Las ciudades se erigían en las elevaciones del terreno y en forma escalonada, para que no hubiera ni una sola fachada que no estuviera plenamente abierta al sol, al viento, al cielo y las estrellas. Al otro lado de los edificios se encontraban los locales de las máquinas, los almacenes, los distribuidores, los talleres y las cocinas, que a veces penetraban hondamente en la tierra. Los partidarios de las ciudades piramidales consideraban que la superioridad de éstas era su relativamente poca altura, unida a una considerable capacidad, mientras que los constructores de ciudades espirales erigían sus obras a una altura de más de un kilómetro. Ante los miembros de la expedición marítima apareció una empinada espiral que refulgía al sol con sus millones de opalinas paredes de plástico, armaduras de piedra fundida, con bordes de porcelana, y puntales de metal bruñido. Cada espiral se elevaba desde la periferia hacia el centro. Las grandes manzanas de casas estaban separadas por profundos nichos verticales. A fantástica altura, se veían leves puentes colgantes, balcones y salidizos de jardines. Centelleaban los contrafuertes, que ensanchábanse hacia su base abrazando las enormes escalinatas.
Estas conducían a parques escalonados, extendidos en abanico hacia el primer cinturón de espesas arboledas. Las calles también se alzaban en espiral por el perímetro de la urbe o en su interior, bajo cubiertas de cristal, sin que hubiera en ellas ningún vehículo:
cadenas continuas de transportadores se deslizaban ocultas en acanaladuras longitudinales.
La gente — unos bulliciosos y reidores, otros serios y graves — iba rápida por las calles, paseaba tranquila bajo las arcadas o descansaba en miles de lugares apacibles: entre las columnatas, en los amplios rellanos de las hermosas escaleras, en los jardines colgantes, plantados en los salidizos…
El espectáculo de la gran urbe duró poco tiempo; comenzó la emisión hablada.
— Continúa la discusión del proyecto presentado por la Academia de Radiaciones Dirigidas — dijo el hombre que apareció en la pantalla — sobre la sustitución del alfabeto lineal por la grabación electrónica. El proyecto no encuentra aprobación unánime. La principal objeción que se hace es la complejidad de los aparatos de lectura. El libro dejaría de ser el amigo y acompañante inseparable del hombre. A pesar de sus aparentes ventajas, el proyecto será rechazado.
— ¡Mucho tiempo llevan discutiendo! — comentó Ren Boz.
— La contradicción es grande — señaló Dar Veter —. Por una parte, la atrayente facilidad de la grabación, y por otra, la dificultad de la lectura.
El hombre de la pantalla prosiguió:
— Se confirma la noticia de ayer: la treinta y siete expedición astral ha hablado. Los viajeros regresan…
Dar Veter quedó inmóvil aturdido por la violencia de sus contradictorios sentimientos.
Miró de reojo y vio que Veda Kong, muy dilatadas las pupilas, se levantaba lentamente. El aguzado oído de Dar Veter percibió la agitada respiración de la joven.
— …del cuadro cuatrocientos uno, y la astronave acaba de salir del campo negativo, a una centésima de parsec de la órbita de Neptuno. El retraso de la expedición ha sido debido al encuentro con un sol negro. ¡No hay bajas entre los tripulantes! La velocidad de la nave — añadió el locutor — es de cerca de cinco sextos de la unidad absoluta. Llegarán a la estación de Tritón dentro de once días. ¡Esperen nuestras informaciones sobre los magníficos descubrimientos hechos!
La emisión continuó. Se sucedieron otras noticias, pero nadie escuchaba ya. Todos habían rodeado a Veda y la felicitaban.
Ella sonreía, arreboladas las mejillas, con una inquietud oculta en el fondo de los ojos.
Acercóse también Dar Veter. Veda sintió la fuerte presión de su mano, entrañable y necesaria, y encontró una mirada franca. Hacía tiempo que no la había mirado así. Veda conocía bien el triste desvío que se traslucía en su anterior actitud con respecto a ella. Y sabía que él no leía en su rostro solamente gozo…
Dar Veter dejó con lentitud la mano de ella, sonrió a su manera, con su sin par sonrisa clara; alejose. Los compañeros comentaban animadamente la noticia. Veda, en medio del corro, observaba a Dar Veter con el rabillo del ojo. Y vio que Evda Nal se acercaba a él.
Un minuto más tarde, Ren Boz se unió a ambos.
— ¡Hay que buscar a Mven Mas, pues él no sabe nada todavía! — exclamó Dar Veter, como si cayera de pronto en la cuenta —. Venga conmigo, Evda. ¿Viene usted también, Ren?
— Y yo — dijo Chara Nandi, incorporándose a ellos —. ¿Me lo permiten?
Salieron hacia el dulce chapoteo de las olas. Dar Veter se detuvo, ofreciendo el rostro al frescor de la brisa, y dio un profundo suspiro. Al volverse, encontró la mirada de Evda Nal.
— Me marcharé, sin pasar por casa — respondió a la pregunta muda.
Evda le tomó del brazo. Los cuatro caminaron un rato en silencio.
— Estaba pensando — murmuró Evda —: ¿será ésa la mejor solución? Seguramente lo es y usted tiene razón. Si Veda…