Se arrepentía de haberse acordado de Tasslehoff. El recuerdo del kender le había traído las imágenes de sus amigos y de su hermano. Más bien tendría que decir de sus «difuntos» amigos y su «difunto» hermano: Tanis, Tika, Riverwind y Goldmoon y Caramon. Todos estaban muertos. Sólo él había sobrevivido, y la única razón era que él sí había sido lo suficientemente listo para anticiparse al desastre y preparar una vía de escape. Tenía que enfrentarse al hecho de que Caramon y los demás habían muerto y dejar de obsesionarse. Pero aunque se decía a sí mismo que tenía que dejar de pensar en ellos, seguía haciéndolo.
Cuando huían de los ejércitos de los Dragones en Flotsam, él, su hermano y sus amigos habían intentado escapar comprando un pasaje a bordo de un barco pirata, el
Pero Raistlin apenas conocía los poderes del Orbe de los Dragones. No estaba seguro de que el orbe pudiera salvar a los demás, así que se salvó a sí mismo. Y al otro. Ese otro que siempre estaba con él, que seguía con él mientras se abría camino por las calles de Palanthas. Antes, aquel «otro» era un susurro en la cabeza de Raistlin, una voz desconocida, misteriosa y capaz de volver loco a cualquiera. Pero el misterio ya estaba resuelto. Raistlin ya podía poner una cara horrenda a aquella voz carente de cuerpo, dar un nombre a aquel que le hablaba.
—¡Tú no te encargarás de nada! —le contradijo Raistlin.
—¿Perdón? —preguntó un hombre que pasaba por allí, deteniéndose—. ¿Decíais algo, señor?
Raistlin respondió algo entre dientes y, sin hacer caso a la mirada ofendida del desconocido, siguió caminando. Se había visto obligado a escuchar aquella voz fastidiosa durante toda la mañana. Incluso le pareció ver que aquel espectro chupa almas, con la túnica negra del archimago, le seguía los pasos. Raistlin se preguntó con amargura si el trato que había hecho con el maligno hechicero realmente había valido la pena.
A Raistlin no le asustaba la idea de morir. Pero sí lo atormentaba la idea de fracasar. Ésa era la verdadera razón por la que había hecho el trato con el viejo. Raistlin no habría podido soportar el fracaso. No habría podido aguantar la compasión de su hermano o la certeza de que dependería de su gemelo más fuerte durante el resto de su vida.
Sólo pensar que un hechicero muerto le chupaba la vida como puede chuparse el jugo de un melocotón le provocó un ataque de tos. Raistlin siempre había sido enfermizo y delicado, pero el acuerdo al que había llegado con Fistandantilus —por el cual el espíritu del archimago seguía con vida en el plano oscuro de su atormentada existencia a cambio de la huida de Raistlin— se había cobrado su parte. Parecía que siempre tuviera los pulmones rellenos de lana. Se asfixiaba. Le sobrevenían unos ataques de tos que le doblaban por la mitad, justo como le estaba pasando en ese momento.