Читаем La Torre de Wayreth полностью

... utilizando mi magia. Y la magia del Orbe de los Dragones. Es de lo más sencillo, aunque seguramente esté fuera del alcance de vuestras pusilánimes mentes. Ahora tengo el poder de unir la energía de mi cuerpo físico y la energía de mi espíritu en una sola fuerza. Me convertiré en pura energía... en luz, si preferís pensarlo de esa manera. Y al convertirme en luz, puedo viajar a través de los cielos como los rayos del sol y regresar al mundo físico donde y cuando yo decida.

—¿El orbe puede hacer eso con todos nosotros? —preguntó Tanis.

—No lo voy a comprobar. Sé que yo puedo escapar. Los demás no son asunto mío. Tú los metiste en esta trampa mortal, semielfo. Tú tendrás que sacarlos.

—No harás daño a tu hermano. Caramon, ¡detenlo!

—Díselo, Caramon. La última Prueba de la Alta Hechicería fue contra mí mismo. Y fracasé. Lo maté. Yo maté a mi hermano...

—¡Aja! ¡Sabía que te encontraría aquí, retaco de kender!

Raistlin se estremeció entre sueños.

«Esa es la voz de Flint y eso no está nada bien —pensó Raistlin—. Flint no está aquí. No he visto a Flint desde hace mucho tiempo, desde hace meses, desde la caída de Tarsis.» Raistlin volvió a hundirse en su sueño.

—No intentes detenerme, Tanis. Maté a Caramon una vez, ya sabes. Mejor dicho, era una ilusión para enseñarme a luchar contra la oscuridad de mi interior. Pero llegaron demasiado tarde. Yo ya me había entregado a la oscuridad.

—¡Te digo que lo he visto!

Raistlin se despertó sobresaltado. También conocía aquella voz.

Tasslehoff Burrfoot estaba bastante cerca de él. Raistlin sólo tenía que levantarse del banco, dar unos pasos y, alargando la mano, ya podría tocarlo. Flint Fireforge estaba junto al kender y, aunque los dos daban la espalda a Raistlin, éste podía imaginarse perfectamente la expresión de desesperación del viejo enano intentando discutir con un kender. Raistlin ya había visto más de una vez esa barba temblorosa y esas mejillas encendidas.

«¡No puede ser! —se dijo Raistlin, conmocionado—. Tasslehoff estaba en mi cabeza y ahora lo he hecho aparecer.»

Pero sólo por si acaso, Raistlin se puso la capucha de la túnica gris, asegurándose de que le tapara bien la cara, y metió sus manos de piel dorada en las mangas.

De espaldas, el kender parecía Tas; pero todos los kenders parecen iguales por delante y por detrás: bajos de estatura, vestidos con la ropa más vistosa que hayan podido encontrar, el pelo largo sujeto en un moño extravagante y el menudo cuerpo adornado con un sinfín de bolsas. El enano era igual que todos los enanos, pequeño y recio, vestido con una armadura, cuyo yelmo estaba decorado con una crin de caballo... o de un grifo.

—¡Que te digo que vi a Raistlin! —repetía el kender. Señalaba hacia la Gran Biblioteca—. Estaba tumbado en esa misma escalera. Todos los monjes estaban rodeándolo. Ese bastón suyo... el Bastón de Miga...

—De Mago —murmuró el enano.

—... estaba en la escalera, a su lado.

—¿Y qué si era Raistlin? —replicó el enano.

—Creo que estaba muriéndose, Flint —contestó el kender con mucha solemnidad.

Raistlin cerró los ojos. Ya no había ninguna duda. Tasslehoff Burrfoot y Flint Fireforge. Sus viejos amigos. Ambos le habían visto crecer, a él y a Caramon. Más de una vez, Raistlin se había preguntado si Flint, Tas y Sturm seguirían vivos. Se habían separado en el ataque a Tarsis. Ahora se preguntaba, atónito, cómo habrían ido a parar a Palanthas. ¿Qué peripecias los habrían llevado hasta aquel lugar? Sentía curiosidad y, para su sorpresa, se alegraba de verlos.

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