Arrellanado en el sillón, empezó a volver lentamente las hojas metálicas, indicando las cifras de las coordenadas, la tensión de los campos magnéticos, eléctricos y de gravitación, la potencia de los flujos de partículas cósmicas, la velocidad y densidad de las corrientes meteóricas. En tanto, Niza, contraída toda ella, apretaba los botones y daba vuelta a las llaves conectaras de la máquina de calcular. Después de recibir varias respuestas, Erg Noor frunció pensativo el entrecejo.
— En nuestra ruta hay un campo de intensa gravitación: la zona de acumulaciones de materia opaca en el Escorpión, cerca de la estrella 6555-ZR+ll-PKU — dijo —. Para economizar combustible, hay que desviarse hacia allí, hacia el Serpentario… En la antigüedad se volaba sin motor, utilizando como acelerador la periferia de los campos de gravitación…
— ¿Podemos nosotros recurrir a ese procedimiento? — preguntó Niza.
— No. Nuestras astronaves son demasiado rápidas para ello. La velocidad de 5/6 de la unidad absoluta, o sea de doscientos cincuenta mil kilómetros por segundo, aumentaría en doce mil veces nuestro peso en el campo de atracción terrestre, y nos haríamos todos polvo. Nosotros podemos volar así solamente en los espacios cósmicos, lejos de las grandes acumulaciones de materia. En cuanto la astronave empiece a penetrar en el campo de gravitación, habrá que ir aminorando la marcha en la misma medida en que aumente la potencia de dicho campo.
— Por consiguiente, aquí hay una contradicción — Niza apoyó la cabeza en la mano, con infantil ademán —. Cuanto más fuerte sea el campo de atracción, ¡tanto más despacio debemos volar!
— Eso sólo es cierto para las grandes velocidades sublumínicas, cuando la propia astronave viene a ser como un rayo de luz que avanza solamente en línea recta o describiendo la llamada curva de iguales tensiones.
— Si yo le he entendido bien, usted quiere lanzar nuestro « rayo », la Tantra, directamente al sistema solar…
— En eso reside toda la enorme dificultad de la navegación astral. Prácticamente, es imposible dar con exactitud en el blanco de una u otra estrella, aunque a los cálculos se aporten todas las correcciones imaginables. Hay que tener en cuenta de continuo el error, que va acrecentándose en la trayectoria, y cambiar, en consecuencia, la dirección de la nave, lo que excluye a automatización absoluta de su comando. Ahora estamos en una situación peligrosa. Una parada o una brusca aminoración del vuelo después de la carrera, sería para nosotros la muerte, ya que no habría base alguna para volver a ¡tomar velocidad. Aquí está el peligro, mire: la zona 344+2U no ha sido explorada en absoluto.
No hay en ella estrellas, únicamente se conoce un campo gravitatorio, vea su límite.
Bueno, antes de adoptar una determinación, esperemos a los astrónomos; después de la quinta vuelta, los despertaremos a todos, y entre tanto… — el jefe de la expedición se frotó las sienes y bostezó.
— ¡Los efectos de la sporamina se acaban! — exclamó Niza —. ¡Ya puede usted descansar!
— Bien, me instalaré en este sillón. ¡A lo mejor, se produce un milagro, y se oye aunque no sea más que algún sonido!
Tenía la voz de Erg Noor un acento que estremeció de ternura el corazón de Niza.
Hubiera querido apretar contra su pecho aquella cabeza tesonera, acariciar sus negros cabellos, en los que brillaban, prematuras, unas hebras de plata…
La muchacha se levantó, y luego de arreglar cuidadosa las hojas de datos, apagó la luz no dejando más que un débil claror verde a lo largo de los paneles con los aparatos y los relojes. La astronave, apacible y serena, cruzaba los infinitos espacios, absolutamente vacíos, describiendo su inmenso círculo. La astronauta de cabellos rojizos ocupó sin hacer ruido su puesto ante el « cerebro » de la gigantesca Tantra. Los aparatos tocaban con sordina, acompasados, su habitual cancioncilla; la menor alteración en su funcionamiento habría infringido, como una nota falsa, aquella melodía que iba fluyendo suave, al tono preciso. De vez en cuando, se repetían unos golpecitos, semejante a sonidos de un gong: era que el motor planetario auxiliar se conectaba para torcer el curso de la Tantra en línea curva. Los imponentes motores anamesónicos se callaban. La calma de la larga noche reinaba en la nave adormecida como si ningún grave peligro se cerniera sobre ella y sus moradores. De un momento a otro, iban a resonar en el altavoz las señales tan esperadas, y los dos navíos cósmicos frenarían su vuelo impetuoso, se aproximarían hasta hacer paralelas sus rutas y, luego de igualar sus velocidades, continuarían el viaje, como echados el uno junto al otro. Una ancha galería tubular enlazaría los dos pequeños mundos de ambas naves, y la Tantra recobraría su ciclópea fuerza.