Читаем La Torre de Wayreth полностью

—Y éste —dijo Talent con gesto serio, apoyando la mano en la empuñadura de la espada— lleva a la puerta a la gente que hace demasiadas hipótesis.

Raistlin sonrió e inclinó la cabeza.

»Estaba preguntándome una cosa —dijo Talent de repente—. No confías en Iolanthe, una hechicera como tú. Los dioses son testigos de que yo no confío en ti. Sin embargo, tú confías en mí. Así debe de ser, ya que me has contado todo esto... ¿Por qué?

—Me recuerdas a alguien —contestó Raistlin tras un momento—. Como tú, era un solámnico. Est Sularus uth Mithas. Vivía según ese lema. Su honor era su vida.

—La mía no —dijo Talent.

—Razón por la cual sigues con vida y Sturm no. Y por eso confío en ti.

Talent acompañó al mago hasta la calle. Talent no dejó de mirar a Raistlin hasta que su túnica negra se confundió entre el gentío. Incluso cuando Raistlin ya había desaparecido, Talent siguió parado en el callejón, repitiendo mentalmente las palabras del hechicero.

Parecía demasiado increíble para ser cierto. ¡Takhisis intentando destruir a los dioses de la magia! Bueno, ¿y qué? De todos modos, ¿quién iba a echar de menos a un puñado de hechiceros? El mundo sería un lugar mejor sin hechiceros, o al menos eso creía la mayor parte de la gente, incluido Talent Orren.

«Por ejemplo, ese muchacho —pensó Talent—. Me pone la piel de gallina. ¡Sólo fingía que estaba drogado! Maelstrom deberá tener más cuidado la próxima vez. Aunque quizá no haya una próxima vez. No, si lo que dice Majere es cierto. ¿Confío en él? Todo esto podría ser una trampa.»

Talent enfiló hacia la tienda de Lute. Una vez allí, se encontró con que su amigo, por primera vez que él recordara, había reunido las fuerzas necesarias para salir del mostrador hasta la parte delantera de la tienda. Lute miraba enfadado los restos de su puerta, empujando los trozos con la muleta y maldiciendo. Mari estaba sentada en el escalón, con la barbilla apoyada entre las manos, escuchando el imaginativo lenguaje de Lute con evidente satisfacción.

—Mari —dijo Talent, arrodillándose junto a la kender para mirarla a los ojos—. ¿Qué piensas de ese hechicero, Majere?

—Es mi amigo —contestó Mari sin vacilar—. Tuvimos una larga conversación, él y yo. Vamos a cambiar la oscuridad.

Talent la miró en silencio. Después se levantó.

—Tenemos un problema.

—¡Vaya si lo tenemos! —exclamó Lute furioso—. ¡Mira lo que ha hecho ese hijo de puta con mi puerta!

—Un problema más grave que ése —dijo Talent Orren—. Vayamos adentro, los tres. Tenemos que hablar.

<p>22</p><p>Dios del blanco. Dios del rojo. Dios del negro</p>Día vigésimo cuarto, mes de Mishamont, año 352 DC

—Piel de cordero —dijo Raistlin—. La mejor. Y una pluma.

—¿De qué tipo? —preguntó Snaggle, cogiendo una caja. La dejó en el mostrador y la abrió—. Tengo unas plumas de cisne preciosas. Acaban de llegar. De cisne negro y de cisne blanco.

Raistlin estudió las plumas y después escogió una. Observó la punta con mucha atención, porque tenía que ser perfecta, y acarició la suavidad de las barbillas del astil. Su mente retrocedió hasta aquel día en clase del maestro Theobald, el día que había cambiado su vida. No, eso no era cierto. Ese día no había cambiado su vida. Había confirmado lo que era su vida.

—Me llevaré la pluma de cuervo —decidió Raistlin. Snaggle torció la boca.

—¿De cuervo? ¿Estás seguro? Puedes permitirte algo mejor. Esas pociones que haces son una maravilla. Se me agotan enseguida. Estaba pensando en encargarte más.

Agitó la pluma de cisne tentadoramente.

—También tengo de pavo real. Iolanthe sólo utiliza plumas de pavo real.

—No me sorprende —dijo Raistlin—. Gracias, pero ésta es la que quiero.

Dejó la modesta pluma de cuervo sobre el mostrador. Eligió la pieza de piel de cordero con atención. En ese caso, sí se decantó por la de mejor calidad.

Snaggle calculó el importe de las compras y se dio cuenta de que sumaban la misma cantidad que debía a Raistlin por las pociones. Hizo un nuevo encargo al hechicero. Pero jamás llegaría a recibirlo. Raistlin albergaba la esperanza de salvar al viejo, pero no podría salvar la tienda, que sería devorada por las llamas. Raistlin miró las cajas pulcramente etiquetadas y colocadas en los estantes, las cajas donde se guardaban los ingredientes de los hechizos y objetos, pergaminos y pociones. Pensó en la casa de Iolanthe sobre la tienda, todos sus libros de hechizos y manuscritos, sus ropas y joyas, y un sinfín de objetos de valor. Todo se perdería en el incendio.

Cuando ya se marchaba, Raistlin volvió la mirada hacia Snaggle y vio al viejo sentado en su taburete, sorbiendo tranquilamente su té de vainas, ajeno totalmente a la ira que se precipitaba contra él.

—¿Cómo celebras la Noche del Ojo, señor? —preguntó Raistlin.

Snaggle se encogió de hombros.

—Para mí es igual que cualquier otra noche. Me bebo mi té, cierro la tienda y me voy a dormir.

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