Raistlin no tenía la menor intención de hablar con Takhisis. La Reina Oscura seguía buscando el Orbe de los Dragones. Aunque esperaba tener la suficiente entereza para ocultárselo, no querría correr riesgos. Ésa era otra de las razones por las que se marchaba. Takhisis tenía un altar en el Palacio Rojo y podía percibir su presencia en el edificio. Hasta ese momento, había conseguido no acercarse al altar.
El día que había decidido partir pasó la mañana en la biblioteca del palacio. Dado que Ariakas practicaba la magia, Raistlin había albergado la esperanza de encontrar sus libros de hechizos. Pero, por lo visto, la magia no era algo por lo que Ariakas se preocupara mucho, pues no tenía libros de hechizos y, en general, no era muy dado a la lectura. Los únicos volúmenes de la biblioteca eran los que había dejado el Espiritual y estaban dedicados a las glorias de Takhisis. Raistlin se aburrió de leer unos cuantos de esos libros al cabo de los días y abandonó la búsqueda.
Únicamente dio con un tomo de cierto interés, un libro delgado que Ariakas sí había leído, pues Raistlin encontró sus burdas anotaciones garabateadas en los márgenes. Se titulaba
La corona era obra de un dirigente de los ogros y supuestamente se había perdido y encontrado en varias ocasiones a lo largo de los tiempos. Según la crónica del libro, la corona había estado en posesión de Beldinas antes de la caída de Istar. Una nota añadida por Ariakas al final indicaba que la corona había vuelto a descubrirse poco después de que Takhisis desenterrara la Piedra Angular. También había anotada una lista de algunos de los poderes mágicos de la corona, aunque, para desilusión de Raistlin, Ariakas no daba muchos detalles. El emperador no parecía interesado en los poderes de la corona, a excepción de aquel que protegía de los ataques físicos a quien la llevara. Ariakas había subrayado esa parte.
Raistlin devolvió el libro a su estante y salió de la biblioteca. Recorrió los salones del palacio, mirando al suelo e inmerso en sus pensamientos. Cuando llegó a lo que creía que era su habitación, abrió la puerta. Lo recibió un intenso olor a incienso que le hizo toser. Miró alrededor, sorprendido, y descubrió que no estaba en su dormitorio. Estaba en el último lugar de Krynn en el que desearía estar. No sabía cómo, había llegado al santuario de Takhisis. Era una estancia extraña, pues su forma recordaba a la de un huevo. Tenía el techo abovedado y decorado con las cinco cabezas del dragón, todas con la mirada fija en Raistlin. Los ojos de la bestia estaban pintados de tal manera que parecía que lo seguían, así que daba igual hacia dónde caminara, pues no podía escapar de su escrutinio. En el centro de la habitación se encontraba el altar a Takhisis. El incienso ardía de forma perpetua y el humo se alzaba desde un origen desconocido. El olor resultaba empalagoso, se metía por la nariz y atascaba los pulmones. Raistlin empezó a sentirse mareado y, temiendo que fuera venenoso, se tapó la nariz y la boca con la manga, y trató de respirar lo menos posible.
Raistlin se volvió para salir, pero la puerta se había cerrado a su espalda. Su nerviosismo se acrecentó. Buscó otra salida. Al final de la estancia había otra puerta abierta. Para llegar a ella, Raistlin tendría que pasar junto al altar, que estaba envuelto en el humo que, sin lugar a dudas, estaba produciéndole aquellas molestias. La estancia se encogía y se alargaba, el suelo se ondulaba bajo sus pies. Aferrándose al Bastón de Mago para que sostuviera sus pasos vacilantes, avanzó tambaleante entre los bancos, en los que los devotos debían sentarse para reflexionar sobre su insignificancia.
Una voz de mujer lo detuvo.
Raistlin se quedó paralizado, la sangre se le congeló en las venas. Se apoyó en el Bastón de Mago para recuperar el equilibrio. La voz no volvió a hablar y, después de un largo silencio, dudó de si realmente la habría oído o sólo la habría imaginado.
Dio otro paso.
Raistlin no podía seguir dudando. Levantó la vista hacia el techo. Una luz turbia, como la luz de la luna oscura, ardía en los ojos de las cinco cabezas de dragón. Cayó de hinojos y humilló la cabeza.
—Su Majestad —dijo Raistlin—, ¿cómo puedo serviros?