Mven Mas se preguntó con espanto qué iba a ocurrir si la música requería aún mayor celeridad de movimientos. Ella danzaba no sólo con los pies y los brazos, todo su cuerpo respondía a la llamada de la ardiente música con el aliento, no menos cálido, de la vida. Y el africano pensó que si todas las mujeres de la antigua India eran como Chara, el poeta tenía razón al compararlas con copas flamígeras y dar este nombre a la fiesta femenina.
Los reflejos del escenario y el suelo daban al bronceado rojizo de Chara tonos de refulgente cobre. Y el corazón de Mven Mas empezó a palpitar con violencia. Aquella tonalidad de piel la había visto por vez primera en los habitantes del maravilloso planeta de la Épsilon del Tucán. Precisamente entonces había conocido la existencia de cuerpos humanos tan espiritualizados, que eran capaces de transmitir con sus movimientos, con sutilísimos cambios de bellas formas, los más hondos matices del sentimiento, de la fantasía, de la pasión, de la jubilosa plegaria…
El africano, que tenía puesto todo su afán en aquella inaccesible lejanía de noventa parsecs, acababa de comprender que en el inmenso tesoro de belleza de la humanidad terrena podían hallarse flores tan divinas como la admirable visión del lejano planeta, guardada por él con sumo cuidado. Pero aquel irrealizable anhelo, acariciado largamente, no podía desaparecer tan pronto. Al tomar el aspecto de la mujer de piel roja, hija de la Épsilon del Tucán, Chara había hecho aún más fuerte la tenaz decisión del director de las estaciones exteriores.
Evda Nal y Veda Kong, que eran excelentes bailarinas y veían por primera vez las danzas de Chara, estaban maravilladas de su arte. Veda, en la que alentaba el antropólogo y el historiador de las razas antiguas, llegó a la conclusión de que en el pasado remoto las mujeres de Gondwana, de países meridionales, habían sido siempre más numerosas que los hombres, diezmados por las luchas con multitud de terribles fieras. Más tarde, cuando en los países meridionales de densa población se formaron los Estados despóticos del antiguo Oriente, muchísimos hombres morían también en las continuas guerras frecuentemente provocadas por el fanatismo religioso o los caprichos de los tiranos. Las hijas del Sur llevaban una vida dura, en la que se iba puliendo su perfección. En cambio en el Norte, donde los habitantes eran pocos y la naturaleza pobre, no existía el despotismo estatal de los Siglos Sombríos. Los hombres se conservaban en mayor número y las mujeres, más apreciadas, vivían con más dignidad.
Veda observaba cada ademán de Chara y advertía en sus movimientos una sorprendente dualidad: eran a la vez dulces y rapaces. La dulzura provenía de su cadencia suave y de la flexibilidad prodigiosa de su cuerpo, mientras que la impresión de rapacidad era debida a las bruscas transiciones, vueltas y paradas, que realizaba con vertiginosa rapidez de fiera. Aquella agilidad furtiva la habían heredado las morenas hijas de Gondwana en milenios de enconada lucha por la existencia. Y sin embargo, ¡cuan armoniosamente se conjugaba en Chara con los rasgos, firmes y suaves, cretensehelenos!