Erg Noor empezó a explicarle brevemente el principio de la destrucción que amenaza a la materia cuando su velocidad de desplazamiento se aproxima a la de la luz, mas advirtió que la muchacha no le escuchaba con atención.
— ¡Ya le comprendo! — exclamó Niza cuando él hubo terminado la explicación —. Lo habría comprendido inmediatamente si la pérdida del Argos no me hubiese ofuscado el pensamiento… ¡Estas catástrofes son tan terribles, cuesta tanto trabajo aceptarlas!
— Ahora ya ha captado usted lo esencial del mensaje — dijo sombrío Erg Noor —. Ellos descubrieron unos mundos de singular belleza. Y yo vengo soñando desde hace tiempo con recorrer de nuevo esa misma ruta del Argos, provisto de aparatos más perfectos. La empresa es ya completamente factible con un solo navío. Desde mi juventud, mi sueño dorado es la Vega, ¡ese sol azul, rodeado de magníficos planetas!
— ¡Quién pudiera ver esos mundos!.. — repuso Niza, con voz alterada por la emoción —. Mas para volver hacen falta sesenta años terrestres o cuarenta dependientes… Es decir, media vida.
— Las grandes realizaciones exigen grandes sacrificios. Aunque para mí esto ni siquiera constituye un sacrificio. Mi vida en la Tierra no ha sido más que unas breves escalas entre los viajes astrales. ¡Yo nací a bordo de una astronave! — ¿Cómo fue eso? — inquirió ella asombrada.
— La treinta y cinco expedición astral constaba de cuatro navíos. Mi madre era astrónomo de uno de ellos. Yo nací a mitad de camino de la estrella doble MN1906 + 7AL, infringiendo con ello las leyes por dos veces. Sí, por dos veces, pues crecí y me eduqué junto a mis padres, en la astronave, en lugar de hacerlo en la escuela. ¡No hubo más remedio! Cuando la expedición regresó a la Tierra, yo tenía ya dieciocho años. Al llegar a mi mayoría de edad, se me contaba, como un « trabajo de Hércules », el haber aprendido a conducir el navío y ser ya un astronauta.
— A pesar de todo, sigo sin comprender… — empezó a decir Niza.
— ¿A mi madre? Cuando tenga usted algunos años más, la comprenderá. Por aquel entonces, el suero AT-Anti-Tia no se conservaba mucho tiempo. Y los médicos no lo sabían… Pues bien, el caso es que me llevaban de niño a un puesto central de comando, parecido a éste. Yo abría mis deslumbrados ojillos infantiles ante las pantallas reflectoras en que danzaban las estrellas. Volábamos hacia la Théta del Lobo, donde se encontraba una estrella doble próxima al Sol: dos enanillos — el uno azul, el otro anaranjado — tras una nube opaca. Mi primera impresión consciente fue el cielo de un planeta sin vida que yo observaba bajo la cúpula de cristal de una estación provisional. Los planetas de las estrellas dobles suelen ser inanimados, debido a la irregularidad de sus órbitas. La expedición, que había tomado tierra en uno de ellos, realizó durante siete meses trabajos de prospección. Según recuerdo, encontraron allí fantásticas riquezas, yacimientos de platino, osmio e iridio. Cubos de este metal, de un peso increíble, me servían de juguetes.
Y sobre mí, aquel cielo, mi primer cielo, negro, tachonado de claras estrellas inmóviles, y dos soles de una belleza indescriptible: uno, de vivo color naranja; el otro, intensamente añil. Recuerdo que sus rayos se entrecruzaban a veces e inundaban nuestro planeta de una luz verde, tan alegre y espléndida, ¡que me hacía gritar de entusiasmo y cantar de alegría!.. — Erg Noor calló un instante y concluyó —: Bueno, basta. Me he dejado llevar por los recuerdos, y hace tiempo que debía usted estar descansando.
— Continúe, nunca he oído nada tan interesante — suplicó Niza, pero el jefe se mantuvo inflexible.
Trajo el hipnotizador automático pulsatorio, y la muchacha — magnetizada por la mirada imperiosa de Erg Noor o por la acción soporífera del aparato — quedó sumida en tan profundo sueño, que no se despertó hasta la víspera de la sexta vuelta. La fría expresión del jefe le advirtió en seguida que el Algrab continuaba sin aparecer.
— ¡Se ha despertado usted a tiempo! — dijo, en cuanto Niza, luego de darse un baño de electricidad y ondas y de arreglarse, volvió al puesto de comando —. Conecte la música y la luz despertadora. ¡Para todos!
Niza apretó al momento unos botones en hilera, y en todos los camarotes donde dormían los miembros de la expedición surgieron unos resplandores intermitentes y se expandió una melodía singular, de graves y vibrantes acordes en crescendo. El sistema nervioso iba saliendo gradualmente de su inhibición para volver a su actividad normal.
Cinco horas más tarde, todos los tripulantes se reunían en el puesto central de comando, en plena posesión de sus facultades, confortados por el alimento y los tónicos.