Читаем La Torre de Wayreth полностью

Talent vaciló y al final se sentó. A un costado le colgaba la espada. La punta de metal dibujó un surco en el polvo del suelo.

—¿Y bien? —preguntó con voz tensa—. ¿Qué tenía que decir la Dama Azul?

—Muchas cosas, pero la mayoría no son de tu incumbencia. Una sí lo es. Os han traicionado. Takhisis lo sabe todo. Ha ordenado a Ariakas que te mate a ti a Mari y al resto de la banda.

Talent frunció el entrecejo.

—No es que no te crea, Majere, pero si Ariakas lo sabe, ¿por qué no nos ha arrestado?

—Porque en Neraka vosotros sois mucho más populares que el emperador —contestó Raistlin—. Habría disturbios en las calles si os arrestan y cierran El Broquel Partido. Lo mismo sucede con tu amigo peludo del piso de arriba. Su negocio es vital para muchos de los habitantes de esta ciudad, sobre todo ahora que las tropas no reciben su paga. Y después están los clérigos del templo, que a la mitad los tienes en el bolsillo. Tendrían que renunciar a todos los lujos del mercado negro a los que se han acostumbrado.

Talent sonrió sarcásticamente.

—Supongo que todo eso es verdad. Así que Ariakas no tiene pensando arrestarnos...

—No. Sencillamente va a hacer que os maten —repuso Raistlin.

—¿Cuándo se supone que va a ser eso?

—Esta noche.

—¿Esta noche? —Talent se levantó, alarmado.

—La Noche del Ojo. Iolanthe me dijo que tú y tus amigos de El Trol Peludo siempre organizáis una fiesta en la calle con hogueras. Esta noche las hogueras se van a descontrolar. Las llamas se extenderán hasta El Trol Peludo y El Broquel Partido. Mientras intentáis apagar el incendio, ocurrirá un desgracio accidente. Tú, Mari y otros miembros de La Luz Oculta quedaréis atrapados en el interior del edificio en llamas. Moriréis abrasados.

—¿Y qué pasa con Lute? —preguntó Talent ásperamente—. Él no estará en la fiesta. Nunca sale de su tienda.

—Encontrarán su cuerpo por la mañana. Por un extraño infortunio, sus propios perros se volverán contra él y lo despedazarán.

—Entiendo —dijo Talent con expresión sombría—. ¿Quién es el traidor? ¿Quién nos ha traicionado?

Raistlin se levantó.

—No lo sé. Tampoco me importa. Tengo mis propios problemas y son mucho más graves que los vuestros. Lo que me lleva a mi última petición. Hay dos personas más destinadas a morir esta noche. Una de ellas es Iolanthe...

—¿Iolanthe? ¿La bruja de Ariakas? —se sorprendió Talent—. ¿Por qué iba a querer matarla?

—No es el emperador quien quiere matarla, sino la Dama Azul. La segunda persona es Snaggle, el dueño de la tienda de hechicería de la Ringlera de los Hechiceros. No querrá abandonar su tienda. Habrá que «convencerlo».

—En nombre del Abismo, ¿qué está pasando? —quiso saber Talent, horrorizado.

—No puedo contarte la conspiración de principio a fin. Lo que puedo decirte es que esta noche, la reina Takhisis tomará el control de la magia. Bajo sus órdenes, la Dama Azul va a mandar escuadrones de muerte para que acaben con todos los hechiceros que puedan. Tanto Snaggle como Iolanthe están en la lista.

Talent lo miraba, sumido en un silencio atónito.

—¿Por qué me lo cuentas a mí? ¿Por qué no se lo cuentas a Iolanthe? —preguntó al Fin.

—Porque no puedo confiar en ella —contestó Raistlin—. Ni siquiera ahora sé de qué lado está.

Talent sacudió la cabeza.

—Iolanthe supone una amenaza para ti y, de todos modos, quieres protegerla. Creía que más bien eras de los que se reirían mientras contemplabas cómo la devoraban las llamas. No te entiendo, Majere.

—Supongo que hay muchas cosas en el mundo que no entiendes —repuso Raistlin mordazmente—. Por desgracia, no tengo tiempo para explicártelas. Baste con decir que tengo una deuda con Iolanthe y Snaggle. Y yo siempre pago mis deudas.

Recogió el bastón coronado por la luz y se dispuso a marcharse.

—¡Oye! —exclamó Talent—. ¿Adónde vas?

—Me voy por el otro camino. Tu amigo Lute no se alegrará de verme de nuevo.

—Seguramente tengas razón. He oído algo sobre una puerta destrozada —dijo Talent, echando a andar detrás de Raistlin—. Pero vas a perderte. Tendré que enseñarte el camino.

—No te molestes. Lo recuerdo de la última vez que estuve aquí.

—¿Lo recuerdas? Es imposible. Estabas... —Talent se detuvo. Miró fijamente al mago—. Sólo estabas fingiendo que estabas drogado. Pero ¿cómo supiste que la bebida contenía...?

—Tengo un sentido del olfato muy fino —contestó Raistlin.

Los dos caminaron juntos. Los únicos sonidos en el túnel eran el golpe apagado del bastón sobre el suelo, el susurro de la túnica negra y las pisadas de las botas de Talent. Talent andaba con la cabeza agachada, las manos a la espalda, inmerso en sus pensamientos. Raistlin miró alrededor con interés, fijándose en el sinfín de túneles que partían desde su posición. Dibujó mentalmente un plano de la ciudad e intentó calcular adonde llevaría cada uno de los pasillos.

—Esta red es muy amplia —comentó Raistlin—. Diría, por ejemplo, que este túnel lleva al Templo de la Reina Oscura —dijo, señalando un pasillo con su bastón. Señaló otro y añadió—: Y éste conduce a El Broquel Partido.

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