Читаем La Torre de Wayreth полностью

—Porque me lo voy a pasar mejor en Neraka. Ya sé que cuesta creerlo. En la Noche del Ojo, Talent siempre organiza una fiesta impresionante en El Broquel Partido y hay otra fiesta en El Trol Peludo. La cerveza es gratis. Todo el mundo se emborracha... o más bien se emborrachan más de lo acostumbrado. La gente enciende hogueras en la calle y todo el mundo se disfraza de hechicero y finge que lanza conjuros. Es la única diversión de esta ciudad.

—Nunca habría creído que el Señor de la Noche lo permitiera —dijo Raistlin.

—Claro que no lo aprueba. Y eso forma parte de la diversión. Todos los años el Señor de la Noche hace público un edicto prohibiendo la celebración y amenaza con mandar los soldados a cerrar las tabernas. Pero como todos los soldados están en la fiesta, sus amenazas siempre se quedan en nada.

Le sonrió con aire coqueto.

—No has respondido a mi pregunta. ¿Por qué no vas tú a la torre?

—No sería bienvenido. No pedí permiso al Cónclave para cambiar mi lealtad de los Túnicas Rojas a las Negras.

—Eso fue una estupidez —repuso Iolanthe con franqueza—. Parece que te esforzaras por crearte enemigos. Lo único que tendrías que haber hecho es presentarte ante el Cónclave, explicar tus razones y pedir su bendición. No es más que una formalidad. ¿Por qué saltársela?

—Porque no me gusta pedirle nada a nadie —fue la respuesta de Raistlin.

—Y de esa forma desprecias todas las ventajas de las que podrías disfrutar si mantuvieras una buena relación con tus colegas hechiceros, sin mencionar que pones tu propia vida en peligro. ¿Para qué? ¿Qué ganas con eso?

—Mi libertad.

Iolanthe puso los ojos en blanco.

—Libertad para acabar muerto. Juro por las tres lunas que no te entiendo, Raistlin Majere.

Raistlin no estaba seguro de ni siquiera entenderse él mismo. Incluso en el mismo momento en que, encogiéndose de hombros, desechaba la idea de acudir a la Torre de Wayreth para celebrar la Noche del Ojo, sintió una punzada de remordimientos por no estar allí. Nunca había estado en una de aquellas celebraciones.

Después de pasar la Prueba, no tenía medios para viajar hasta la torre. Pero sabía lo que sucedía allí y en más de una ocasión había suspirado por participar.

En La Noche del Ojo las tres lunas de la magia se alineaban y formaban un «ojo» en el cielo. La luna plateada conformaba la parte blanca del ojo, la roja era el iris y la negra, la pupila. Aquella noche, los poderes de los hechiceros estaban en su cénit. Los magos de todos los rincones de Ansalon viajaban a la Torre de Wayreth para utilizar sus poderes mágicos, que cruzaba la noche como rayos de luna. Se dedicaban a crear objetos mágicos o a imbuirlos de magia, escribir hechizos, preparar pociones o invocar demonios de planos inferiores. Esa noche se practicaba la magia más asombrosa y él se la perdería.

Le quitó importancia. Había tomado una decisión y no lo lamentaba. Se quedaría allí y se concentraría en su propia magia.

Es decir, si Ariakas no tenía otros planes para él.


Iolanthe no llevó a Raistlin al Palacio Rojo, como él esperaba. Ariakas se encontraba en su cuartel general en el campamento del Ejército Rojo de los Dragones, un edificio sencillo y bajo en el que podía colgar los mapas en la pared, perfeccionar su manejo de la espada con los soldados si le apetecía y decir lo que pensaba, sin miedo a que sus palabras fueran repetidas de inmediato ante el Señor de la Noche.

Ante la puerta del despacho de Ariakas montaban guardia dos ogros enormes con armadura, los más corpulentos que Raistlin hubiera visto jamás. Raistlin no era de los que se impresionaban fácilmente, pero se le pasó por la cabeza que sólo su armadura debía de pesar el doble que él. Los ogros conocían a Iolanthe y era evidente que la admiraban porque, en cuanto la vieron, en sus rostros peludos se dibujó una sonrisa. No obstante, la trataron de forma muy formal y le pidieron que se quitara todas las bolsas que llevara.

Iolanthe afirmó que no llevaba ninguna, como ellos bien sabían. Después levantó los brazos, invitándoles a que la registraran en busca de armas.

—¿A quién dio suerte hoy la pieza de acero? —les preguntó con tono burlón.

Uno de los ogros sonrió y después la recorrió con las manos. Ni que decir tiene que el ogro estaba disfrutando con su obligación, pero Raistlin se fijó en que, de todos modos, actuaba de forma profesional y concienzuda. El guardia era muy consciente del terrible destino que le esperaba si alguien le clavaba un puñal a su superior.

El ogro terminó con Iolanthe y se volvió hacia Raistlin. Iolanthe ya le había advertido que no se permitía entrar a ningún hechicero con ingredientes mágicos, así que había dejado todas sus bolsas y el bastón en la torre. La bolsita con las canicas y el Orbe de los Dragones estaba escondida desde hacía mucho tiempo en un saco de harina infestada de gorgojos.

Los ogros lo registraron y, al no encontrar nada, le dijeron que podía pasar.

Iolanthe lo apremió para que cruzara el umbral, pero ella se quedó fuera.

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