sargento Clarke… deseando, qué duda cabe, perder la sombra de su mentor.
Clarke se sintió mortificada, pero no dijo nada; no valía la pena discutir el asunto, pues por lo que a ella respectaba hacía tiempo que había salido de la sombra de Rebus. Éste le dirigió una sonrisa comprensiva antes de estrechar la mano del pálido Curt, quien había sufrido un amago de cáncer hacía casi un año que le había robado parte de su energía; aunque había dejado de fumar.
– ¿Cómo está, John? -dijo Curt.
Rebus pensó que más bien era él quien habría debido preguntárselo, pero le contestó con una inclinación de cabeza.
– Yo digo que está en el dos -dijo Gates volviéndose hacia su colega-. ¿Apuesta o no?
– En realidad está en el número tres -dijo Clarke-. Creemos que puede ser un poeta ruso.
– ¿No será Todorov? -inquirió Curt enarcando una ceja. Clarke le enseñó el libro y el doctor elevó aún más la ceja.
– No se me había ocurrido que fuese amante de la poesía, doctor -comentó Rebus.
– ¿Se trata de un incidente diplomático? -terció Gates con un resoplido-. ¿Hay que buscar puntas de paraguas envenenadas?
– Se diría que le agredió un loco -añadió Rebus-. A no ser que haya un veneno que despelleje el rostro.
– Fasciitis necrótica -musitó Curt.
– Causada por
Esto decepcionó profundamente a Rebus.
Trauma causado por objeto romo: el médico de guardia de la policía no se había equivocado.
Rebus estaba sentado en su sala de estar con las luces apagadas, fumando un pitillo. Después de la prohibición de fumar en los lugares de trabajo y en los pubs, el gobierno se proponía prohibirlo también en casa. Rebus se preguntaba cómo se las arreglaría para hacer cumplir la ley. En el reproductor de CD tenía puesto un álbum de John Hiatt a bajo volumen, del que sonaba la canción «
Rebus dejó a Siobhan en casa y cruzó en coche las calles silenciosas casi al alba hasta Marchmont: un feliz hueco para aparcar, y a su piso en el segundo. En la sala de estar había un mirador donde tenía su sillón. Se había prometido llegar hasta el dormitorio, pero debajo del sofá tenía un edredón extra por si acaso. Y también una botella de whisky -Highland Park de dieciocho años- comprada el último fin de semana, en la que quedaban un par de vasos. Tabaco, priva y suave música nocturna. En otro tiempo le habrían servido de buen consuelo, pero ahora se preguntaba si le bastarían cuando dejase el trabajo. ¿Qué otra cosa tenía?
Una hija en Inglaterra que vivía con un profesor universitario. Una ex mujer que se había ido a vivir a Italia. El pub.
No se veía conduciendo un taxi o haciendo indagaciones previas para abogados defensores. No concebía «
¿Deportes? Ninguno.
¿Aficiones y pasatiempos? Lo que había hecho hasta ahora.
«