Читаем La Torre de Wayreth полностью

—Se lo he dicho a su señoría una y otra vez. He venido a presentar mis tributos a su Oscura Majestad —contestó Raistlin.

«¡Está diciendo la verdad!», comprendió Iolanthe con asombro. Distinguía el respeto en su voz cuando nombraba a la Reina Oscura, un respeto que no era superficial, ni fingido ni servil. Era un respeto nacido del corazón, no de la amenaza de recibir una paliza. ¡Qué fantástica ironía! Probablemente Raistlin Majere era la única persona que quedaba en Neraka que sentía un respeto así por la reina Takhisis. Y ésa era la razón por la que sus leales siervos iban a condenarlo a muerte.

Como si fuera el contrapeso de sus pensamientos, el Señor de la Noche resopló.

—Está mintiendo. Es un espía.

—¿Un espía? —repitió Iolanthe, atónita—. ¿De quién?

—Del Cónclave de Hechiceros —el Señor de la Noche arrastró la última palabra con desprecio.

Iolanthe irguió el cuerpo.

—Os aseguro, señor, que la Orden de los Túnicas Negras está dedicada al servicio de la reina Takhisis.

El Señor de la Noche sonrió. Lo hacía en muy raras ocasiones, y siempre era un mal presagio para alguien. El Ejecutor también sonrió.

—Por lo visto no habéis sido informada. Parece que la líder de vuestra orden, una hechicera llamada Ladonna, nos ha traicionado y está ayudando a los enemigos de nuestra gloriosa reina. Y no lo ha hecho sola, sino con el apoyo de vuestro dios, Nuitari. Ladonna ya ha sido atrapada y ejecutada, por supuesto. Nuitari ha suplicado el perdón por su error de juicio y ha regresado al lado de su diosa madre. Todo está en orden, pero ha sido una inconveniencia.

Iolanthe sintió que el peligro le agarraba el cuello con manos férreas. Tenía información de primera mano que contradecía al Señor de la Noche, pero debía fingir ignorancia.

—No sabía nada de todo esto —dijo, esforzándose por parecer tranquila—. Puedo garantizaros mi lealtad, Señor de la Noche. Si el Cónclave se ha separado de la Reina Oscura, yo me separaré del Cónclave.

El Señor de la Noche resopló. Era evidente que no la creía. Entonces, ¿por qué la había hecho llamar? Estaba intentando recopilar información, lo que significaba que no sabía tanto como aseguraba.

Iolanthe se embarcó en una profusa perorata sobre su devoción a Takhisis. Mientras hablaba, no dejaba de pensar.

«Me habría enterado si Ladonna hubiese caído presa y la hubiesen ejecutado. El Cónclave al completo se habría alzado. El credo de los hechiceros, producto de interminables años de persecución, reza: "Tocan a uno y tocan a todos".

»Así que ¿qué significa todo esto en mi situación? ¿El Señor de la Noche sospecha que tuve algo que ver en la huida de Ladonna? Sin duda lo cree, aunque sólo sea porque ve fantasmas y conspiradores en cada esquina. Si pudiera, arrestaría a su propia sombra por estar siguiéndolo.»

Seguía dándole vueltas a todo e intentaba decidir cómo salir de aquel lío, cuando el joven hechicero tomó las riendas.

—Como prueba de mi lealtad a Takhisis, entregaré mi bastón —dijo Raistlin en voz baja—. Valoro este bastón tanto como mi propia vida, pero os lo entregaré voluntariamente. Y contaré a vuestra señoría cómo he llegado aquí. Entré a través de los corredores de la magia. En mi defensa puedo decir que no sabía que entrar en el templo fuera un crimen. Acabo de llegar a Neraka. He venido a servir a la reina Takhisis, a trabajar y a combatir a sus enemigos. Que su Oscura Majestad me mate aquí mismo si estoy mintiendo.

Los clérigos oscuros, como el Señor de la Noche, solían asegurar a sus seguidores, con mucho convencimiento, que su reina tenía el poder de matar al instante a los traidores. Raistlin había proclamado su lealtad a la reina y lo había hecho invocando su nombre. El cielo no descargó ningún rayo mortal sobre él. Raistlin no estalló envuelto en llamas. La carne humeante no se le desprendió de los huesos. El joven hechicero seguía de pie en medio de la sala, vivo, tranquilo y a salvo. Esbozando apenas una sonrisa, Iolanthe esperó la reacción del Señor de la Noche.

Éste, impotente, trataba de fulminar a Raistlin con la mirada. El Señor de la Noche podía tener sus razones para sospechar que Raistlin estaba burlándose de sus procedimientos, pero no podía poner en tela de juicio la decisión de su reina, y mucho menos delante de testigos. Takhisis había considerado que Raistlin debía vivir. Por consiguiente, el Señor de la Noche no podía ejecutarlo. Pero sí podía hacerle la vida imposible.

—Tienes que agradecer a nuestra reina que te haya salvado —dijo el Señor de la Noche con acritud—. Puedes quedarte en la ciudad de Neraka, pero a partir de este momento te queda prohibida la entrada en el templo.

Raistlin asintió con una reverencia.

»Tu bastón quedará confiscado —continuó el Señor de la Noche— y se guardará en un almacén hasta que abandones la ciudad. Además, mostrarás el contenido de tus bolsas aquí y ahora.

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