Un viejo compañero de Dar Veter, que trabajaba allí de químico, le recibió. Hubo en un tiempo tres alegres jóvenes mecánicos en una estación indonésica de máquinas cosechadoras de frutos de la zona tropical… Uno de ellos era ya químico y estaba al frente del gran laboratorio de una importante fábrica; otro continuaba siendo horticultor y había inventado un nuevo procedimiento de polinización; en cuanto al tercero, Dar Veter, volvía otra vez al seno de la Tierra, más hondo aún, a sus profundas entrañas. Aunque los dos amigos no estuvieron juntos más de diez minutos, aquel contacto directo era bastante más agradable que las entrevistas por medio de las pantallas de TVF.
El resto del viaje lo hizo con rapidez. El jefe de la línea aérea latitudinal, mostrando la benevolencia propia de todos los hombres de la época del Circuito, se dejó convencer fácilmente.
Dar Veter cruzó en avión el océano y se encontró en la rama Occidental de la Vía, al Sur de la ramificación 17, en cuyo extremo costero se transbordó a un out-board.
Altas montañas bordeaban el mar. En sus faldas, de suave pendiente, había unas mesetas escalonadas de piedra blanca que contenían el terreno, cubierto de hileras de pinos meridionales y widdringtonias, cuyo follaje broncíneo y agujas azul-verdosas alternaban en alamedas paralelas. Más arriba, en las rocas desnudas, se divisaban oscuras quebradas a las que caía, como un fino polvillo, el agua de las cascadas. Por las mesetas se esparcían las casitas en espaciadas hileras, con sus tejados gris-azulencos, pintadas de color naranja o amarillo de oro.
Un promontorio artificial de arena se internaba lejos, en el mar y terminaba en una torre bañada por las olas. Ésta se erguía al borde de un acantilado que se hundía en el océano a una profundidad de un kilómetro. Del pie de la torre partía vertical hacia abajo un enorme tubo de hormigón cuyas gruesas paredes resistían a la fuerte presión abisal. Al llegar al fondo, penetraba en la cumbre de una montaña submarina, compuesta de rutilo — óxido de titanio — casi puro. Todo el beneficio del mineral se efectuaba bajo el agua y las montañas, únicamente subían a la superficie los grandes lingotes de titanio puro y los residuos, que se expandían por ella enturbiándola en una amplia extensión. Aquellas olas amarillas y turbias balanceaban el out-board ante el desembarcadero, situado en la parte sur de la torre. Dar Veter aprovechó un momento propicio y saltó a una pequeña plazoleta, mojada de las salpicaduras. Luego, subió a una galería cubierta donde se habían congregado varias personas, salientes de guardia, para recibir al nuevo compañero. Los trabajadores de aquella mina, que a Dar Veter le pareciera tan aislada, no eran los sombríos anacoretas que él se había imaginado bajo la influencia de su estado de ánimo. Caras afables le sonreían alegres, aunque en ellas se reflejaba el cansancio del duro trabajo. Eran cinco hombres y tres mujeres, pues allí había también personal femenino…
Pasaron diez días. Dar Veter ya estaba acostumbrado a su nuevo trabajo.
La explotación tenía su propia central energética: en el fondo de unas viejas galerías del continente, se ocultaban unos generadores de energía nuclear del tipo E — llamada antiguamente del segundo tipo —, que por no emitir radiaciones residuales duras era conveniente para las instalaciones locales.
Un sistema complicadísimo de máquinas se adentraba en las pétreas entrañas de la montaña submarina penetrando de continuo en el frágil mineral rojo-parduzco. El trabajo más difícil era el del piso inferior del sistema, donde se realizaba la extracción y fraccionamiento automáticos de la roca. La maquinaria recibía señales del puesto central, que se encontraba arriba, donde se efectuaba la observación general sobre el funcionamiento de los aparatos de corte y trituración, el control de las variaciones de dureza y viscosidad del mineral y la verificación de los pozos de preparación hidráulica. La velocidad del grupo de máquinas extractoras y trituradoras se aumentaba o disminuía en dependencia del variable contenido de metal. Toda aquella labor de vigilancia y comprobación que efectuaban los mecánicos no se podía confiar a dispositivos automáticos, debido a la limitación del espacio protegido contra el mar.
Dar Veter era mecánico, encargado del reglaje y observación del grupo inferior.
Sucedíanse las largas guardias diarias en cámaras en penumbra, llenas de esferas y cuadrantes, donde la bomba de aireación acondicionada luchaba a duras penas contra el agobiador bochorno, agravado por el aumento de la presión a causa de los inevitables escapes de aire comprimido.