Key Ber despertó al astronauta. Éste se levantó de un salto, entró corriendo en el puesto central de comando y se abalanzó hacia los aparatos.
— No observo nada amenazador. Pero ¿de dónde procederá este campo de atracción?
Es demasiado potente para ser de una nube opaca, y aquí no hay estrella alguna… — Lin quedó un momento pensativo y oprimió el botón de despertar correspondiente al camarote del jefe de la expedición. Reflexionó de nuevo unos instantes y conectó con el camarote de Niza Krit.
— Si no ocurre nada, nos relevarán simplemente — le explicó a la alarmada Ingrid.
— ¿Y si ocurre? Pues Erg Noor no volverá a su estado normal hasta dentro de cinco horas. ¿Qué hacemos?
— Esperar — repuso tranquilo el astronauta —. ¿Qué puede ocurrir en cinco horas aquí, tan lejos de todos los sistemas estelares?…
La tonalidad del sonido de los aparatos bajaba de continuo, prueba indudable de que las circunstancias de vuelo se modificaban. En la angustia de la espera, el tiempo se alargaba interminable. Dos horas transcurridas parecieron toda una guardia. Peí Lin permanecía sereno exteriormente, pero la agitación de Ingrid se había transmitido ya a Key Ber. Miraba con frecuencia a la puerta de la cámara de comando, aguardando la irrupción, impetuosa como siempre, de Erg Noor, aunque sabía que el despertar del largo sueño sería lento.
Un timbrazo prolongado hizo estremecer a todos. Ingrid se agarró a Key Ber.
— ¡La Tantra, está en peligro! ¡La intensidad del campo es dos veces más alta de la calculada!
El astronauta palideció. Había ocurrido lo inesperado. Era preciso tornar inmediatamente una determinación. La suerte de la astronave estaba en sus manos. El acrecentamiento continuo de la fuerza de atracción exigía que se aminorase la marcha de la nave no sólo porque su peso aumentaba, sino porque en medio de su camino se encontraba evidentemente una gran acumulación de materia compacta. Mas si se aminoraba la marcha, ¡no habría después manera de tomar nuevamente velocidad! Peí Lin apretó los dientes, y dio vuelta a la manija de conexión de los motores iónicos planetarios de freno. Un sonoro golpeteo se fundió con la melodía de los instrumentos, acallando el pertinaz timbrazo del aparato que calculaba la correlación entre la fuerza de atracción y la velocidad. El timbre cesó de repiquetear y las agujas corroboraron el éxito: de nuevo, la velocidad no era peligrosa y se acercaba a la que correspondía a la creciente gravitación. Pero apenas hubo desconectado Peí Lin los frenos, volvió a resonar: la amenazadora fuerza gravitatoria exigía que se disminuyese la marcha. Ya no cabía duda de que la astronave iba derecha hacia un potente centro de atracción.
El astronauta no se decidió a cambiar el curso, fruto de un gran trabajo y una extrema exactitud. Utilizando los motores planetarios, frenó otra vez la astronave, aunque ya era evidente el error cometido al trazar la ruta a través de una masa desconocida de materia.
— El campo de atracción es muy grande — indicó Ingrid a media voz —. Tal vez…
— ¡Hay que aminorar aún más la marcha, para virar! — gritó el astronauta —. Pero ¿cómo acelerarla después?… — y en sus palabras se percibía una indecisión fatal.
— Ya hemos atravesado la zona externa vertiginosa — repuso Ingrid —. La gravitación aumenta con rapidez y sin cesar.
Oyóse un golpeteo frecuente y sonoro: los motores planetarios habían comenzado a funcionar automáticamente, cuando la máquina electrónica que gobernaba la nave percibiera delante una enorme acumulación de materia. La Tantra empezó a balancearse.
A pesar de la incesante aminoración de la marcha, las personas que se encontraban en el puesto central de comando empezaron a perder el conocimiento. Ingrid cayó de rodillas, mientras Peí Lin, en su sillón, se esforzaba por alzar la cabeza, pesada como el plomo.
Key Ber sintió un miedo absurdo, zoológico, y un desamparo infantil.
El golpeteo de los motores, cada vez más precipitado, se convirtió en un rugido continuo. El « cerebro » electrónico de la nave luchaba — en lugar de sus dueños, medio desvanecidos —, potente a su manera, pero limitado, ya que era incapaz de prever las complejas consecuencias y de hallar una solución en los casos excepcionales.
Disminuyó el balanceo de la Tantra. Las columnillas indicadoras de las reservas de cargas iónicas planetarias descendían raudas. Al recobrarse, Peí Lin comprendió que el extraño acrecentamiento de la fuerza de atracción era tan rápido, que se requería tomar urgentes medidas para detener la marcha de la nave y cambiar bruscamente de ruta.
Movió hacia adelante la palanca de los motores de anamesón. Cuatro altos cilindros de nitrito bórico, visibles por una mirilla del cuadro de comando, se iluminaron interiormente.