—Aunque sólo sea por tocar las narices al Señor de la Noche. El emperador no está de buen humor y siempre que algo va mal, echa la culpa a los clérigos. Por suerte para ti, tu hermana Kitiara vuelve a gozar de su favor. Tuvo una reunión con ella y por lo visto ha ido bien. Estará encantado de poder ayudar a su hermanito. Será mejor que traigas el Bastón de Mago, porque registrarán tu habitación, por supuesto.
Mientras hablaba, hacía la cama para que pareciera que no había dormido allí.
—¿Dónde está ese palacio? —preguntó Raistlin.
—Cerca del campamento del Ejército Rojo de los Dragones. Fuera de las murallas de la ciudad, lo que es otra ventaja. La Guardia de Neraka cerró las puertas a cal y canto después del asesinato. Nadie puede entrar ni salir. Por tanto, si estabas fuera, no podías estar dentro. Y si estabas dentro, no podrías haber salido.
Raistlin pensó en su plan y llegó a la conclusión de que era bueno. Además, hacía tiempo que quería tener la oportunidad de conocer a Ariakas. Tal vez el emperador le hiciera una oferta. Raistlin seguía abierto a todo tipo de posibilidades. Se ató al cinturón las bolsas que contenían sus ingredientes para hechizos.
—¿Tienes todas tus «canicas»? —preguntó Iolanthe con una sonrisa pícara—. Los draconianos no te confiscaron ninguna, ¿verdad? Me han contado que conjuraron hechizos para detectar objetos mágicos.
—No, no me las quitaron —contestó Raistlin—. Al fin y al cabo, no son más que canicas.
Iolanthe le sonrió.
—Si tú lo dices.
Metió la mano en una de sus bolsitas y sacó una especie de bola de arcilla negra. Le dio vueltas entre las manos para ablandarla, mientras murmuraba unas palabras mágicas. Raistlin hizo esfuerzos para oírla, pero ella tuvo cuidado de no alzar la voz. Cuando terminó el conjuro, tiró la arcilla contra la pared. La sustancia se pegó a la superficie y empezó a crecer, como si fuera la masa de un pan que se esponjaba rápidamente. La arcilla negra se extendió, alargándose sobre la pared, hasta que cubrió una superficie tan larga como alta era Iolanthe.
La hechicera pronunció una palabra
—Esa pasta me costó una fortuna —dijo Iolanthe. Agarró a Raistlin por la muñeca. Instintivamente él intentó apartarse, pero ella lo sujetaba con fuerza.
—No te gusta nada que te toquen, ¿verdad? —dijo la hechicera en voz baja—. No te gusta que la gente se acerque demasiado a ti.
—Acabo de oír lo que sucede a aquellos que se acercan demasiado a ti, señora —repuso Raistlin con frialdad—. Sabes tan bien como yo que esos viejos no estaban implicados en el asesinato.
—Escúchame —contestó Iolanthe, acercándose tanto que Raistlin podía sentir su aliento en la mejilla—. Esta noche había cinco Túnicas Negras en la ciudad. Sólo cinco. Ni uno más. Sé dónde estaba yo. Sé dónde estaban esos tres idiotas de la torre. Eso sólo deja uno. Tú, amigo mío. Lo que hice, lo hice por salvarte ese pellejo dorado que tienes.
—Podría haber sido alguien disfrazado de Túnica Negra —dijo Raistlin—. O un Túnica Negra que estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado y que es totalmente inocente.
—Podría haber sido. —Iolanthe le apretó la mano—. Pero los dos sabemos que no fue así. No te preocupes. Para mí, has ganado puntos. Si alguna vez hubo un hombre que se merecía un cuchillo entre las costillas, ése era el Ejecutor. Sólo pido una cosa a cambio de mi silencio.
—¿De qué se trata? —preguntó Raistlin.
—Cuéntale a Kitiara lo que estoy haciendo por ti.
Se metió en el pasillo mágico, arrastrando a Raistlin detrás. Cuando ya estaban dentro, lo soltó y alargó el brazo para coger la arcilla y despegarla de la pared, que en realidad no había desaparecido, sino que se había vuelto invisible. La entrada al corredor se cerró detrás de ellos. Delante se abrió una puerta. Raistlin se encontró en un dormitorio repleto de lujos y comodidades, en el que flotaba un intenso olor a gardenias.
—Ésta es mi habitación —dijo Iolanthe—. No puedes quedarte aquí. Nuestras vidas no valdrían nada si me pilla con otro hombre.
Condujo a Raistlin a la puerta. La abrió una rendija y espió el vestíbulo que había al otro lado.
—Bien. No anda nadie cerca. ¡Date prisa y apaga esa luz de tu bastón! Hay una habitación libre, la tercera puerta a la izquierda.
Lo empujó al oscuro vestíbulo y cerró la puerta con llave a sus espaldas.
14
El Palacio Rojo. La Reina Oscura